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Los árboles, el bosque, y un éxito para la reflexión. El Alavés ha conseguido el objetivo. Aprobado. Pero a su manera. Con interrogación. El equipo albiazul seguirá un año más en Primera, un motivo de celebración. Pero la imagen, sobre todo después del parón, no ... ha sido la adecuada. Y debe conllevar necesariamente una elevada dosis de autocrítica. A todos los niveles. Desde arriba hasta abajo.
Desde una dirigencia más empeñada en inversiones extradeportivas que en apuntalar una plantilla de mayores garantías en Primera, donde está el dinero que dará solvencia al futuro del club; hasta una plantilla que, tras el paréntesis liguero, se ha diluido en batallas internas subordinadas a las duras negociaciones con el club por el ERTE y el posterior recorte salarial. Pasando por el entrenador, Asier Garitano, que no supo gestionar ese conflicto y perdió las riendas del vestuario. Y por la dirección deportiva, que en verano diseñó una plantilla desequilibrada que no terminó de compensar en el mercado invernal.
Futuro
Toca aprender de los errores tras una temporada dividida en dos. La primera parte, hasta que la pandemia del coronavirus confinó el balón. Que mostró un Alavés irregular. Bipolar. Sólido en casa, errático fuera. Lo suficiente para ir aprobando los exámenes parciales. Y frenado, posiblemente, en su mejor momento de la temporada, cuando el equipo albiazul, aún sin alardes, parecía ir encajando en el libro de estilo de Garitano, favorecido por las incorporaciones invernales, que, al margen de su rendimiento, daban más alternativas tácticas al técnico de Bergara.
El Alavés paró en decimocuarta posición, con siete puntos de renta sobre la permanencia, encarrilada, a priori. Todo se derrumbó después. El equipo se creyó salvado con la victoria ante la Real Sociedad y se dedicó a especular con el esfuerzo y el compromiso. Como aceptando unos servicios mínimos que sirvieran para una salvación calibrada a tal efecto. Complicado de gestionar. El equipo perdió el alma y Garitano perdió el control.
Y el club, en plena agonía inesperada, tuvo que recurrir a Muñiz para apagar el incendio. Cumplió con su cometido el técnico asturiano, empañado por la apatía que transmitió el grupo en el último partido, una vez conseguida la salvación. Pero se antoja muy complicado que siga. Es una opción que está a la cola, pero el club busca un entrenador que regenere un proyecto magullado en este atípico tramo final.
El resultado de todo esto es que el Alavés ha sido el segundo peor equipo después del parón (7 puntos en once jornadas), solo mejor que el Espanyol (5), y el equipo más goleado en este período (22), el tercero en todo el campeonato (59). Demasiados tantos en contra para nada bueno. La segunda peor puntuación del conjunto albiazul en Primera desde que las victorias valen tres (3), solo por delante de los 35 puntos que firmó en su penúltimo descenso, en la temporada 2002-03, cuando Aranguren relevó a Mane, e igualado con el de Chuchi Cos, Oliva y Mario Luna en la 2005-06, que también acabó en Segunda.
Sirva como reflejo los 32 jugadores que ha utilizado el Alavés esta temporada –36 si se suman los que han sido convocados sin debutar (Dani Torres, Ismael, Rafa Navarro y Aritz Castro)–. Demasiada inestabilidad. Que empezó en verano, con el traspaso de Maripán al Mónaco, cubierto con la cesión de Magallán. Y siguió en invierno con la venta de Wakaso, de lo mejor del equipo hasta entonces. Llegaron en enero Camarasa –de más a menos–, Edgar y Fejsa. Más opciones, pero lejos de las expectativas.
No ha sido tampoco un curso de buenas notas individuales. Solo han destacado Joselu, el mejor de la temporada, Lucas, pese al bajón tras el parón, el siempre fiable Duarte, la intensidad de Ximo y la irrupción de Borja Sainz, la mejor noticia del año. Y Roberto, héroe inesperado en el sprint final. Ni siquiera valores seguros como Pacheco y Laguardia han rendido a su nivel, con algunas decepciones como Luis Rioja, Pere Pons o Aleix Vidal, creciente hasta llegar bien al paréntesis, de comportamiento dudoso después.
Son los goles de la dupla gallega, once por cabeza, casi un tercio de los que ha marcado el equipo (34), los que han mantenido a flote a un equipo plano que vivía más pendiente del rival que de explotar sus propias virtudes. Y que ha dejado demasiadas dudas.
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