En el despacho del Palacio de la Provincia que ocupa el diputado general Ramiro González una camiseta del Alavés se guarda plegada dentro del sobrio mobiliario en marrón que combina hermosamente con el azul y blanco de la prenda al ser desdoblada. «Para la ... Excelentísima Diputación Foral de Álava, con cariño», escribió alguien sobre las franjas a modo de gratitud al subir Las Gloriosas a Primera hace dos años. Otro ascenso, el que persigue ahora la tropa de Luis García, desea que se consuma, mejor si es directo a finales de mayo, la máxima autoridad del territorio. Por ese anhelado ascenso con el que sueñan también miles de alaveses se enfunda la elástica el aficionado Ramiro -no el político- que alza también la bufanda como hincha de graderío y se atreve -«¿por qué no?», dice el ilustre protagonista- con las pinturas de guerra de las grandes ocasiones, dos trazos con los colores del Glorioso sobre los pómulos.
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Sin traje, casi a pecho descubierto, Ramiro González aparenta encontrarse en buena forma, al menos delgado, por las calorías consumidas como 'runner' que se proclama. Aunque no está, que lo sepa el míster, para la alineación. Cuenta que su alavesismo se remonta a aquel cruce de cuartos de la Copa entre el Alavés de Valdano y el Barça de Cruyff con gol de Eliseo Salamanca el 15 de febrero de 1978. «De chaval iba a la 'General' pero aquel partido lo vi en Polideportivo. Recuerdo el ambientazo, el campo estaba a reventar». Luego, el alavesismo de Ramiro se contuvo entre los estudios de Derecho en San Sebastián, el primer trabajo, el posterior matrimonio y la crianza de sus dos hijas. Con el tiempo reapareció por el paseo de Cervantes «ya como aita». Y es en este punto cuando de su pasado reciente futbolero le brotan pasajes. «Fue la pequeña de las niñas la que me empujó a volver. Nos hicimos socios».
De esto hace como dos décadas. De ese 'déjà vu' en tonalidades azules y blancas descubre un episodio llamativo, de compromiso. «La llevé conmigo a la manifestación contra Piterman. Estuve en Sentimiento Albiazul». En calidad de abogado asesoró a aquella plataforma de perseverantes accionistas que hizo de ariete contra las tropelías del Dmitry. «Sentimos que el club estaba en peligro. Algo había que hacer más allá de criticar en los bares. Y comparecí en las Juntas Generales», se sonríe quien hoy preside la Diputación. Confeso «sufridor» de la causa albiazul, asegura que «en casa lo paso peor». Así que hoy alentará desde el palco «a un equipo que me transmite confianza».
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