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Apoteosis sin premio en MendizorrozaLa razón no alcanza a explicar casi nada de lo que se vivió este viernes en Mendizorroza. Solo la emoción animal que el rodar del balón sobre el césped hace aflorar ayuda a concretar algo de lo que sucedió en poco más de noventa ... minutos. Del entusiasmo a la rabia. Después, a la frustración, el miedo o el odio. Pero también la esperanza, la alegría, la euforia y la pena. También las vueltas a lo que pudo ser y no fue. Pero, todo, con un denominador común. Mendizorroza tuvo su noche. En la jornada con mayor asistencia de la temporada, 19. 202 espectadores, el estadio vitoriano volvió a transformarse en fiera.
El partido ya había arrancado días atrás, con la vertiginosa venta de entradas de ambos equipos. Y siguió jugándose cuando todavía quedaban horas para que el balón echase a rodar. La avanzadilla granadina llegó por la mañana. Antes que los autobuses fletados por el club y que desembarcaron sobre las 14.30 horas. Con una sorpresa a su llegada: para su enfado, se vieron 'confinados', por protocolo policial, en Salburua hasta que, de nuevo sobre ruedas, pusieron rumbo a Mendizorroza. También hicieron ruido; aunque, cuestión de números, el protagonismo fue local.
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Con camisetas albiazules coloreando poco a poco la ciudad, algún cántico infantil y el aroma de que no era un día cualquiera. Mientras el grueso de los aficionados visitantes accedía a Mendizorroza, los locales arrancaron la traca final. En Portal de Castilla se gestan los grandes recibimientos albiazules y el de ayer fue apoteósico. Centenares de personas con petardos, banderas y bengalas. Pasillo de honor al bus albiazul. Llegó al estadio magullado, con una luna dañada. Sin diagnóstico sobre qué había pasado, pero tampoco señales de trifulca. El club, precavido, quiso mostrar su «rechazo más contundente».
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De ahí, tras una previa que tomó los alrededores del estadio y donde los visitantes que llegaron por su cuenta -sin problemas para desplazarse por la ciudad- se integraron con naturalidad entre los albiazules. Dentro, alguna cara conocida como la del baskonista Joan Peñarroya, el bonito gesto de Callejón entregando su sudadera a un aficionado que había recibido un balonazo… y un grupo de curiosos invitados: cinco aficionados de Las Palmas, todos de riguroso amarillo, pendientes del partido. Su equipo juega el lunes en Eibar y ahí no faltarán, pero el ascenso se disputa ya en todas partes.
La pregunta de si se iba a lograr la mejor entrada de la temporada comenzó a resolverse rápido. Ya antes del arranque, la imagen era magnífica. Ideal para recibir sobre el césped a un puñado de albiazules de corazón. Integrantes del juvenil babazorro que, en 1998, fue subcampeón de la Copa. Recibimiento caluroso devuelto con creces a una hinchada que no deja atrás a ninguno de los suyos. Que tiene el pasado marcado en la piel.
El pitido inicial y un inicio prometedor albiazul terminaron de encender la mecha. Aunque el fondo de animación dejó un minuto de silencio inicial para la protesta. Con una pregunta: «¿Esto es horario para una final?». Para las guerras justas nunca hay tregua. La batalla sobre el césped también se volvió cruenta. Campo y grada se retroalimentaban en un ambiente cargado de tensión. De idas, venidas y mucho descontrol. Sobreaceleración albiazul y el mazazo del penalti transformado por Uzuni.
Pero con cánticos de 'el Glorioso nunca se rinde' al descanso. Había confianza. Reforzada tras la temporada superioridad numérica del segundo acto. Entrada ya en el terreno de la épica. De pronto, gol de Rioja. Mendizorroza, entonces sí, explotó. La crueldad más salvaje, la del cara o cruz desde los once metros, le dejó sin premio completo y un regusto amargo. Pero con el orgullo intacto y la fe de que el Alavés aún tiene mucho que decir.
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