![Los puestos ambulantes de comida sin control sanitario llenan El Arenal](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2024/08/19/biz-puestos-ambulantes-comida-1-kK8G-U2201011501357bW-1200x720@El%20Correo.jpg)
![Los puestos ambulantes de comida sin control sanitario llenan El Arenal](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/2024/08/19/biz-puestos-ambulantes-comida-1-kK8G-U2201011501357bW-1200x720@El%20Correo.jpg)
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«Bocadillos a 5 euros». «Pinchos de Camerún a 2 euros». «Pollo o chorizo con guarnición de patatas y ensalada, entre 7 y 8 euros». «Empanadas colombianas, a 1 euro». «Arepas a 5 y salchipapas a 6». «Pollo a la parrilla peruano con patatas por ... 8 euros». Pasear en la noche del sábado por el recinto festivo de El Arenal era como completar un tour gastronómico por medio mundo. En el triángulo libre de vehículos que queda entre el teatro Arriaga, el antiguo café Boulevard y los jardines de El Arenal, se agolpaban -algunos codo con codo- una treintena de puestos de comida que carecen de control sanitario alguno y que particulares colocan de manera improvisada. Muchos llevan los productos cocinados desde casa, en neveras, y utilizan como mostrador mesas de playa. Otros, más 'profesionales', preparan la comida allí mismo, en planchas alimentadas por bombonas de cámping-gas.
Los aromas a fritanga inundan la zona apenas unos minutos después de que finalice el concurso de fuegos artificiales. Para facilitar la labor del consumidor, carteles de cartón anuncian la especialidad de cada puesto. Bocatas de lomo, pinchos morunos, papas rellenas, chicharrón, bofe ahumado, empanadas paraguayas, sandwiches de milanesa… Una carta con una oferta gastronómica donde poder escoger al antojo de cada uno. Hay puestos donde lo mismo compras comida que te haces un tatuaje temporal.
La estampa no es nueva en la Aste Nagusia, pero el fenómeno va a más año tras año. «Es una barbaridad, nunca he visto a tanta gente aquí vendiendo pintxos y sandwiches», comentaba un hombre mientras se ponía a cubierto del mal tiempo que ha imperado en este arranque festivo.
No es difícil identificar estos puestos. Las columnas de humo que se abrían paso entre la lluvia se veían el sábado desde el Puente del Arenal, poniendo de manifiesto que algo se estaba cocinando. Una realidad que, paradójicamente, parece pasar desapercibida para los agentes de la Policía que patrullan por la zona. Decenas de parrillas se afanaban en asar carnes de todo tipo, no importa que no parase un momento de caer agua. Entonces como ayer, neveras a tope de comidas ya preparadas esperaban atraer la atención de aquellos que aún resistían en la fiesta. Carritos de la compra, mesas plegables repletas de salsas, cubos llenos de latas de bebida… Incluso había quien se animaba a vender solo bebidas alcohólicas y tabaco, todos ellos con su cartel de cartón con el nombre de los productos en venta escritos con rotulador.
Aquello parecía un concurso gastronómico planetario, con aportaciones llegadas lo mismo desde África que de Sudamérica. En dura pugna con la lluvia, las familias que allí se encontraban no estaban dispuestas a cerrar el negocio. Pertrechados con paraguas, chubasqueros o bolsas de basura, se empleaban a fondo para seguir cocinando, al tiempo que se arrimaban a las carpas del recinto festivo en busca de abrigo para seguir vendiendo sus productos.
Pese a ser una forma de subsistencia, hay que recordar que se trata de puestos de comida callejera sin autorización para vender y, peor aún, sin control sanitario. En muchos negocios la comida estaba sin refrigerar, a la intemperie, las salsas mojándose con el agua de la lluvia… Ante esta situación, muchos zanjaban cualquier crítica con el mismo argumento 'irrebatible': «Cocinamos todo de forma correcta para que no pase nada».
«Peores cosas comemos, y si nos sienta mal, pues al menos nos habrá salido barato», bromeaba un joven masticando un pintxo a dos carrillos. Lo que sucede es que a veces lo barato sale caro, y cuando se da este caso no hay nadie a quien poder reprochárselo. Durante lo que queda de Aste Nagusia estos puestos seguirán donde están, con toda su buena intención y su necesidad de sacarse un dinero. Pero el debate está abierto: consumir comida que no está en óptimas condiciones puede tener un coste añadido, sobre todo si pensamos en quien compra más que en quien vende.
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