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Andoni Iraola es el entrenador de moda. Lo es a su manera, discreto y alejado de histrionismos, al igual que en su etapa de jugador. Por mucho que brillara quería taparse, ceder el protagonismo a otros y marcharse a su casa. No le interesaba la ... purpurina, el reverso del fútbol, sino el contenido de su profesión. Le importaba la esencia, el cómo y con quién, mientras que los accesorios le traían sin cuidado. Nunca se dio demasiada relevancia, ni siquiera cuando se convirtió en el capitán del Athletic y paró el contador en 510 partidos con la camiseta rojiblanca antes de marcharse al New York City. No lo hizo por dinero, por figurar, sino por buscar experiencias nuevas, conocer otra cultura y mejorar su inglés. Cuando jugaba, pensaba como un entrenador. Tras colgar las botas, se sentó en el banquillo de las categorías inferiores del Antiguoko, donde dio sus primeras patadas al balón, luego se fue al AEK Larnaca (Chipre) y ahora seduce en Anduva, donde acaba de eliminar al Villarreal con su Mirandés y meterse en las semifinales de la Copa. Sin levantar la voz, sin llamar la atención, lejos de las cámaras. Como es él.
Iraola está haciendo un buen trabajo en Miranda. Después de 25 jornadas, el equipo es undécimo, a tres puntos de la zona de play-off por el ascenso, lleva dos meses sin perder y en la Copa se ha cargado a tres Primeras (Celta, Sevilla y Villarreal). Más allá de los resultados, importantes, despliega un fútbol atractivo, valiente, con una clara vocación ofensiva y sin miedo a entrar en un intercambio de golpes con sus rivales. El guipuzcoano empezó bien en el AEK Larnaca, pero acabó destituido en enero del año pasado. Se tomó un tiempo, se dedicó a ver mucho fútbol y en verano se sentó en el banquillo de Anduva. Y allí sigue, convertido en el hombre del momento y con el equipo en las semifinales del torneo del k.o. Y apenas hace ruido, no llena programas de televisión, esquiva las cámaras y huye del elogio. Siempre ha sido así, en el Athletic y en la selección, indetectable en los accesorios del juego, fundamental en sus entrañas.
Incluso en su despedida del Athletic, en 2015, el guipuzcoano fue comedido. Nunca le ha gustado el ruido, la luz de los focos, el elogio fácil. No lo soportaba. La atención le incomoda, prefiere el silencio, el sonido que le ha acompañado durante toda su vida sin restarle ni un ápice de protagonismo. Decidió formalizar su adiós en Lezama, donde la vida empezó a ir en serio, 16 años después de haber pisado por primera vez el suelo rojiblanco. Dio por finalizada su trayectoria en Bilbao en un acto sencillo y breve. No hubo lágrimas ni palabras grandilocuentes, solo sobriedad en un acto que le hubiese gustado ahorrarse. Dijo lo que tenía que decir y se marchó entre aplausos. Con gestos pidió que volviera el silencio. Poco después, se anunció su saltó a la MLS y el fichaje por el New York City. Abrió un nuevo camino con la idea de cambiar las botas por el silbato. Todo le va bien en Miranda, donde acaba de igualar aquella gesta de 2012, cuando los de Anduva se metieron en las semifinales de la Copa y se cruzaron con el Athletic. Perdieron en casa (1-2) y en San Mamés (6-2). Por cierto, Iraola jugó aquel cruce.
El guipuzcoano tenía encima de la mesa una oferta de renovación para seguir y retirarse en el Athletic, pero la declinó porque entendía que no sería honesto continuar si no podía competir al más alto nivel. Cobrar por entrenarse y calentar el banquillo no hubiera sido propio de él, un hombre que encaraba a la perfección los valores de un club único. Siempre ha soslayado la importancia de sus números y relativizado el peso de sus 510 encuentros como rojiblanco. «No he jugado para las estadísticas», advertía. Lo hacía para disfrutar del fútbol en toda su intensidad, de su pureza. Por eso se queda con la noche de Manchester como la más especial de su carrera. «Dentro de 15 años me apetecerá volver a verla», comentaba. Ahora está construyendo su carrera en los banquillos, con mimo y sin prisa, atento a los detalles, a lo que importa, al contenido, jamás a las luces. Que alumbren a otros, él no las necesita para alargar su sombra. El fútbol ya sabe quién es Andoni Iraola.
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