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El partido del Athletic en Mallorca deja una pregunta sin respuesta: ¿Era necesario que Aduriz lanzara un penalti decisivo en el minuto 94? No se trata de cargar sobre los hombros del delantero la responsabilidad de que los tres puntos que estaban a ... solo once metros de distancia en el último minuto se quedaran en solo uno, pero a veces hay decisiones que cuesta entender. Aduriz también es humano y la carga emocional que pesaba sobre su persona a lo mejor desaconsejaba que fuera el encargado de resolver semejante situación.
Claro que otro tanto podrían preguntarse en el Mallorca. Dejaron en manos de Abdón, el héroe del ascenso que acababa de reaparecer después de una lesión, la responsabilidad de resolver el partido en el minuto 80, también desde los once metros, y dejó vivo a un Athletic que para entonces estaba pidiendo socorro.
En este fútbol en el que todo se mide y se pesa, y hasta el mínimo detalle está bajo la lupa de la legión de analistas, ayudantes y especialistas de la más diversa índole, sorprende que los dos equipos cedieran a la épica y al símbolo cuando, probablemente, cualquier otro compañero ajeno a los sentimentalismos hubiera ejecutado al rival con frialdad profesional.
Cuando el baloncesto empezó a hacer algo de sombra al fútbol en este país, Javier Clemente solía decir que en el deporte de la canasta sobran los treinta y cinco primeros minutos porque todo el interés se centra en los cinco minutos finales. El partido de Son Moix fue como uno de esos de baloncesto que describía el técnico de Barakaldo. Todo ocurrió en el último cuarto de hora. Los 80 minutos anteriores transcurrieron espesos en una especie de guerra de trincheras siempre lejos de las dos áreas.
Tampoco fue ninguna novedad porque la propuesta del Athletic de Garitano consiste precisamente en eso: no dejar jugar al rival y tratar de aprovechar alguna oportunidad que, por pura estadística siempre acaba presentándose. Tampoco el Mallorca pretende asombrar a nadie con un fútbol florido; lo suyo tiene más que ver con el buzo que con el esmoquin; tal para cual.
Estaba claro que el partido acabaría decantado por algún pequeño detalle: un error puntual de algún defensa, un rebote desafortunado o, casi con seguridad, en alguna jugada a balón parado. No ocurrió ni lo uno ni lo otro. Y eso que el partido presentó situaciones como para que se cumpliera el guion. Yuri fue el juvenil y Kubo el veterano en el penalti que forzó el japonés y Baba tuvo el brazo demasiado separado del cuerpo cuando el propio Yuri quiso hacer una pared con Muniain dentro del área. Pero el gol a balón parado por excelencia, el que llega de penalti, se negó en dos ocasiones.
También hubo dos remates a la madera, mejor el disparo de Salva Sevilla que el remate al suelo de Larrazabal que acabó en el larguero, pero a pesar de ello y de un par de buenas ocasiones que tuvieron Lago Junior y Raúl García en la boca del gol, la sensación que deja el partido es que el empate sin goles es un resultado perfectamente asumible por los dos equipos.
Se disparó la adrenalina en unos minutos finales que no hubiera imaginado Alfred Hitchcock, y los dos equipos recorrieron en apenas diez minutos y en las dos direcciones el camino que va del alivio a la frustración. Ambos se vieron derrotados y los dos tuvieron la victoria en la mano, pero el triunfo hubiera sido un premio excesivo para cualquiera de los dos.
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