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Seamos sinceros. Jamás se ha escuchado por parte de entrenadores, directores deportivos o el consejo de administración del Alavés una sola declaración pública referida a la intención de hacer un buen papel en la Copa del Rey. Al menos en la pretemporada, cuando se habla ... de objetivos; al menos en la historia reciente, pongamos que las tres últimas décadas. Vaya por delante esta realidad a la hora de contextualizar lo que la competición supone para el conjunto vitoriano, incluso cuando el sorteo depara un derbi a domicilio frente al Athletic.
Con las exigencias ligueras normalmente en el límite, como es de nuevo el caso en esta campaña, el torneo de eliminatorias queda relegado a un segundo plano. A una especie de laboratorio cuya misión esencial es probar fórmulas válidas que se puedan aplicar durante los meses decisivos del campeonato. La irrupción de un Tenaglia excelente en el centro de la defensa es el mejor ejemplo. Otra cuestión es que metidos en harina de octavos de final uno piense ya, por qué no, en comerse un rebozado a la vizcaína. «Estamos en el baile, bailemos», decía Mauricio Pellegrino cuando aquel Alavés se colocó entre los cuatro mejores y quedó emparejado con el Celta en 2017. Camino hacia su única final copera. También después de un ascenso...
De la naturaleza singular de la Copa, más aún en este formato de partido único que solo se romperá en semifinales, hablan muchas circunstancias. Las albiazules más célebres apuntan a esa final del ya desaparecido Vicente Calderón o a las semifinales anteriores frente a Zaragoza (2004) y Mallorca (1998), esta última tras la eliminación del Real Madrid y aquel gol de Pedro Riesco dedicado al lesionado Bermúdez en el Bernabéu. Años antes también a aquel tanto de Eliseo Salamanca al Barcelona.
Pero igualmente explica la Copa que en 90 o 120 minutos nada hay perdido ni garantizado. Que se lo digan a aquel triunfal equipo de Mané que se presentó en la final de la Copa de la UEFA en Dortmund. Meses antes, allá por diciembre de 2000, caía a penaltis frente a la Gimnástica de Torrelavega de Segunda B en El Malecón. Ahora, la escuadra dirigida por Ernesto Valverde partirá la próxima semana como favorita en el partido que se disputará en Bilbao. Pero solo eso.
Que la parte más densa de la Copa se celebre en enero añade además un punto meteorológico a estos partidos. El Betis ya se hundió en Mendizorroza bajo el aguacero real y también bajo el metafórico del juego albiazul. No demasiado le faltó al Celta para desaparecer en las arenas movedizas de Urritxe en su duelo del domingo frente al Amorebieta (2-4). A uno ese lodazal le recordó a aquellas declaraciones del exalbiazul Antonio Gorriarán cuando, recién fichado de Primera, disputó un partido de Segunda B con el Alavés sobre el 'césped' de la Sociedad Deportiva Hullera en Ciñera de Gordón. «Creía que campos como éste ya no existían», explicaba aún con las botas cubiertas de barro. ¡Qué manera de rendir y de proporcionar titulares la del entonces defensa central!
Volvamos a la Copa y al frío. Cada uno tendrá sus recuerdos, pero aquellas fogatas prendidas en plena grada General de Mendizorroza en noches bajo cero al borde de la hipotermia resultaban poco menos que hipnóticas. Menos mal que la liga no puede sancionar con efecto retroactivo. Lástima, por supuesto, el orden de las bolas. Que la eliminatoria se juegue al otro lado del peaje. Jugar en casa era el gran deseo. Ahora, claro, es ganar.
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