Final del Alavés en Las Palmas
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Final del Alavés en Las Palmas
Las medidas de seguridad canarias limitan la fiesta albiazulFiesta grande en Las Palmas de Gran Canaria. Fiesta amarilla. La hinchada local es como esas griegas o turcas que abarrotan los aledaños del estadio horas antes del partido. Desde el mediodía, en este caso. Nueve horas, antes del pitido inicial, para no perderse nada. ... Y el recibimiento al autobús del conjunto canario ya no tenía huecos en la calzada desde las cuatro de la tarde.
La hinchada albiazul, a lo suyo. O a lo que le dejaban. Porque el fútbol hace tiempo que dejó de ser del aficionado. Tampoco del seguidor que paga su entrada y cruza miles de kilómetros para ver a su equipo. El protocolo de seguridad les invitaba a acudir al Estadio de Gran Canaria con horas de antelación. No era lo más apetecible cuando el ambiente en las calles más céntricas era sano, amable y tranquilo.
Y porque la alternativa de los seguidores alavesistas en el campo era estar retenidos en unos pocos metros cuadrados con un 'food-track' que hacía las veces de txozna. Un ambiente extraño. La afición albiazul no podía ser ella misma. La Policía les ha conminado a entrar en el estadio dos horas y media antes del inicio del partido. Pero la hinchada vitoriana no estaba por la labor. En tono cordial, en una especie de negociación horaria que les permitira esperar a la llegada del autobús del equipo.
Una convivencia pacífica y distendida rota únicamente por el jefe de seguridad de Las Palmas, que ha amenazado de malos modos a los seguidores vitorianos con quedarse fuera si no entraban en ese momento. Ha quedado en anécdota. No ha llegado la sangre al ría, pero la represalia ha sido cerrar la txozna. Adiós al refrigerio como media de presión.
Y tampoco el recibimiento al equipo ha podido ser el deseado, puesto que el autobús (comercial, no el del club) ha tenido que pasar a todo ritmo por un acceso tan peculiar como la previa. Cosas de los partidos de alto riesgo, como ha sido declarado éste, aunque después el autobús de los aficionados vitorianos que se han desplazado con el club, que iban a otra zona de la grada, ha sido abandonado a su suerte hasta que han llamado la atención de la Policía para ser escoltados por lo que pudiera pasar.
No ha estado encrespado el ambiente, ni mucho menos. Pero es que las camisetas amarillas se contaban por decenas de miles, más que los asientos disponibles, según los medios locales. Aficionados locales a la espera de la reventa, que ha funcionado pese a los avisos del club, o simplemente ávidos de saborear esa atmósfera tan especial que ha diseñado la parroquia local a la llegada de su equipo al estadio.
En el interior, lo habitual. Mucha gente desde las ocho (siete en hora canaria), aplausos para Valles en calentamiento y pitos para Sivera y Owono, los primeros albiazules en salir al campo. Más sonoros cuando ha pisado el césped el resto del conjunto babazorro. Lo primero que ha hecho el de Guinea Ecuatorial ha sido saludar a los suyos. Como ha hecho todo el plantel antes de entrar a vestuarios a recibir las últimas instrucciones. Los suyos eran minoría. Menos del medio millar anunciado. La complicada logística de nuevo, que ha hecho que algunas entradas retiradas se quedaran en Vitoria por la imposibilidad de cerrar el viaje. Pero ese rinconcito albiazul le queda muy bien al Estadio de Gran Canaria.
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