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Seguramente los «entusiastas del sport» que el 23 de enero de 1921 decidieron cambiar el nombre del Sport Friend's Club por el de Deportivo Alavés nunca imaginaron que esa pequeña semilla llegaría a ser el árbol frondoso que en este 2021 cumple un ... siglo de vida. Y eso que su primer presidente, el joven periodista Hilario Dorao, tuvo claro desde el principio que quería formar «una Sociedad grande, fuerte y poderosa, digna de Vitoria». Los comienzos no fueron fáciles: quienes fundaron el club eran unos jóvenes sin apenas medios, no tenían campo propio y debían habilitarlo cada vez que jugaban en un descampado; no había vestuarios, por lo que tenían que cambiarse al aire libre, provocando el escándalo de más de un viandante.
Las cosas empezaron a cambiar cuando entraron a dirigir el club personas de mayor edad, social y políticamente bien situadas en la ciudad, entre los que enseguida destacó el médico Amadeo García de Salazar. El Alavés se federó en 1923, inauguró un estadio de su propiedad, que recibió el nombre de Mendizorroza, y comenzó a competir. Su carrera fue meteórica: en su segunda temporada regular subió a la Serie A de Vizcaya (la máxima categoría posible); en 1928 llegó a la semifinal de la Copa del Rey; en 1930, dos años después de la creación de la Liga, ascendió a Primera División.
El Alavés era casi un recién nacido que se codeaba con clubes con treinta años de historia a sus espaldas. Se mantuvo tres temporadas en Primera, esculpiendo una identidad que en buena medida se ha mantenido hasta nuestros días: la de un conjunto modesto, simpático, luchador, consciente de su 'lugar en el mundo', de más bravura que técnica y querido por los rivales. Fueron los años de Ciriaco, Quincoces, Antero y muchos otros. El Alavés era ya un símbolo compartido, que unía «en una misma alegría, al aristócrata y al obrero; el de la extrema derecha y al más radical de la izquierda». Sin olvidar a las mujeres, que en 1929, en plena dictadura de Primo de Rivera, eran un 24% del total de socios.
Pero la historia albiazul es una montaña rusa, que intercala etapas exitosas -no exentas de emoción y sufrimiento, que por algo forma parte del ADN alavesista- con otras de crisis. En plena depresión económica de los años treinta, el club, presa de una gran inestabilidad interna, estuvo a punto de desaparecer ya en 1934. Ni el traspaso de los mejores jugadores a ni la venta de Mendizorroza a la Caja Municipal frenaron la sangría. En 1934 renunció a jugar la Liga de Segunda por no poder pagar los viajes del equipo; dos años después pasó de la Federación Vizcaína a la Guipuzcoana, para evitar saldar las deudas contraídas con la primera. Pero, cuando se habló de disolver el club, los aficionados se negaron. La prensa recalcó que el Alavés no podía desaparecer: «es algo muy nuestro».
Tras reconvertirse al amateurismo, paradójicamente la Guerra Civil provocó una efímera nueva etapa gloriosa. Antiguos futbolistas babazorros y otros que jugaban en equipos de la zona republicana reforzaron el once albiazul. Pese a la guerra, los mandos militares permitían que algunos de ellos compatibilizaran sus deberes castrenses con su aportación al juego albiazul. Al fin y al cabo, poner en marcha el fútbol era demostrar que la España franquista superaba a la República no solo en el campo de batalla sino también sobre el césped. El Alavés ganó la Copa Brigadas de Navarra y volvió a ser semifinalista de la Copa.
Este espejismo terminó con el final de la guerra, cuando los futbolistas en préstamo bélico regresaron a sus equipos. La posguerra fue una época dura en todos los sentidos. El Alavés estrenó la Tercera División y solo pudo subsistir gracias a un acuerdo con el Real Madrid. El otrora flamante Mendizorroza era ahora «una completa y total ruina».
Para la Caja de Ahorros era una 'patata caliente' y en cuanto pudo se la quitó de encima, vendiéndolo a la entidad falangista Educación y Descanso, que más tarde lo transfirió al Ayuntamiento. El Alavés apenas podía pagar el alquiler por el uso del campo y acumulaba deudas que le pusieron «en trance de desaparición». La prensa volvió a recalcar: «El Deportivo Alavés no es un negocio que rinda beneficios para uno o dos patronos a cuenta del esfuerzo de otros. El Alavés es simplemente para los vitorianos, o debe serlo, algo muy unido a su vida, por estarlo a la vida de la ciudad». El único oasis en este desierto fue el triunfo en la Copa Federación de 1946, que fue festejado como si de un título de Liga se tratara.
La reforma de Mendizorroza en la primera mitad de la década de 1950 fueron la señal de un tiempo nuevo. Se trataba de «dotar a Vitoria de un campo en condiciones para discurrir por la Primera División», objetivo que se alcanzó en 1954. Para muchos fue una sorpresa, pues el Alavés tenía «un equipo modestito» -con nombres como Berasaluce, Sanz, Erezuma, Gorospe, Primi o Ibarra-, que no parecía capaz de plantar cara a ases como Kubala, Di Stefano o Zarra. Fueron dos años de oro, incluyendo la mayor goleada albiazul en Primera (un 7-0 al Valencia).
El bache que siguió a este bienio glorioso fue no tanto deportivo -pues el Alavés se mantuvo casi todo el tiempo en Segunda- sino institucional. Las Directivas dimitían a las primeras de cambio y en varias ocasiones se anunció la muerte del club. Si no fue así fue porque muchos consideraban esa posibilidad «una vergüenza», que «pondría en entredicho el buen nombre de Vitoria» y provocaría «un vacío de ilusión» en los «largos días de invierno».
El Alavés no desapareció, pero entre 1964 y 1974 se quedó atrapado en Tercera. Por si fuera poco, la única vez que logró subir a Segunda, en 1968, no solo no consiguió mantenerse sino que en dos años terminó de carambola en Regional. Coincidió con el fallecimiento en accidente de tráfico de Andoni Sarasola, el jugador símbolo de esta época. Paradójicamente, esta década depresiva coincidió con el gran crecimiento de Vitoria, una ciudad revolucionada desde el punto de vista económico y social. Parecía que el Alavés era incapaz de coger el tren del desarrollo de la ciudad.
El ascenso a la división de plata se logró por fin en 1974. Nuevos gestores, con Juan Arregui al frente, trataron de aplicar un «cambio radical» para «planificar el Deportivo Alavés al estilo de los grandes Clubs y con bases empresariales». Fue la época del 'Barcelona de Segunda', que coincidió con una nueva reforma del campo en 1973-74 y con la llegada de futbolistas extranjeros, con el futuro campeón del mundo Jorge Valdano como emblema. El 'Barcelona de Segunda' ganó al Barça de verdad (al de Johan Cruyff) en la Copa en Mendizorroza y llegó a tener el ascenso a Primera al alcance de la mano. Pero el fracaso deportivo llevó a un nuevo callejón sin salida en lo económico. El Alavés había pasado de ser el 'gallito' de la categoría a ser un club en bancarrota y «tocado del ala». Las alternativas ensayadas por los siguientes mandatarios no funcionaron y en 1983 el once albiazul bajaba a Segunda B. EL CORREO resumió la situación sin paliativos: «tanto derroche, empeño y delirio de grandeza para nada».
Los males no habían hecho más que empezar. Con un déficit estratosférico, en 1986 la Liga decretaba el descenso albiazul a Tercera, por impago a sus futbolistas. El Alavés se encontraba «en el momento más crítico de su historia». Muchos pensaban que el club no sobreviviría y que la única solución era disolver una entidad que no tenía dinero «ni para comprar las botas de los jugadores». Fue entonces Juan Arregui quien acudió al rescate del club, salvado in extremis gracias a un convenio con el Athletic.
El Alavés pasó a chapotear en campos de barro, hasta que en 1990 logró en Elgoibar el ansiado ascenso a Segunda B. El nuevo milagro albiazul se basó en la estabilidad que le otorgó el largo mandato presidencial de Arregui y la entrada en la Directiva del llamado «grupo de los hosteleros», con Gonzalo Antón al frente. Se logró sanear las cuentas, aplicando una gestión empresarial, con el apoyo de las instituciones, y recuperar la independencia. El propósito de cuidar la cantera se reflejó en la apertura de las instalaciones de Ibaia. A nivel deportivo, los de Segunda B fueron años paradójicos, pues el once babazorro realizaba excelentes competiciones regulares, pero se estrellaba en los sucesivos 'play-offs'. En 1995, a la quinta, llegó la vencida. Con Txutxi Aranguren de entrenador el Alavés subió por fin a Segunda.
Transformado en Sociedad Anónima Deportiva, con una estructura modélica y con Antón de presidente (1998-2004), el Alavés siguió su carrera meteórica. La situación recordaba a la vivida en 1928-1930, pues el equipo que hacía poco disputaba derbis contra el Abetxuko ascendió en 1998 a Primera. De la mano de Mané, en un Mendizorroza remozado, el club vivió otra etapa dorada, con hitos como una nueva semifinal de Copa en 1998, tras eliminar al Real Madrid, y sobre todo la inolvidable final de la Copa de la UEFA en Dortmund en mayo de 2001. Pese a la derrota en la prórroga, la prensa abrió con titulares como: «Perdió el campeón», «Glorioso para siempre» o «Caen como héroes».
Los años que median entre la gesta de 2001 y nuestros días son bien conocidos. Para no perder la costumbre, después de una etapa memorable vino una crisis que a punto estuvo de mandar de nuevo a la tumba al Glorioso. Parafraseando el título del film británico de 2017 sobre Churchill y la II Guerra Mundial, el de Piterman fue sin duda «el instante más oscuro» de la historia albiazul. Pero de nuevo hubo quien se animó a salir al rescate de un club que pasó de vagar por Segunda B (2009-2013) a LaLiga Santander (2016) y a alcanzar por primera vez la final de la Copa del Rey en 2017.
Cuando el Grupo Baskonia acogió en su seno al Alavés, se escribió que este acababa de superar la peor crisis de su historia. Tras este breve repaso de la trayectoria albiazul, quizás alguien piense que otros trances anteriores fueron iguales o peores, pero lo cierto es que casi parece milagroso que el Alavés haya llegado a cumplir los cien años. También lo es que, pese a la actual pandemia mundial, que desgraciadamente impedirá a la afición gozar del duelo contra el Real Madrid en Mendizorroza el fin de semana del 23 de enero, el Deportivo Alavés disfrute de buena salud. De momento, toca felicitarle por su aniversario y desearle que nos siga haciendo soñar: Zorionak Glorioso!
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