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Día grande y raro en los dos bilbaos
Paisajes diferentes ·
Con las tiendas cerradas y sin apenas vecinos, el centro de la ciudad se queda en manos de los turistas mientras el jaleo festivo se concentra en las txosnas y el Casco ViejoSecciones
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Paisajes diferentes ·
Con las tiendas cerradas y sin apenas vecinos, el centro de la ciudad se queda en manos de los turistas mientras el jaleo festivo se concentra en las txosnas y el Casco ViejoDía rarísimo ayer en Bilbao. Ya de normal cualquier mañana de Aste Nagusia parece cubierta por una bruma de irrealidad porque media ciudad, la que conforman oficinistas y comerciantes en activo, hacen como si no pasase nada. Pero saben que la otra media ciudad purga ... sus excesos en la cama o reptando por rincones ocultos. Entre la mitad activa laboralmente hablando esta situación genera alivio o resentimiento, según el carácter de cada cual.
Luego está una tercera pata de la realidad, los turistas, ajenos a todo ello, incluso a la misma existencia de Aste Nagusia. La mayoría se ha encontrado con este desparrame de un modo inesperado y a veces cruel en medio de unas vacaciones que preveía tranquilas y civilizadas en una pequeña ciudad española.
Pues ayer, día grande, la jornada fue más extraña aún. Al ser festivo todo estaba cerrado, de modo que la resaca crónica ordinaria en Semana Grande no tenía el contrapunto callejero de los días laborales durante la mañana y el mediodía. Con un agravante: en el resto de Bizkaia no era fiesta, de manera que mucha gente se fue a municipios próximos a hacer la compra o pasar el rato (el BM de Derio nunca había estado tan atestado: «Está viniendo mucha gente de Bilbao», decían las dependientas). Además hizo buen tiempo, así que otra fracción de la ciudadanía capitalina se marchó a la playa o a disfrutar de entornos naturales donde tomar oxígeno.
En fin, que en términos de vitalidad callejera, había como dos bilbaos. Uno vegetaba por las zonas de Abando, Indautxu y las inmediaciones del Guggenheim, y estaba casi en su totalidad colonizado por turistas. Otro bullía en el recinto festivo y el Casco Viejo, donde convivían visitantes y locales en una efervescencia un poco contenida por el desgaste natural tras seis días de fiesta.
Comienza el paseo. En Moyua, a mediodía, mucha gente fotografiaba las flores de la plaza y disfrutaba del sol. Había dos furgonetas de la Ertzaintza, manteros y jóvenes resacosos e inestables en la entrada del banco Santander. Como punto especialmente confuso para quienes vienen de fuera está la plaza San José, en la que se cruzan las calles Elcano, Colón de Larreategui e Iparraguirre; un lugar sin ángulos rectos donde una pareja de alemanes buscaba un centro comercial y un grupo de italianos le daba vueltas a un mapa para encontrar el camino hacia el Casco Viejo. «No sabíamos que había fiesta. ¿Dónde está?».
El trayecto hacia el Guggenheim está poco concurrido hasta llegar a Puppy, rodeado del gentío habitual y con un músico callejero que canta con aires caribeños «anda, turista, cuida tu cartera». El interior del museo, animado pero transitable. Igual que la pasarela sobre el estanque que separa el edificio de la ría, donde la alegre comunidad de artistas, artesanos y supervivientes que vende sus productos ahí bromean y se llevan muy bien. Bajo el puente de La Salve un músico callejero lanza punteos de guitarra eléctrica en un blues muy celebrado por dos familias norteamericanas.
El paseo junto a la ría está atestado de extranjeros, aunque también hay algún vecino que ha salido a hacer deporte y, como en un goteo, damnificados de la noche anterior que dormitan en bancos a la sombra. Hay tres punkis que dan color y parecen vestigios nostálgicos de la Aste Nagusia de hace treinta años o más.
Todo empieza a cambiar en el puente del Ayuntamiento. Llega el olor de materia orgánica recocida, esa atmósfera tan típica de fiestas, y suena música verbenera. Aquí cambian las proporciones y por la zona de txosnas, muy animada, hay más locales que turistas, aunque a menudo están igual de confusos bajo los nebulizadores de agua que tratan de mitigar el calor.
Frente al Arriaga se disputan herri kirolak, un imán para los curiosos. Hay aizkolaris. «Fucking amazing», valora un afroamericano fan de los New York Knicks. La gente aguanta el sol, que pica mucho. Al lado, en el Casco Viejo, la marea humana se mueve por el lado de sombra de las calles. En las terrazas salen muchas raciones de txopitos. Esta es, con diferencia, la zona más animada de Bilbao.
Aquí van unos fragmentos de conversación tomados al azar en ese revoltijo de gente, bebida y comida: «Igual la panadería está cerrada, que es festivo». «Este, como me llame para presumir de casa, ya le voy a decir que menuda mierda se ha comprado». «Pañuelos de fiestas a un euro». «Cuando me lo dijo ya eché alguna lagrimilla». «No he pasado la ITV del coche». «Sí, es mejor estar con el TikTok. Tienes una enfermedad mental, macho». «Me acabo de levantar y me duele la barriga, pero me da igual». «¡Qué bien estáis ahí!». «La intención era salir, pero me vine abajo». «Eso que has tomado ¿qué es, para la resaca?». «Sí, me han dicho que es muy bueno».
De vuelta en esta ruta circular, la Gran Vía está plácida, tranquilísima, y refuerza esa sensación la música clásica que pone un artista callejero. Una pareja de mochileros jóvenes, muy sonrientes, con gafas de sol muy extravagantes, mira entusiasmada en todas direcciones. «Sí, acabamos de llegar. ¿Hay fiestas? ¿Dónde? ¡Qué suerte!».
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