Ha ido bien, incluso muy bien, el teatro en Aste Nagusia para muchas producciones que se han asentado en la capital vizcaína. Hasta el punto de que para algunos espectáculos era complicado encontrar entradas. Del público han tirado dos espectáculos potentes, los musicales 'El fantasma de la ópera' y 'Ghost', un género que por su envergadura y coste ha de garantizarse gran asistencia, y se ha hecho sitio.
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El resto de la oferta es humor, temas cotidianos, la pareja, lo social, reflejo de producciones con recursos de mercado, el señuelo de nombres populares, David Bustamante, María Luisa Merlo, o de simpatía local, Goyo Jiménez. Con risas: la palabra más veces escrita en la propaganda ha sido 'delirante'.
Se repite y se potencia el localismo, lo bilbaíno, con especialistas en los textos o en la dirección como son los casos de Gurutze Beitia y de Ángel Mirou. Parece volver el astracán teatral de viejos gags, el personaje que habla con eco, el que habla por aproximación: se cambia de sala y ni se nota.
El público en Abandoibarra ha estado más holgado que nunca. Tampoco se ha visto el Parque Europa tan apretado como en citas anteriores. La programación musical no ha acabado de contentar al personal, que ha priorizado las txosnas. Tampoco ayuda el solapamiento de conciertos. Quizá habría que plantearse adelantar algunas actuaciones, como se hizo con las verbenas. Atrás quedan aquellas noches con grandes estrellas como Juanes, Iggy Pop, Pet Shop Boys o Manu Chao y los 60.000 que Fito congregó en Botica Vieja.
La capacidad de los actuales espacios, la seguridad y el sentido común hacen pensar que esos macroconciertos no se pueden repetir. Izaro firmó el viernes el mejor concierto de las fiestas. La dupla de Coti con la BOS estuvo mucho mejor engrasada que la de Barón Rojo y la Banda Municipal. Nil Moliner se reivindicó como uno de los artistas más queridos y Martin Urrutia desató el fenómeno fan. David Otero tirando de nostalgia y simpatía fue un acierto, mientras que las txosnas se siguen esmerando para ofrecer alternativas atractivas.
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Una feria para olvidar. Sin grandes faenas y sin toros de trapío, pero con mucho cemento en los tendidos, Vista Alegre ha vuelto a asomarse al precipicio al arrastrar a duras penas a poco más de 40.000 espectadores.
En la descafeinada despedida de la afición bilbaína de Enrique Ponce -también oficializó su adiós Pablo Hermoso de Mendoza, que cortó dos orejas- permanecerán para el recuerdo la ambición de Borja Jiménez, que recibió a porta gayola a sus tres toros y cortó tres orejas, la firmeza de Emilio de Justo y Roca Rey, salvavidas de las taquillas. Poco más. Defraudó Diego Urdiales en el regreso más esperado en una tarde donde fallaron los toros de forma clamorosa.
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Muy decepcionantes los hierros de Daniel Ruiz y de Núñez del Cuvillo, que ponen en entredicho la fama y prestigio de Bilbao y su añorado toro bravo, al que sólo se vio ayer con astados de Dolores Aguirre. En medio de este secarral, invita al optimismo la presencia de cada vez más jóvenes, aunque incapaces aún de compensar el éxodo de los mayores en una feria con muchos interrogantes.
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