Si como dicen en cada crisis hay una gran oportunidad, la del Alavés se presenta este domingo en Mendizorroza. Tras el 4 de 27 puntos que desencadenó la controvertida destitución de Luis García Plaza, el advenimiento de Chacho Coudet dio un punto de sutura ... a los albiazules en El Sadar. Esa igualada cosida entre Sivera y Kike García a base de eficacia y acierto en las áreas. Ni más ni menos. Pero la hemorragia no se ha cortado (un triunfo en diez partidos ligueros) y la supurante herida necesita de inmediato una venda en forma de continuidad en los resultados.
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La visita de un vecino lanzado amenaza el estreno del técnico argentino en Vitoria, es cierto, pero también ofrece esa posibilidad de levantarse ante la adversidad en un duelo especial, hacer 'click' en la tecla futbolística adecuada y cambiar el estado general de ánimo. Todo será necesario cuando a tres jornadas para el final de la primera vuelta el casillero habla de 15 magros puntos y unos puestos de descenso que rozan las botas albiazules.
Y es que una temporada donde la aspiración del aficionado alavesista era vivir con cierta tranquilidad se ha convertido en una pre-Navidad de pulsos acelerados y vértigo clasificatorio. Quizás lo más frustrante sea la sensación de que la única expectativa posible del club en la máxima categoría es sobrevivir. En lo deportivo, a un paso adelante (el notable final de la pasada campaña con ese décimo puesto) sigue otro atrás. Es decir, los actuales y justificados temblores por el rendimiento de un equipo tan esforzado como tierno y falto de recursos en algunas posiciones.
La etiqueta de 'recién ascendido' parece adherirse a la piel albiazul y despegársela para subir al menos un mínimo escalón en la jerarquía futbolística sigue siendo solo una idea lejana. Para la reflexión interna y externa queda que las dos mejores posiciones clasificatorias en la historia reciente albiazul (novena y décima) llegasen en 2017 y 2023, justo tras los dos últimos ascensos a Primera.
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Después de este desahogo, atribuible a la nube negra de dos últimos meses de desencantos sobre el césped, habrá que invocar a los Contra, Bodipo, Nené, Theo o Munir, protagonistas o actores de reparto en algunas de las últimas escenas de grato recuerdo albiazul en los derbis frente al Athletic. También a un Chacho Coudet fogueado en Argentina en los volcánicos duelos de rivalidad en Rosario (Central-Newell's) y Buenos Aires (River-Boca).
Por ello, posiblemente pensando que un derbi vasco es algo así como un amable encuentro de antiguos alumnos en las bodas de plata del colegio. No va a ser, desde luego, porque el nuevo preparador alavesista no les recuerde a los futbolistas cómo se juega un encuentro de estas características. Era Coudet un centrocampista explosivo, de lengua larga y mecha corta cuando se trataba de dar fuego a un partido. En forma, sería un titular fijo en el once albiazul de cualquier época.
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Sí, lo sabemos desde el principio, no hay demasiados o casi ningún argumento objetivo en términos futbolísticos que hable de que un Alavés titubeante pueda superar a un conjunto vizcaíno enrachado y pletórico de forma. Casi mejor. Ya se sabe que el fútbol es así o tal vez no sea así; que, palabra de Víctor Laguardia, el conjunto vitoriano es 'capaz de liarla' cuando menos se espera; que empíricamente está demostrado que toda racha que se alarga –negativa o positiva– está más cerca de acabarse y, por supuesto, que una txapela de nieve cubre el Gorbea y en estas circunstancias Siberia-Gasteiz se parece a la irreductible aldea gala de Astérix.
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