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El empate fuera de casa es un buen resultado en una eliminatoria en la que, en caso de llegar en tablas al final de una hipotética prórroga en Mendizorroza, pasa el Deportivo Alavés. Pero las caras de los jugadores albiazules al final del derbi, cuando ... se acercaron a agradecer el apoyo de su grandiosa hinchada, no transmitían satisfacción. Eran de cierta resignación. Como de oportunidad perdida. Mientras Luis García se afanaba en animar a los suyos, estos parecían darle vueltas a a esos veintipico minutos en superioridad numérica que no depararon ocasiones en la portería de Luca Zidane. A la renta perdida en un error defensivo al filo del descanso. El empate del sí pero no. Que deja todo abierto para el choque del jueves en Vitoria.
Un resultado que seguramente cabía en muchos cálculos previos, pero el derbi transcurrió a saltitos imprevistos. Desde el principio, cuando Sylla, la sorpresa de la alineación, se vistió de inesperado héroe inicial tras aprovechar un fallo de la zaga y el portero azulgranas en un saque de banda. Eso sí que no entraba en los planes de nadie, que el duelo moviera ficha en la menos atendida de las jugadas a balón parada. Porque el Eibar empató igual, en otro saque de banda. En otro grosero error defensivo, esta vez de Abqar.
Con un espectacular recurso del delantero armero, eso sí: Juan Diego Molina mutó de Stoichkov, el apodo que le acompaña en su carrera futbolística debido a la predilección de su padre por la estrella búlgara, en Zlatan Ibrahimovic, que bien podía haber añadido a su catalogo de remates acrobáticos el tacón alto que se sacó de la chistera el gaditano para sorprender a Tenaglia y Sivera. Y, siendo la última jugada del primer tiempo, para asestar al Alavés uno de esos golpes anímicos de los que cuesta recuperarse en un duelo en el que juega tanto lo emocional.
Le había costado entrar al Eibar en el partido. El camarero del bar Arkupe de la céntrica Plaza Unzaga decía a primera hora de la mañana que en la ciudad guipuzcoana no había mucho ambiente de ascenso tras el varapalo que se llevaron la temporada pasada. Y el equipo de Gaizka Garitano pareció arrastrar ese estigma en los primeros minutos, como si le costara creérselo. El Alavés controló mejor la primera mitad, pese a los arreones locales, hasta esa genialidad de Stoichkov que dejaba el partido empatados a fallos notables.
Pero las cabezas también juegan. Y en la segunda, pese al penalti a Jason que árbitro y VAR pasaron por alto en el área local, estaba siendo mejor el Eibar hasta que otro detalle atípico volvió a cambiar la flecha del juego. Tampoco es normal que un defensa de la experiencia de Arbilla haga esa entrada en el centro del campo con una tarjeta amarilla en su casillero. La primera se la sacó Alkain nada más salir al campo. La segunda, Villalibre, que también llevaba poco tiempo en el campo. El Búfalo recibió la ovación de la afición alavesista, que le quería dejar claro así que no había nada que perdonar, que la ocasión errada en Las Palmas forma parte del juego y que sus lágrimas canarias son gasolina para la grada y para el vestuario.
El vizcaíno debutó a lo grande con el Alavés precisamente ante el Eibar, con dos goles que hicieron buena la superioridad numérica albiazul en Mendizorroza. En Ipurua no se pudo repetir la historia. El cuadro local plegó líneas y obligó a los vitorianos a jugar en pocos metros, algo que no se les da muy bien. Lo intentó Luis García con dos puntas -Panichelli junto al Búfalo (Miguel se quedó en el banco tras su mal partido en Gran Canaria)-, pero apenas les llegaron balones. Rioja no percutió por su banda como lo había hecho en la primera parte. Y el Alavés volvió a ser presa de su poca inspiración ofensiva. La solución pasa por Vitoria.
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