El Alavés da el gran salto

En algunas ocasiones solo la talla del rival ofrece la verdadera medida de una victoria. Así resultó ante el conjunto amarillo. Pese a la ausencia de su faro Rodrigo, el Villarreal ofreció por momentos un recital sobre el césped. Con movilidad en la delantera, un movimiento vertiginoso, constante y preciso del balón, apoyos de los laterales en ataque y contundencia defensiva para minimizar a Munir y Guidetti. No hay duda de que ha sido, tras el 0-3 en Mendizorroza en la ida para cerrar la etapa Zubeldía, el mejor equipo al que se han medido los albiazules esta temporada.

Salir indemne del campo castellonense era ya un hazaña, ganar, la prueba del espíritu indomable de la tropa de Abelardo. Pura tenacidad para no desfallecer, orden, solidaridad en los esfuerzos y acierto en las ocasiones aisladas. Solo así cabía la esperanza de continuar en el partido y recibir el guiño del azar. Para desbaratar la tromba inicial, por ejemplo, o el asedio final tras el 1-2, incluido el cabezazo de Unal al larguero y dos o tres apariciones de Pacheco para sofocar el incendio.

El Alavés no realizó un gran partido con el balón, porque no se lo dejaron ni consiguió robarlo con frecuencia. Tampoco consiguió en muchas ocasiones ajustar su defensa ante un oponente que tocaba primorosamente por dentro y por fuera, con versatilidad para amenazar en espacios cortos y también en velocidad con sus puntas. Así que al conjunto albiazul le tocó remar y remar, meter piernas, brazos y cabezas en el área propia y resistir con el casco en la trinchera. Guidetti dispuso de una buena ocasión en el inicio, pero resultó un espejismo. No había forma de salir de la cueva. El Villarreal, que tampoco creó grandes ocasiones antes del descanso salvo una opción clara de Bacca, manejaba el duelo con claridad. Pero su bombardeo no causó bajas mientras los albiazules, en un córner, acertaron por medio de Ely.

Un conjunto vitoriano al que Abelardo cambió la cara de inicio con las entradas de Alexis, Torres y Hernán Pérez por Martín, Manu García e Ibai. El malagueño, en el lateral diestro, volvió a cumplir con oficio. Los otros dos, fueron dos piezas de la sólida maquinaria que no destacaron. Aunque, en realidad, el Alavés salió del estadio de la Cerámica sin grandes individualidades que brillaran y de nuevo con la sensación de equipo sólido. También con la constatación de que futbolistas como Pina y Duarte siguen en una forma notable.

Tampoco hubo esta vez incidentes reseñables con Trujillo Suárez, que llegaba tras su arbitraje dañino ante el Leganés. Este sábado, como ya sucedió la pasada semana con Martínez Munuera, prefirió sobreseer con rapidez cualquier denuncia en el área. Sobre todo una mano de Ely en los instantes finales, tan accidental como la de Guidetti de hace unas semanas. Su auxiliar, esta vez, acertó al anular un gol local por fuera de juego. Repartió el árbitro canario tarjetas por protestar, se dejó alguna falta en el tintero en momentos de agobio albiazul y tampoco picó cuando Alexis se derrumbó en el área ante el soplido de Álvaro.

Con ventaja en el marcador, la segunda parte se convirtió en la tortura de una sala de espera. El Alavés, que pese a continuar con su resistencia indómita atacó con precisión quirúrgica, no acertó en una ocasión clarísima que Pedraza envió al larguero tras asistencia de Munir, pero sí en un contragolpe de manual. Recién salido al césped, Ibai festejó su paternidad y el pase de Guidetti con una rosca fabulosa para batir a Asenjo.

Ni así hubo respiro. Cuando el Alavés parecía haber metido la estocada definitiva y el rival titubeaba, apareció el 1-2. El Villarreal había hecho méritos para marcar y, por lógica, lo consiguió. En uno de los múltiples balones al área, con disparo de Bacca que rozó en Ely. La avalancha resultó total. El conjunto amarillo tiró de rabia y juego, Abelardo de Maripán para colocar tres centrales. Balón al larguero de Unal, ocasiones claras que sacó Pacheco y agonía. Para despejar el horizonte de un Alavés que se agarra con fuerza a Primera.