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Iñigo Miñón
Miércoles, 25 de octubre 2017, 17:44
Aprender a ganar. La Copa echa un cable anímico al Deportivo Alavés en la necesidad de suturar una confianza hecha jirones en el primer tramo del campeonato liguero. No es que el equipo albiazul cambiara mucho su estilo de un torneo a otro, la misma ... piel con distinto traje, pero en fútbol un solo gol cambia de golpe la posición del prisma. Un gris más claro, al menos. Lo que caminaba hacia otro encefalograma plano acabó en un latido de esperanza. Un latido de fe, que no es poco en un conjunto tan necesitado de vitamina anímica.
Y una aparición, la de Christian Santos, que rescató del anonimato a la segunda unidad albiazul, empeñada en la primera parte en cargar de razón al entrenador que apuesta por su suplencia. Con más tesón que brillo, las virtudes del único "nueve" puro del equipo dieron lustre al pasito adelante de la escuadra alavesista tras el descanso, después de otra primera mitad plana en la que regaló la pelota al Getafe.
Insistió De Biasi en la defensa de cinco. Parece su plan principal. Y la primera impresión apuntó a dos carrileros largos, pero ni Vigaray ni Duarte tienen ese virtud y esa sensación inicial no llegó ni a declaración de intenciones. Enseguida volvió a ser el Alavés que cede el campo y el balón al rival para amontonar jugadores cerca de su área en su única misión de cerrar huecos. Más escondido que agazapado. Quería buscar la contra, claro, pero resulta misión imposible cuando hay tantos metros por delante y tan pocos efectivos por delante del balón, sin apoyos visibles, con Bojan como islote ofensivo, tan desasistido por el colectivo como desacertado individualmente. Más de lo mismo. Solo Medrán quería poner algo de coherencia futbolística, y dentro de la intermitencia que le permite esta idea que durante tantos minutos convierte a los atacantes en figuras decorativas.
Desaparecido Pina, frustrado Sobrino, perdido Enzo Zidane y desesperado Bojan en una posición, la de referente ofensiva, que no es la suya. Sin demasiadas exigencias para Sivera, solo Diéguez sobresalía entre los no habituales, más allá de algún pecadillo de juventud en la primera mitad. Sin argumentos en ataque, el Alavés fiaba otra vez toda su suerte al cero en su portería, aunque, de la mano de Medrán, adelantó líneas en la segunda mitad.
Apareció entonces Christian Santos, que entró en sustitución de Bojan. Delantero por delantero, pero cambio de perfil. Se iba el catalán, mejor dotado para la segunda línea, para crear más que para chocar. Entraba el venezolano, que, con sus defectos, es el único delantero centro puro de la plantilla. El único que, por características físicas, es capaz de ir a la colisión con el defensa, tanto por arriba como por abajo.
Y el único, posiblemente, capaz de sobrevivir en un ecosistema ofensivo tan agreste. Lo intenta Munir de otra manera, pero visiblemente incómodo en su soledad. Santos es un ariete, un jugador de área, y cazó el primer balón suelto en su zona, aunque no acertó a culminar un remate de difícil ejecución. El segundo, el primero en situación franca, dio al Alavés un triunfo reparador, aunque fuera en Copa. Y, con él, la certeza de manejar otra alternativa ofensiva que puede elevar el nivel realizador.
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