Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
«Todavía solo es un niño. Tiene que aprender a sufrir sin quejarse». Marcos Llorente aceptó como una pequeña condena que esa frase fuera una de las más repetidas por Mauricio Pellegrino durante la temporada que ambos coincidieron en el Alavés, la 2016-17. Se ... trataba de una especie de freno preventivo del técnico argentino, quien pretendía evitar que la nueva sensación del fútbol español se convirtiera en una estrella fugaz, de ascenso meteórico y de caída vertiginosa. El mediocentro había pasado de ser secundario en el Castilla a erigirse en el mejor recuperador de Primera División en Vitoria. Ni siquiera la formación que había recibido el jugador desde su nacimiento, con un linaje completo de futbolistas profesionales, ni su notable madurez servían de atenuante ante el consejo del técnico, tan exigente como didáctico.
Aquellas palabras, que el futbolista del tupé dorado aceptaba con naturalidad como parte del juego, cobran hoy más relevancia que nunca. Llorente se cansó de sufrir un silencio cruel e hiriente en el banquillo del Real Madrid, donde siempre fue relegado por Zinedine Zidane, incluso cuando estuvo a sus órdenes en el filial blanco, en Segunda B. Al centrocampista le llegaban oportunidades puntuales, aisladas y sin rodaje, que disparaban la presión por demostrar que tenía un hueco en el esquema merengue. Era chocarse contra un muro. Entre las combinaciones que manejaba Zidane para su equipo, en ninguna aparecía su nombre. La oscuridad era densa y permanente, solo interrumpida por la pequeña ventana que le abrió Solari.
Desde que debutó en Primera en la campaña 2014-15, Llorente solo ha disputado 77 partidos en la élite. Es decir, en Liga, Copa, Champions y Mundial de Clubes. Y la mitad de ellos (38) fueron con la camiseta del Alavés. Llorente quiere ahora sufrir como le pedía Pellegrino, con la elástica pringada y sin aliento, y no con la mirada perdida en el banquillo o con su dorsal casi inédito en las convocatorias. Decidió que el camino más corto era con el Atlético, al que también le unen lazos familiares (su abuelo, Ramón Grosso, y su padre, Paco, lucieron la casaca colchonera) y un estilo que encaja como un guante en la libreta del Cholo Simeone.
El exalbiazul es el primer golpe de efecto que persigue el Atlético para regenerar una plantilla que perderá a figuras como Rodrigo, Godín y Griezmann de cara a la próxima campaña y con el que consigue, además, convencer a un merengue para que cambie de bando por primera vez desde 2006, cuando lo hizo José Manuel Jurado.
Simeone dará cuerda a los brotes de ilusión que creó Llorente durante la breve etapa en la que disfrutó de cierta continuidad, antes de que el regreso de Zidane lo condenara de nuevo al ostracismo. El centrocampista, por su lado, asume con madurez que su lugar está más cerca de una unidad de infantería como la de Simeone que del glamour del Santiago Bernabéu. Fue ese precisamente su mayor descubrimiento en el Alavés, donde nació un 'stopper' de gran proyección y dejó atrás el sueño de heredar el rol creativo de Xabi Alonso, a quien admiraba con fervor. Llorente suspira ahora por experimentar de nuevo ese sufrimiento tan dulce del contacto físico, las disputas y la extenuación, esa sensación que añora desde que se despojó de la elástica albiazul.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.