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41 años no es nada
El Piscolabis ·
jon uriarte
Sábado, 24 de agosto 2019, 01:03
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El Piscolabis ·
jon uriarte
Sábado, 24 de agosto 2019, 01:03
«Son ya 41, alcalde!», subrayaba La Otxoa en el aplaudido y merecido reconocimiento que el jueves le dispensó el Ayuntamiento de Bilbao. Y es que José Antonio estuvo allí, en el arranque de la Aste Nagusia, heredera de la primigenia Semana Grande cuyos orígenes ... hay que buscarlos en la noche de los tiempos. Porque toros y festividad religiosa fueron los pilares sobre los que se irguió un descorche emocional que ahora dura nueve días. Pero luego llegaron el espíritu ácrata y el aire txirene. Y el pueblo creó la fiesta. Esa que siempre fue más de aceras que de alfombras. Sea como fuere, a finales de los 70 comenzó a gestarse en nuestra villa una semana que acabaría llevando en volandas a una tal Marijaia. Han pasado cuatro décadas y 365 días. Y aquí seguimos. Como los dos paisanos de la fotografía que hoy nos acompañan. Podríamos ser usted y yo. De hecho igual lo somos. Dos almas botxeras que caminan buscando la penúltima ronda. Como todos los años. Pero diferente.
El tiempo es una lija que desgasta cuerpo y alma. A unos más que a otros, no lo negaremos. Pero aquellas gaupasas de nueve días han quedado para batallita que contar a los nietos y poco más. Ahora los tiempos se toman en vaso corto. Me refiero a quienes vivimos aquellas primeras bocanadas de esta loca semana y peinamos canas. Ahora paseamos por el Arenal cuando aún brilla el sol, descubriendo versiones caseras de ACDC, temas de un aspirante a Fito cantando en euskera y melodías de un cuarteto de cuerda tres metros más allá. Hasta las txosnas han cambiado. Por no hablar del concurso de tortillas, que viene a ser como el concierto de Año Nuevo. Si lo ves, es que tienes ya una edad. Y qué decir del doble Gargantúa, que nos devuelve imágenes del ayer en versión dual. Lugares donde ibas de la mano de un adulto y hoy te descubres siendo ese adulto. No cambiamos de generación. Nos cambian. Pero llegan estos días y volvemos a sentirnos niños y niñas. O al menos jóvenes. Como si el pañuelo azul fuera una capa de héroe con poderes eternos. Y entonces te crees invencible y abrazas por aquí y por allá convirtiendo al desconocido en amigo y al amigo en hermano. Pegándote por pagar y no ser invitado. A nuestro estilo. Porque Aste Nagusia es una fiesta en la que no hay que pedir permiso para entrar y sí para salir. «No te vayas sin comer, cenar o tomar una más». Puro surrealismo en frasco de agua de Bilbao. La que caía el domingo en la arena gris de Vista Alegre y nos hizo recordar el año en que el cielo se enfadó y la ría se desbordó. Porque no todo pasado fue mejor. O sí. Lo que nos lleva al debate de las canciones políticamente incorrectas.
Había censura. Pero era oficial y llevaba bigote franquista. Vencerla o esquivarla era cuestión de tiempo. Poco a poco descubrimos que se podía decir casi de todo, mientras fuera impreso en pentagrama. Hubo excepciones. Que se lo pregunten a las Vulpes. O a MCD, que redujo el nombre a siglas para poder sonar en la radio. Pero no se miraba con lupa civil con aumentos de buenismo las letras de las canciones señalando sexismo, racismo o apología de algo políticamente incorrecto. Por eso Loquillo cantaba que la mataría, Alaska que lo atropellaría y el otro que la devoraría. Hasta los payasos de la tele ponían a una pobre niña a planchar y el Duo Dinámico cantaba a su propia Lolita quinceañera. No, a la pareja de la fotografía no le gustan las canciones que se bailan a base de perrear. Se quedaron en el rock y el pop de los 80 y 90 donde las letras, en inglés, euskera o castellano hoy en día no pasarían el primer corte de lo correcto. Porque entonces La Otxoa gritaba soy mariquita a mucha honra y con la valentía que daba haber sufrido acoso, maltrato y censura de verdad. De la que dolía. Por eso entendíamos que cada cual cantara lo que quisiera, aunque no nos gustara. Y bailabas a Kortatu y luego a Mecano. No, no éramos perfectos. Pero tampoco lo pretendíamos. Intentábamos aprender qué era eso de vivir en democracia y lo mismo analizabas el mensaje subliminal de Blade Runner, que el de Los Bingueros de Pajares y Esteso. Vamos mejorando. Ahora sabemos que hay asuntos que no son propios de una sociedad moderna y avanzada. Que ciertas letras, declaraciones o chistes son como un eructo. Hacen gracia en un bebé o en una democracia incipiente. Pero en un adulto, o en un país que pretende ser serio, suena zafio y fuera de tiempo. Porque ya no somos bebés.
En cambio lo que no logran entender, los amigos de la fotografía de hoy, es en qué hemos fallado como tribu. Cómo puede ser que antes meter mano a una mujer ebria fuera lo más bajo en lo que podías caer y generaba el desprecio de tu cuadrilla y ahora haya debates al respecto. «Ya no se les puede ni tocar», escucharon decir a un tipo que no habrá tocado una teta desde que dejó de dársela su madre. No hace fata escribir una canción para decir estupideces. Basta con abrir la boca. Y también para abordar y simplificar un tema tan grave como las violaciones grupales. O los robos y los atracos en esta atípica semana o en el resto del año. Eso exige otro debate. En frío. Ya vivimos demasiados años en los que unos y otros utilizaban la Aste Nagusia para meter su puya política. Dejemos pues que la cosa se enfríe. Al fin y al cabo, Marijaia arderá en breve. Y recordaremos que todo es efímero, menos la buena amistad. Como la de la pareja de la foto. El año que viene volverán a verse en fiestas. Como todos los agostos. Buscando hueco festivo para adaptarlo a sus nuevos ritmos y achaques. Camino del medio siglo y más allá. Lo que el cuerpo aguante. Por eso, cuando llegue la vieja de la guadaña, podrán decirle a la cara: «Nunca fuimos perfectos». Y seguro que alguna vez nos equivocamos. Pero no nos metimos en líos. O sí. Pero no hicimos daño a nadie. Solo intentamos eso tan difícil que es disfrutar de una semana alegre. Por eso solo nos queda algo por decir. Que nos quiten lo bailao... y hasta la próxima Aste Nagusia.
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