Viaje al corazón del templo albiazul
Cada detalle de Mendizorroza está cuidado al milímetro ·
También lo que no se suele ver. Así es un paseo por las entrañas del coliseo vitoriano para vivir una jornada igual que la de los futbolistas del AlavésSecciones
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Cada detalle de Mendizorroza está cuidado al milímetro ·
También lo que no se suele ver. Así es un paseo por las entrañas del coliseo vitoriano para vivir una jornada igual que la de los futbolistas del AlavésEstá usted a punto de cumplir el sueño de casi cualquier joven vitoriano. Será, por un día, futbolista del Deportivo Alavés. Poder sentir lo que sienten los jugadores albiazules cuando caminan por las entrañas de Mendizorroza, mientras se cambian en el vestuario o esperan su ... oportunidad en el banquillo está al alcance de su mano. Coja su mochila, descienda por la rampa del aparcamiento del estadio y sumérjase en una zona pocas veces mostrada. Aquí arranca un tour por la cara B de Mendizorroza.
Está dentro ya dentro del parking subterráneo del estadio. Ahí ve la plaza reservada para el presidente del club y en la que aparcará el árbitro. También puede asomarse a una de las esquinas para ver ya el verde. Pero no se precipite. Siga recto. Ahí, junto al escudo del Deportivo Alavés, comienza el recorrido. Abra la puerta, que no hay pérdida. Acaba de entrar en el pasillo de los privilegiados. Ya huele a fútbol. Los colores albiazules que decoran el suelo y las paredes dejan claro quién es el local. Aunque se encuentre al poco de entrar la puerta que da a los vestuarios del equipo visitante. Pero hoy usted defenderá el escudo por el que tantas veces ha empujado desde la grada.
Sigue con su camino y, a la derecha, ve la puerta que da acceso a la sala de prensa. Si todo va bien, podrá contar tras el partido cómo marcó en el descuento ese gol que llevó el éxtasis a Mendizorroza. Pero no hagamos cuentos de la lechera. De camino a su vestuario verá una puerta destinada a un cargo que tal vez desconozca. 'Director de partido'. No le pondrá cara porque no siempre es la misma persona y, sobre todo, porque su trabajo no se ve. Pero es la figura encargada de supervisar que todo salga bien. Desde que se vea en el marcador todo lo que está programado a que los jugadores de ambos equipos lleguen a la hora. En Primera hay un mundo de detalles que se deben cuidar para que todo vaya sobre ruedas.
Una de las salas acoge al director de partido, el encargado de velar que todo salga bien
Café, fruta o un proyector. En el vestuario no falta nada para llegar a punto a la hora del partido
El banquillo, aunque mullido, ofrece una visión muy limitada del terreno de juego
Avance un poco más y, ya sí, puede entrar en el vestuario local. No falta nada. Ahí está la cafetera y la fruta para quien necesite. También una pizarra y un proyector para que Luis García pueda dar las últimas indicaciones. Que quede todo claro. Hora de cambiarse. Cada uno tiene ya su ropa y botas en su sitio. Ahí está el imponente 48 que calza Samu Omorodion. El Pichichi albiazul ya no tiene, como hasta hace unos meses, problemas para encontrar calzado de su talla. También ve los guantes de Sivera o los amuletos de otros compañeros. Tome asiento, que hay uno libre en medio. No está mal, le ha tocado junto a Owono y Rioja. Dentro de unos días cederán el testigo a las Gloriosas. No será la primera vez ni la última. Cámbiese y pase a la zona de fisioterapeutas si lo necesita. Afine el oído, que empieza a escucharse el murmullo de Mendizorroza. Tampoco falla el Sweet Caroline que atruena por la megafonía.
Sale del vestuario y gira hacia la derecha. Ahí, en penumbra, ve su destino: el verde césped de Mendizorroza. Líneas recién pintadas y esa sensación de inmensidad. Pensará, con razón, que ve mejor desde su sitio en la grada. Probablemente esté en lo cierto. A ras de césped la sensación es distinta, sí, pero también la perspectiva es muy limitada. Al entrenador le toca tirar de ingenio para analizar lo que sucede -por eso tiene en las alturas a algún miembro del cuerpo técnico con el que se comunica su banquillo- y de pulmones. Con casi 20.000 almas animando, no hay forma de que un jugador a treinta metros escuche nada. Tampoco los suplentes ven gran cosa desde las mullidas butacas. Aquellas vetustas sillas de plástico pasaron a la historia.
Recorre el túnel con nervios, de arriba a abajo y vuelta a empezar. Toca los escudos albiazules que flanquean su camino mientras espera a que el árbitro le dé el visto bueno. Se escucha la alineación por megafonía. Ahora sí, el árbitro hace un gesto y ya puede seguir al capitán para adentrarse en el césped. Por un momento, el inconfundible olor de la hierba recién regada lo congela todo. Ya puede rodar el balón. Que arranque otra jornada mágica para un Mendizorroza centenario.
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