Pocas veces me he sentido tan cómodo como hoy al utilizar el término ‘Leyenda’. Y aunque en el mundo del fútbol –y en la vida en general– la memoria no es precisamente el capítulo más mimado, la alargada figura de José Ángel Iribar Kortajarena me ... obliga a usarlo con mayúsculas.
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Porque leyendas son aquellos acontecimientos o personas que, transmitidos de generación en generación, resisten al paso del tiempo y, por lo tanto, al descuido o la indiferencia.
Todavía recuerdo, recién aterrizado yo en la cantera, verle pasear por las instalaciones de Lezama. Y mucho más nítido, años más tarde, aquel día en el que se presentó en nuestro vestuario como entrenador del Bilbao Athletic en Segunda División A. Erguido e imperial como el Chopo que siempre acompañó el relato de sus gestas bajo palos.
Y aunque su carrera como profesional en los banquillos no resultara especialmente reluciente, un club como el nuestro jamás debería de infravalorar la trascendencia de unas palabras, un consejo, un saludo, un aliento o una mirada cariñosa de un referente como Iribar –extensible a otros nombres propios– dirigida hacia cualquier niño que sueña con llegar a ser león. Incluso aunque algunos de esos niños no le reconozcan en ese momento. Porque al llegar a casa sus aitas y sus aitites se encargarán de revelarle la magnitud de ese regalo.
Pero mi particular fortuna hablando de Iribar no se limita a aquellos años de relación entrenador-jugador. Tras colgar las botas nuestro contacto ha continuado, durante algunos años, como miembros de la Junta Directiva de la Asociación de Exjugadores del Athletic Club (de la cual es presidente) y actualmente por la vinculación de nuestra agrupación con el Proyecto ‘Fútbol Reminiscencia’; una iniciativa social y científica, impulsada por todas las asociaciones de futbolistas veteranos de Primera y Segunda División pertenecientes a la FEAFV, que utiliza la herramienta del fútbol para trabajar la memoria y generar felicidad entre las personas mayores con deterioro cognitivo.
Y en esa ruta solidaria he conocido la generosidad, la humildad y el cariño que Iribar guarda en su interior. Y les puedo asegurar que si cabe es mayor al reconocimiento y prestigio que amasó con los guantes puestos durante su espectacular andadura profesional tanto a nivel estatal (18 temporadas y 614 partidos disputados con el Athletic) como internacional (49 participaciones).
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Pero, además, involuntariamente, su recuerdo es arte y parte de muchas de las sesiones terapéuticas que protagonizan las personas que luchan contra su propia oscuridad. Las imágenes rocambolescas de aquella final con tintes políticos del 64, con Iribar y la ‘araña negra’ Yashin frente a frente, donde España se impuso a la URSS con el recordado gol de Marcelino a pase de Chus Pereda (aunque la producción televisiva le robara la asistencia en favor de Amancio); las instantáneas de aquel Athletic del 77 que se quedó a las puertas de la gloria cayendo en la gran final de la antigua UEFA ante la ‘Vecchia Signora’ (Juventus de Turín) capitaneada por otro mito como Dino Zoff... o la inolvidable imagen de Inaxio Kortabarria y nuestro protagonista de hoy al frente de Athletic y Real, saltando al césped del viejo y entrañable Atotxa portando la ikurriña en plena y agitada transición política donde los defensores del franquismo se enfrentaban a una oleada irresistible de demandas de libertad.
En fin, su nombre está ligado a infinitos relatos donde no faltaron lágrimas de emoción. Y mi piel y mi garganta todavía lo experimentan cuando, superando cualquier frontera territorial, ideológica o vital (niños y mayores), escucho cantar aquello de «Iribar, Iribar, Iribar es cojonudo, como Iribar no hay ninguno».
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Ahí habita el verdadero calificativo de leyenda.
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