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Cuando algo imprevisto sucede una vez, puede ser una casualidad, si ocurre en dos ocasiones podemos estar ante una coincidencia; si, como le ha ocurrido al Athletic con las finales, pasa cinco veces, es evidente que tenemos un grave problema. Toca analizar en profundidad qué ... es lo que le pasa a este equipo cada vez que llega al trámite definitivo. A fin de cuentas, estamos hablando de un grupo de profesionales que ha dado muestras sobradas de su capacidad de resiliencia y de poseer un espíritu de combate a prueba de bomba. El camino que los llevó a esta última final es la mejor prueba.
El comportamiento del Athletic en la final ante la Real recordó al que tuvo en 2012 en Bucarest ante el Atlético. Han pasado nueve años y la plantilla se ha renovado completamente; de aquella final europea solo quedan Muniain, De Marcos e Ibai Gómez. No hablamos por lo tanto de un grupo falto de carácter o timorato ante los grandes retos. El problema va más allá de unas personas concretas.
Si repasamos las finales que ha disputado el Athletic en el presente siglo, solo podemos encontrar una, la de la Copa de 2009, en la que el equipo ha demostrado un cierto espíritu competitivo. Aunque acabó goleado por el mejor Barcelona de la historia, llegaron a adelantarse en el marcador con aquel tanto de Toquero. Después de aquello, el equipo culé ha ido goleando sistemáticamente al Athletic en todas las finales en las que se han encontrado, salvo en la de la Supercopa de enero.
En esta exitosa excepción podríamos quizá descubrir, por contraste, las causas profundas no ya de los sucesivos fracasos, sino de la paupérrima imagen que proyecta en las finales un equipo que normalmente hace gala de un carácter legendario. ¿Qué diferencia el comportamiento que tuvo el Athletic en esa Supercopa del que exhibió el sábado en el mismo escenario ante un rival mucho más asequible? Probablemente el entorno y las circunstancias que rodearon a ambas citas.
El Athletic se presentó en la Supercopa en medio de una crisis deportiva que había provocado el cambio de entrenador apenas una semana antes y asumiendo el papel de cenicienta de aquel torneo. El club y su entorno estaban pensando en otras cosas que preocupaban mucho más que la Supercopa. El equipo respondió como si se hubiera quitado un gran peso de encima y se comportó ante el Real Madrid y el Barcelona con la inconsciencia de los inocentes y la insolencia de quien no tiene nada que perder.
Este sábado el miedo a perder fue el condicionante decisivo. El miedo a defraudar a todo lo que rodea a este equipo determinó el comportamiento de los rojiblancos, empezando por el entrenador quien, desde la alineación y la estrategia, envió un mensaje muy pesimista a sus jugadores y siguiendo por estos, sin nadie con personalidad o liderazgo en el campo. Aquel equipo alegre y atrevido que ganó la Supercopa volvió a ser el grupo temeroso y apocado que va contando sus finales por goleadas en contra. Si la del sábado terminó en derrota mínima y de penalti fue solo porque enfrente había un rival de parecido nivel y actitud similar al principio que, sin embargo, consiguió liberarse a tiempo de la presión y encima se encontró con un regalo. También hay que reconocer que, hoy en día, la Real cuenta con jugadores con suficiente talento para manejar la pelota con criterio incluso en un día gris. Si a la responsabilidad de la presión interna y externa le sumas las proverbiales dificultades del Athletic para dar tres pases seguidos sin regalar el balón, tenemos lo del sábado pasado.
Dentro de doce días espera una nueva cita con el Barcelona. Veremos si hemos aprendido algo o si estas dos semanas seguimos con las pruebas de flotación de la gabarra, los videos motivacionales y las frases rimbombantes o nos ponemos, todos, manos a la obra para tratar de ganar un partido de fútbol con las armas que mejor ha sabido utilizar siempre el Athletic.
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