Carteles de fiesta y arena

Juan Eustaquio Delmás, impresor de la calle Correo, editó un álbum de litografías sobre tauromaquia de un tal Francisco Bringas, oriundo de México y afincado en Bilbao desde su primer año de vida. Un detalle relevante si tenemos en cuenta que solo Francisco de Goya lo había hecho antes. Y fue precisamente Bringas, pionero de la pintura costumbrista vasca, quien se convirtió en el primer cartelista de la Semana Grande de Bilbao. Fue en 1853. La fecha deja claro que también fue el primer cartelista de España.

Lo contaba con datos y detalles el ilustre Luis Díaz de Lezana, oráculo indispensable en estos asuntos. Por su pluma sabemos que antes del cartel las corridas eran anunciadas a base de pregón, clarines y timbales. El éxito de Bringas lo cambió todo. Convertido en formato habitual, y tras su temprana muerte con 28 años, su hermano José le sucede en dicho trabajo. Quedan como testigos los carteles de 1868, 69, 71 y 76 que podemos contemplar en el Museo de Vista Alegre. Confirman que son reflejo de un tiempo y lugar. Como el año en que combinó la tauromaquia con el Sitio de la Tercera Guerra Carlista. Y no solo son famosos por su fondo. También por la forma.

En el año 1900 la mayoría de las Plazas se inclinaban por el trabajo industrial. No fue así en el Botxo. Aquí se encomienda a los mejores pintores del momento. Porset, Mogrell, Ciguaux, Ruiz Morales y Alcaraz son solo algunos ejemplos de dicha apuesta por artistas propios y foráneos. Cada cual otorga a la obra un colorido y tratamiento tan particular como abierto al debate. Característica que alcanzará su máxima expresión en los años 30 con los hermanos Arrúe, Guezala y Martínez Ortíz o Isidro Guinea. La pintura modernista, que aún hoy aplaudimos, llegó para quedarse. Pero el arte siempre está en movimiento. En los 50 destacamos al prolífico y omnipresente Luis García Campos y en los 60 Díaz de Lezana destaca, y con razón, a Federico Echevarría por su cartel singular y abstracto dedicado a la inauguración de la nueva Vista Alegre, de 1962, resurgida de las cenizas. No nos olvidamos de Iñaki García Ergüin que lo mismo evocaba el Idilio athleticzale en los Campos de sport de Aurelio Arteta, pero en versión taurina, que tatuaba en rojo intenso el toro silueteado y minimalista. En los 90 se vuelve a abrazar la tradición pictórica mostrando estampas tan reales como imaginadas. Y así hasta José Ramón Muro que muestra este agosto al toro grande que nace donde le da la gana, pero es de Bilbao.

Por eso dice Muro que el astado hace eso tan nuestro de comprobar cómo se ve el Botxo sin él. Desde Artxanda. Para dejar claro que otros podrán dudar. Ellos jamás. Regresan a la arena gris del tiempo. A Vista Alegre. Baldosa redonda de anillo blanco y rojo. La que murió y resucitó de entre las llamas y nos recuerda que la fiesta huele a albero, espada y capote. Podrá amar, odiar o incluso obviar las corridas. Estremecerse ante el destino del morlaco o entenderlo como espectáculo, arte y cultura. Da igual. Esos carteles nos recuerdan los orígenes de nuestra Aste Nagusia. Por eso contempla el toro su territorio. Porque siendo la primera vez que viene, en el fondo, siempre estuvo aquí.