Salieron a las once de su barrio, San Ignacio, y sobre las cuatro de la mañana de la primera noche de la Aste Nagusia, Libe Abasolo y sus amigas, todas estudiantes universitarias de entre 18 y 19 años, se marcharon de la zona del Arriaga, ... asustadas. «Una de las chicas de al lado dijo que la habían pinchado. Se fueron y nosotras también». Habían aguantado varios incidentes. Primero, dos que se habían ido a comer algo a la Plaza Nueva soportaron los comentarios «babosos» de un personaje que por lo menos les doblaba la edad. Después, una de ellas sufrió un intento de robo en una de las txosnas. Se dio cuenta rápido y pudo evitarlo. Al de un rato, un tío de «veintitantos» le tocó el culo con saña antes de marcharse como si nada, haciendo caso omiso a sus gritos. «Dentro de lo que cabe, fue una noche bastante tranquila. Podría haber sido peor», asegura Libe.
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«Las agresiones las aguantamos siempre. Por ser mujer, por tener otra sexualidad no normativa, o un color de piel no habitual en la sociedad. No se limitan a las fiestas, están en nuestro día a día, por ejemplo en clase», cuenta Libe Lopes, del mismo grupo, estudiante de enfermería. Como el resto de jóvenes, estas amigas siempre ponen en marcha medidas de autoprotección cuando salen de marcha. Tratan de no regresar solas. Y al llegar a casa, se escriben. Pero la ola de pinchazos, la nueva fórmula para atemorizar a las mujeres, ha provocado que redoblen las precauciones. «Estamos preocupadas, porque son una forma de aprovecharse de la más pura indefensión», apunta Lopes.
También Itsasne Minayo, Maider Zabala y Leire Magaz, de 22 y 23 años, tienen aún más cuidado que antes. Son de los barrios de Rekalde, San Adrián y Zabala y como la mayoría de las chicas, también han sido víctimas de tocamientos o de acoso callejero. Empiezan la fiesta pasadas las doce. Se dirigen a las txosnas y al final, pasan toda la noche en las de Gogorregi y Kaskagorri. «Más alerta» de lo habitual, porque los pinchazos «te meten tensión en el cuerpo, como si no tuviéramos bastante ya».
Por ejemplo, llevan el bolso cubierto con la sudadera para evitar que se lo roben y tapan el vaso con la mano. Aunque nunca han sido víctimas de sumisión química, sí lo fue una de sus amigas, que tiene toda una noche en blanco pese a que apenas bebió. Leire incluso admite tener «miedo de emborracharme, de perder el control, por lo que te pueden llegar a hacer, por lo que puede llegar a pasar». Cuando salen, ya no se alejan del grupo, no van al baño o a pedir en solitario y nunca regresan solas a casa. «No lo hago ni entre semana si ha oscurecido», dice Leire, a la que le aterroriza la idea de cruzar Hurtado de Amezaga, la zona de Zabalburu y la calle Zabala sola de madrugada para alcanzar su domicilio. El padre de una amiga acudió a recoger a su hija al recinto festivo pasadas las cinco de la mañana y aprovecharon para marcharse con él. Las dejó en la puerta. En la cama, escribieron a las demás, para que supiesen que estaban bien.
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«Estamos más atentas. Nunca he tenido problema en ir al baño sola, pero ahora siempre vamos juntas. Y solemos compartirnos la ubicación», explica Ainhoa Apeztegia, de 28 años, acompañada por su hermana Agurne, de 22, mientras pide una cerveza cerca del Iruña. Ninguna ha tenido un solo incidente desgradable en fiestas, aunque sí en otros ámbitos. «Corriendo en Amorebieta, un tío empezó a pedirme que me montara en su coche. Apareció otro corredor y el que me estaba molestando arrancó y se fue», recuerda, Ainhoa vive en Méjico D.F. desde hace tres años, trabajando como letrada para una empresa vasca. Y claro, en comparación, esto es un oasis de paz. «Allí sí que es super peligroso ir sola cuando se pone el sol. Por la noche solo puedes salir en grupos grandes», advierte.
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