Como en esa época solo bajaba el último, el partido Alavés-Donostia del 19 de febrero de 1933 era clave en esa lucha por evitar el descenso, hasta el punto de que algunos medios hablaron del mismo como de una final adelantada. Y, dada la cercanía entre los dos contendientes, era una pena que ambos no pudieran llevarse la victoria: «Porque si el Deportivo, por la situación actual, hace escribir eso de 'hay que ganar forzosamente', el Donostia está en el mismo caso. Y los dos no pueden ganar. Uno tiene que exasperarse y maldecir su sino… Inevitablemente».
La expectación que había levantado el duelo se frustró momentáneamente al suspenderse por la fuerte nevada que cayó ese día en Vitoria. Algunos aficionados protestaron porque no se hubiera avisado con más tiempo del aplazamiento, evitándoles un viaje en balde pero, tal y como señaló la prensa, quizás exagerando un poco, «se impuso el sentido común. Jugar un partido en las condiciones que estaba el campo era exponer a los jugadores a probables desgracias. Y un partido, aunque sea de la importancia del de ayer, no vale nada comparado con la vida de un jugador».
Al final, el choque se celebró el martes 28 de febrero y acudió mucho público pese a ser entre semana. Esta vez, el Alavés rompió su mala racha en estos derbis y venció por 1-0, aunque «por los pelos», según comentó 'La Libertad': «Creemos honradamente que esta vez el Deportivo ha tenido suerte, pues no merecía haberse llevado los dos puntos del partido. Claro que otras, en cambio, debió sumarlos y no tuvo el santo de cara. Vaya lo uno por lo otro».
El otro diario de Vitoria, 'Pensamiento Alavés', calificó el partido de «paradójico», pues dos jugadores con los que en principio no se contaba para esa temporada habían sido los mejores: el delantero Ricardo Undabarrena, autor del único gol albiazul, y el portero Julio Santamaría. El primero era un chico joven procedente de Dos Caminos, un barrio de Basauri, que había venido «a Vitoria a probar, que no resultó lo que se esperaba y que, por una racha de mala suerte del club, ha tenido que jugar en un puesto cuya labor desconoce por completo». En efecto, el joven vizcaíno había tenido que actuar de extremo derecho y hasta ese día lo había hecho mal, hasta el punto de ser motejado por algunos de «estorbo derecho». Sin embargo, «en continuo contraste, los hinchas que más vociferaban contra Undabarrena y contra los que habían ordenado su alineación aplaudían con entusiasmo, con locura, al modesto muchacho, abrazándole después de su hazaña».
El caso de Santamaría era casi opuesto. Había tenido un paréntesis en su trayectoria futbolística tras dejar el Baracaldo en 1929. En el Alavés, cuatro años después, había tenido que cubrir la precipitada marcha del titular Urreta. «Un portero que llevaba meses y aún años de 'parao'. Se ofreció el club incondicionalmente. Era viejo, cuando otros no lo querían… Y como no había otro remedio se decidió al fin, después de muchas meditaciones, colocarlo en la puerta que Urreta, incomprensiblemente, dejó vacante. Y Santamaría se ha mostrado en dos partidos que le hemos visto como un portero bueno de verdad». En resumen, estos «dos elementos extraños casi en el equipo» habían ganado al Donostia, aunque su esfuerzo no fue suficiente para salvar al Alavés que, al final de esa temporada, bajó por primera vez a Segunda división.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.