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Al menos le queda la épica. El toque de orgullo, de rabia, para rescatar un punto cuando sobre Mendizorroza solo había nubarrones. El gol de Carlos Vicente y el arreón final de un equipo que pudo marcar el segundo atenúa el fondo, pero no la ... forma, de otra tarde inquietante. Una jornada inusualmente mundana, escasa de personalidad y con poco fútbol. Muy poco para un equipo que se sabía ante una oportunidad propicia para recuperar el tiempo perdido, pero que dejó muchas más dudas de las pocas que pudo resolver. El Alavés sigue sumido en las tinieblas.
El fallo es multiorgánico. Pero lo que desangra al equipo es su fragilidad defensiva. La seguridad que el año pasado le convirtió en un bloque rocoso aunque en ataque atravesase complicados momentos de sequía es historia. El Alavés es un manojo de nervios y un equipo con mandíbula de cristal. Camina sobre el filo, con la permanente sensación de que antes o después un error puede echar al traste el escaso botín obtenido. Un rosario de tropiezos partido tras partido al que es muy difícil sobrevivir.
La obligada apuesta por Diarra en el puesto del sancionado Manu Sánchez ilustró el serio problema que tiene el equipo en el lateral zurdo. El malí es un central competente que en la banda naufraga. Un futbolista indescifrable, capaz de protagonizar notables acciones con el balón pero también autor de impropios errores defensivos. Pero tampoco puede permitirse el equipo acciones como la que le costaron el gol visitante. Del pase de Abqar, en otro exceso de confianza, en la salida de balón al peor repliegue posible para intentar como fuera evitar la tragedia.
Aunque es la defensa la que en peor lugar deja al equipo por la gravedad de los errores, el Alavés continúa encallado en un serio atasco creativo. El juego no fluye por el centro y las bandas no consiguen compensar esas carencias. Aunque estuvo más tiempo en campo rival que en jornadas previas, gran parte de los intentos albiazules se limitaron a centros sin mordiente. La pausa para mover el balón y buscar el hueco no estaba. El paso de los minutos no hacía más que carcomer una moral frágil.
Esa deficiente suma de argumentos acaba arrojando a un Alavés endeble también en el plano anímico. Por más que consiga mantener cierto nervio, como el que le permitió conseguir el empate en su enésimo intento, el equipo transmite inquietud. No solo está lejos de su solvencia deportiva del arranque de curso, sino también de la confianza propicia para afrontar una tarea complicada. Aunque la épica le permitió esquivar un iceberg de consecuencias potencialmente, el camino que le queda por recorrer en las próximas semanas está plagado de incógnitas. Necesitará más que el orgullo para salir indemne de ellas.
La estadística muestra a un Deportivo Alavés que disparó en hasta 18 ocasiones. Es el segundo partido del curso con más remates, solo detrás de la derrota contra el Espanyol (19). Entonces, el plantel albiazul marcó dos goles, aunque volvió a quedar penalizado por sus lagunas defensivas. Ayer estuvo también a punto de marcharse de vacío pese a su casi veintena de intentos. Siete de esos remates fueron entre los tres palos. Pero solo uno acabó en gol. Eso contrasta con la efectividad de un Leganés que supo adaptarse mucho mejor al desarrollo del partido. El bloque pepinero disparó en seis ocasiones y solo tres de ellas fueron entre los tres palos, pero le bastó para marcar un gol y tener dos manos a mano con Sivera que a punto estuvieron de acabar dentro de la portería.
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