Colina, en su etapa en el Burgos, cabecea un balón en un partido contra el Alavés en Mendizorroza. Igor Aizpuru

«Casi pierdo un ojo jugando en Mendizorroza»

Fernando Colina, actual segundo entrenador de la Deportiva Minera, rival de Copa de los vitorianos, recuerda su etapa en el filial albiazul

Jueves, 5 de diciembre 2024, 00:28

Solo se vistió de albiazul durante un año, pero vaya año... «¿Cómo no la voy a recordar? ¡Fue la temporada de la final de la UEFA!», recuerda, orgulloso. Fernando Colina jugó en el filial del Alavés en la campaña 2000/01 y pudo entender desde ... dentro el porqué se le conoce como El Glorioso. Casi un cuarto de siglo después, la Copa vuelve a cruzar sus caminos. Colina ocupa desde hace cinco años el cargo de segundo entrenador de la Deportiva Minera, rival el jueves (21.00 horas) de los vitorianos. Un duelo cargado de recuerdos; muchos alegres y otro sobrecogedor. Porque defendiendo la camiseta del Burgos, en un partido en Mendizorroza estuvo a punto de perder un ojo.

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«Mira, te voy a confesar una cosa. Cuando salió la papeleta del Alavés les dije orgulloso a mis compañeros: Yo defendí esa camiseta». Ahora le toca vestirse de David para tratar de vencer a Goliat. «Somos un equipo humilde (militan en Segunda RFEF, tres categorías más abajo) que se enfrentará a todo un Primera. Para nosotros esto es un regalo a todo el esfuerzo y disfrutaremos de algo que no creo que se vuelva a repetir», comenta, a la conclusión del primer entrenamiento enfocado en la Copa. «Llegamos a las 4.30 del partido en Jerez y a las 11.00 horas ya estábamos empezando la sesión». Lo hacen desbordantes de ilusión.

Su peor momento

«Jugando con el Burgos en 'Mendi' casi pierdo la vista por un desprendimiento de retina», recuerda

Prometen dar guerra. Pero eso, una vez arranque el partido. En la previa quieren saborear este mágico momento, algo que en su caso es aún más especial. Tiene un álbum repleto de fotografías y recortes de prensa de su trayectoria. Y casi al principio está su capítulo en albiazul. Tan solo tenía 23 años y recibió la llamada que todo futbolista espera: el filial de un equipo profesional, las puertas a poder llegar a la élite. «Venía de jugar en el Bermeo, que acababa de bajar de Segunda B, y me llamó el Alavés. La idea era que jugase en el equipo de Tercera División, pero me subieron al segundo equipo, que militaba en Segunda B. Era una oportunidad». Y se desvivió por ella.

«Yo vivía en Castro Urdiales y viajaba a diario a Vitoria (separados por 90 kilómetros) para participar en los entrenamientos. Una vez terminábamos, me volvía a casa. Y así, durante todo un año», recuerda. Devoraba 180 kilómetros de carretera y destinaba más de dos horas para vestirse de corto y perseguir su sueño. «No me costaba porque era joven y estaba ilusionado. Con esos dos condicionantes nada te duele», explica, sobre esos maratones por la A-8 y la AP-68.

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La única excepción eran los viernes, previa del partido. «Me quedaba en casa de Epitié, que vivía en la capital alavesa, y juntos íbamos al campo. Recuerdo que después de los partidos nos juntábamos varios para ir desde Betoño corriendo hasta el Buesa Arena para descargar las piernas». En su caso, sumó un total de 15 partidos, con un total de 1.011 minutos. «Recuerdo que no era un filial al uso, había muchos jugadores con experiencia porque se había preparado un equipo para ascender. La competencia era muy alta».

Final de la UEFA

No obstante, aquel año toda la atención la acaparó el primer equipo. La histórico andadura europeo se culminó con la final de la UEFA contra el Liverpool. «Me alegré muchísimo por el club, se consiguió poner el nombre de Vitoria en el mapa. El ambiente en el primer equipo era especial, desde el filial lo vivíamos con una envidia sana», comenta. Una hazaña que pudo influir en su futuro. «Me dio la oportunidad de reengancharme en el fútbol».

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Porque el nombre del conjunto vitoriano ganó peso y muchos agentes fijaron sus ojos en sus futbolistas. «En un partido de pretemporada, un representante se interesó en gestionar mi carrera. Me comentó la posibilidad de recalar en equipos del sur de España, donde había dinero por la burbuja de la construcción». De manera que hizo las maletas, primero al Águilas y después al Lorca. Tras pasar por el Mazarrón, el Torrevieja y Roquetas, recaló en el Burgos, donde tuvo la oportunidad de resarcirse de su etapa como albiazul.

Porque no solo se enfrentó al Alavés, sino que pudo por fin de debutar en Mendizorroza, «un campo siempre especial para jugar». Fue en la temporada 2011/12. Aunque lo que debía ser un partido para el recuerdo, terminó en un gran susto. En el minuto 61 se tuvo que detener el partido. «Tratando de despejar, un compañero me dio un balonazo con la mala suerte de que el esférico me golpeó en el ojo. Caí al suelo y casi perdí la vista por un desprendimiento de retina. Me llevaron directo a Urgencias porque tenía el ojo blanco. Estuve cuatro semanas de baja», evoca. La fortuna quiso que «el ojo no se diese la vuelta».

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La Copa le brinda ahora una nueva oportunidad para disfrutar de ese reencuentro con el Alavés, un equipo que marcó su carrera. «Voy a disfrutar cada minuto del partido».

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