Dieta planetaria: cambiar qué comemos por nuestra salud y la del planeta
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ODS 12 | Produccion y consumo responsables ·
La alimentación más sana es la más saludable, aseguran los nutricionistasRaquel C. Pico
Viernes, 3 de noviembre 2023, 07:58
Lo que comemos no solo importa para la salud propia y hasta colectiva, sino que además pasa factura al planeta. Cambiar de alimentación optando por una dieta más saludable tiene beneficios para las personas, pero también por ello para el medioambiente.
La Planet Health Diet ( ... PHD) —o dieta planetaria, en castellano—es una de las propuestas que han emergido en los últimos años y que intentan unir ambos elementos. «La PHD es una dieta de referencia», explica Fabrice DeClerck, el director de ciencia de EAT, la plataforma para la transformación del sistema alimentario global que está detrás de ella. «Sugiere la cantidad y la calidad de comidas necesarias para reducir los riesgos de salud dietética», indica.
Así, se enfrenta tanto a quedarse por debajo o por encima de lo necesario o a una dieta «pobre» en términos de calidad de aporte. Como indica DeClerck, se trata de que cada persona consuma 2500 calorías al día, «con comidas distribuidas en los principales grupos de alimentación». Puede ser una dieta vegetariana, vegana u omnívora, pero tendrá muy presente qué es mejor para quienes siguen sus recomendaciones.
El diseño de la dieta planetaria está asentado en la ciencia. Detrás de ella están algo más de 80 científicos, explica el directivo, que han sintetizado «la mejor evidencia disponible» para establecer los parámetros de cómo debería ser una alimentación mejor. Su propuesta fue publicada en The Lancet, la revista de referencia médica, lo que, como señala DeClerck, llevó a que fuese revisada —y analizada— por sus pares científicos. «El trabajo y sus datos están grabados como parte permanente de la literatura científica», concluye.
Pero si la dieta planetaria lleva ya en el nombre los conceptos, se puede comer mejor para la propia salud y la del entorno echando mano de ideas ya conocidas. Cuando se le pregunta por esta dieta, la dietista-nutricionista Cristina Bouzas explica que, en realidad, la idea no es exactamente nueva. Sus recomendaciones coinciden con lo que ya se hace en dietas tradicionales, como en la dieta mediterránea. Por supuesto, eso implica hacer una dieta mediterránea 'real' y no simplemente pensar que porque se vive en la cuenca del Mediterráneo ya se tienen los deberes hechos. «Pero no se hace», apunta Bouzas, que es también profesora de Fisiología de la Universidad de Illes Balears y forma parte del grupo de investigación en nutrición comunitaria y estrés oxidativo del CIBER-OBN.
De hecho, desde el sur de Europa no se debería caer en la trampa de pensar que estas recomendaciones para mejorar la dieta y así la salud y la del planeta no van con sus habitantes. Como responde DeClerck cuando se le pregunta por lo que ocurre en esta región, ni todo lo que se come es dieta mediterránea ni todo lo que hacemos es seguir la tradición. «Las buenas noticias es que hay cantidad de alimentos fantásticos de España y la región que son un buen ejemplo de saludable», apunta el experto.
Buscar una alimentación más sana logra mejorar la calidad de vida de las personas, pero no solo. También es mejor para el planeta. «Sí, y no lo digo yo: lo dice el panel mundial sobre alimentación saludable», responde Luis Cabañas, presidente del Colegio Oficial de Dietistas-Nutricionistas de la Comunitat Valenciana (CODiNuCoVa). «Casualmente, la alimentación más sana es también la más sostenible», añade. «Una transición global a una dieta saludable tiene un impacto significativo en sostenibilidad, de forma notable climática», suma DeClerck.
Luis Cabañas
Presidente del Colegio Oficial de Dietistas-Nutricionistas de la Comunitat Valenciana (CODiNuCoVa)
Y tiene cierto sentido. Como explica Cabañas, la dieta saludable es la que tiene en cuenta el suelo y el entorno, que es lo que las personas se pasaron haciendo miles de años y lo que, por eso, diseñó cómo se alimentaban. «Antes a lo mejor sabían menos de tecnología, pero acertaban más en cómo comer», resume. En los años 60, ejemplifica, en España se consumían legumbres unas seis veces a la semana, unos 400 a 450 gramos por persona. Hoy, a pesar de que su valor para nuestra salud, nos quedamos en unos escasos 64 gramos.
Esto no solo supone retomar hábitos perdidos de la despensa de los abuelos, sino también cuestionar algunos de los que han emergido en los últimos años, como el consumo de ultraprocesados. Bouzas diferencia entre los productos procesados —como pueden ser unas zanahorias congeladas y listas para consumo— y los ultraprocesados. Los primeros pueden hacer la vida más fácil y ayudar a cocinar en casa. Los segundos son los que son potencialmente perjudiciales para la salud, por su consumo en exceso. Las alertas ya hablan de su impacto en la física, pero se está empezando a estudiar, apunta la experta, hasta su efecto en la mental.
Y, como señala la especialista, tienen detrás un proceso industrial que también los hace menos amistosos para el medioambiente, con su procesado y su transporte. Difícilmente serán comercio de proximidad. «Hemos visto que su consumo no es solo malo para el organismo, sino también para el medioambiente», resume.
Si cambiar la alimentación para ser más sostenibles supone también hacerlo para mejorar la salud, ¿por qué todavía hay tantas reticencias a según qué cosas? Ahí está el siempre claro caso del consumo de carne. ¿Por qué se reacciona de un modo tan visceral cuando los expertos nos repiten que debemos moderarlo, tanto por nuestra salud como por la del planeta?
«Es peor el del vino y ambos responden naturalmente a una construcción cultural», concede Cabañas. «La gente piensa, cuando se plantean estas recomendaciones, que se ataca su estilo de vida y a nadie le gusta escuchar que está haciendo algo mal», señala. En realidad, indica, es por una preocupación por la salud.
«La comida puede ser en efecto divisiva y polarizante y decirle a la gente que coma menos de una comida amada puede ser amenazante», responde DeClerck. El experto explica, aun así, que todas estas cuestiones deben ser matizadas. «La reducción del consumo de carne roja no significa detenerlo», apunta. «No hay evidencia de que un futuro 'no carne' sea necesario», suma. Se trata de reducir las cantidades que se están tomando y aumentar el consumo de otros productos como vegetales o frutas que deberían estar más presentes en la dieta. «La gente a menudo se pierde los beneficios significativos de esta transición», apunta.
Y sí, comemos demasiada carne. Cabañas aporta una estadística que dice que cada español comió de media 300 gramos a la semana de carne de vacuno o cerdo en 2022, cuando las recomendaciones son de 150 gramos. ¿Por qué se mantiene el elevado consumo? «La mayoría de las costumbres y creencias de la alimentación pertenecen a su contexto», señala Cabañas. «Nuestros padres y madres son, en muchos casos, hijos e hijas de gente que tuvo carencias», suma. La carne era uno de esos platos de días especiales o «'de ricos'». En cuanto se democratizó su acceso, se convirtió en algo deseable, algo que, por eso, queremos seguir llevando a la mesa. Lo curioso es, suma Bouzas, lo que ocurre cuando alguien comenta que no come carne. Sus interlocutores «se asustan con de dónde sacan los nutrientes, pero nadie se lo pregunta a alguien que no come verduras», dice.
Al final, lo que esta transición —en líneas generales— implica es, quizás, hacer un cambio colectivo, que es, en esencia, lo que impulsan ideas como la dieta planetaria. Cuando se le pregunta a DeClerck por qué es tan difícil cambiar de hábitos acaba hablando de una cuestión importante, la de que esto es un lastre individual y colectivo en salud. «No queremos acusar a los individuos, el reto es cómo crear entornos alimentarios que alientan y permiten a las personas acceder y adquirir alimentos sanos y deliciosos, que tendrán un impacto en el medioambiente», sintetiza. Esto es, tenemos que pensar en qué comemos, pero también en el contexto en el que lo estamos haciendo.
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