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El Alavés de Dortmund, el del ascenso con Mané, el de Bordalás, el del último ascenso a Segunda, el de Jaén, el gol de Toni Moral, el de Guzmán... Javi Moreno, Manolo Serrano, Natxo González, Txutxi Aranguren, Borja Viguera. Gestas, momentos, plantillas y nombres grabados ... a fuego en la memoria de varias generaciones albiazules. Memorias concentradas en un último cuarto de siglo sinuoso, el que va de los últimos botes en la General a las actuales mieles en Primera, pasando por dos participaciones europeas y un vertiginoso descenso a los infiernos de infausto recuerdo.
Un poco más allá, arrinconada por tan trepidante secuencia de acontecimientos en color albiazul, queda la histórica parada de Elgoibar. En el antiguo estadio de Lerún, relegado al olvido hace años por el nuevo Mintxeta. Hazaña inmortal para aquellos aficionados de canas orgullosas, bufanda ajada por los inviernos de Mendizorroza y sentimiento alavesista forjado en el barro más pantanoso. En el lodazal metafórico de una categoría sin pedigrí, la Tercera División. Y también en el real de estadios anacrónicos como aquel de la localidad guipuzcoana, donde hace treinta años más de mil aficionados albiazules celebraron el retorno del Glorioso a Segunda B tras una legislatura en la parte más oscura del pozo, donde el club vitoriano purgó durante cuatro temporadas una mala praxis económica que en 1986 derivó en un indecoroso descenso administrativo por impagos.
cuatro años en tercera
Fue el 1 de mayo de 1990. Un punto de inflexión clave en la historia de una entidad que acaricia su centenario. El germen de todo lo demás. Once años y quince días después, el Alavés desafiaba a la jerarquía continental para mirar a la cara del Liverpool en una final de la UEFA. Allí, en las gradas del Westfallenstadion, los más veteranos recordaban aquellos dos goles de Txosa que habían impulsado hacia arriba al equipo albiazul (0-2). Resurges potente otra vez, sí, pero desde el fondo.
Txosa era el apodo de José María Otaduy, de Arrasate, uno de esos delanteros capaces de rematar cualquier cosa. La punta de lanza de una plantilla que mezclaba calidad y garra, el fútbol de seda de Feijoo y el carácter de Biota (aquello de 'muerde Biota'). Un equipo que, después de tres intentos baldíos con Uriona, Espízua y Juan Mari Begoña en el banquillo, gobernó el campeonato con mano de hierro para, cuando solo subía el primero de cada grupo, rubricar el ascenso de la mano de Luis Astorga.
En Lerún, bajo un sol de justicia, el Alavés culminó sin problema alguno su autoritaria trayectoria. Le bastaba un punto para sellar la temporada antes de tiempo y no falló. La portería de Tinoko apenas sufrió y, en un duelo de pocas ocasiones, Txosa aprovechó una acción confusa en el área local para meter la cabeza (m. 41). Casi al final cazaría un rechace tras disparo de Urbina (m. 85). Allí estaban los Alberto Roth, Muro, Santi, Josu Ugarte, Arrúe, Aldabe, Kepa, Ruiz, Patxi Pérez, el lesionado Camacho...
«El próximo año podemos volver a ascender», declaraba eufórico Luis Astorga, triunfador en su segunda etapa en el banquillo albiazul. Algunos lo consideraron una fanfarronada, pero no se equivocó por mucho. El Alavés 1990-91, con bastantes de los jugadores que habían subido en Elgoibar, fue segundo en el Grupo II de Segunda B, a solo dos puntos del Racing. Le costaría otros cuatro años, lo hizo con Aranguren en 1995, pero la semilla plantada en Elgoibar y el inicio de la construcción de los campos de Ibaia marcaron el inicio del despegue deportivo alcanzaría su cénit en Dortmund.
triunfo por 0-2
Así se escribe la historia del Glorioso, en letras de barro y oro, con la pluma fina del presente y los trazos gruesos de aquellos héroes 'olvidados' que, como recogen las crónicas del momento, coincidían en que «de albiazul, todo es diferente».
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