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Manden la cabeza a disecar
Anécdotas gloriosas de un siglo albiazul ·
La testa grecorromana del Eliseo Salamanca acabó en Mendizorroza con el Barcelona de Johan CruyffSecciones
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Anécdotas gloriosas de un siglo albiazul ·
La testa grecorromana del Eliseo Salamanca acabó en Mendizorroza con el Barcelona de Johan CruyffMi compañero Viguri, sabueso del periodismo, escribió en su día un reportaje hermoso y emocionado sobre aquel partido copero ante el Barcelona del que este mes de febrero se cumplirán 43 años, toda una media vida. Y no figura en mi ánimo competir para superarlo, ... simplemente quiero con una especie de obligación devota expresar mis recuerdos de aquel acontecimiento histórico. Cómo pasa el tiempo, empeñado en limar las aristas de la memoria. Pero aún evoco la tarde cruda de invierno como si aún hoy sintiera ese frío y aquella humedad en la médula y en los tuétanos. Y recreo aquella noche calentada en la cazuela donde se cuecen las pasiones.
Igual que otros 17.000 albiazules, algunos ocasionales que se dejaron caer en Mendizorroza por el influjo poderoso de un Barça que ni siquiera intuía su grandeza actual; otros, sufridos penitentes de misa dominical en la parroquia pagana del Paseo de Cervantes. Perdónenme la osadía de incluirme por años de socio con funda de cuero marrón y acciones a fondo perdido en el segundo grupo, el de los impermeables al desaliento.
Volvamos a la sentencia que condenó al Barça tras el valeroso alegato de un fiscal vestido de toga albiazul. Mi padre, alavesista veterano del que rememoro con un cariño enorme su compañía durante tantas temporadas en Mendizorroza, trabajaba de tarde en la fundición de la fábrica de cremalleras. Así que encomendó a un familiar la responsable labor de llevarme a aquel suceso extraordinario y velar por mí entre el gentío apretujado en la tribuna de Polideportivo. Ignoro si el guardián llegó tarde, padeció amnesia transitoria o quedó envuelto en la lava de aquel volcán humano que acudía al estadio con los nervios alterados de un debutante.
Se acercaba la hora de mucho más que un partido. Y me armé de valor para procesionar hacia el campo solo, a la vez que rodeado por una muchedumbre de ánimos encendidos pese a una climatología tan arisca. Ya en la grada confieso que quise huir. Sí, temí que una avalancha transformara en fatalidad la alegría. Imposible un pasito adelante o dos para atrás. Demasiado cerca del césped, lejos del vomitorio para escapar y Cruyff ya se movía con desgana antes del pitido inicial en una atmósfera de fútbol viejo: la General bajita, las cuatro esquinas sin cerrar por donde el frío dictaba la ley, el marcador manual de Donato y el césped embarrado. Mucho lodo para la libélula holandesa, escaso para el esfuerzo racial de nuestros soldados.
No pisaba el suelo físicamente por el exceso de aforo y una estatura sospechosa para divisar todo bien. Levitaba de verdad, sin el don místico de los ascetas. Olía el aroma de los puros baratos, escuchaba el ruido de esa marabunta de la que yo mismo era partícipe y todo el campo comulgó a la vez con el gol de Salamanca. Recuerdo con una nitidez que asusta el cabezazo preciso de Eliseo y la pelota colándose bajo la escuadra derecha de Artola. El éxtasis, el orgullo de ser albiazul por genética y definición. Y me emociono al rebobinar el juego imperial de Morgado, la ciencia futbolística de Sánchez Martín, el prólogo de un futuro campeón mundial (Valdano), la testa grecorromana de Salamanca que deberíamos disecar y los centros inauditos de Badiola, quien enviaba desde la banda izquierda bananas invertidas con el exterior de su bota derecha. ¿Cruyff? Dicen que estuvo. Llegó, vio y perdió ante el Glorioso una noche memorable de invierno.
Dos semanas después, a la vuelta, la crónica que publicó EL CORREO insinuaba cómo el juez Gallardo nos había metido la mano en el bolsillo con un penalti a favor del astro naranja que debió cobrarse como falta fuera del área. «Engañoso y listo el holandés… Hasta el público catalán se enfada con el árbitro por su parcialidad», advertía el texto. Fue la noche del 2-0 adverso en el Camp Nou que apeó al Glorioso en cuartos. La misma en la que Cruyff exigió a Valdano que a sus veinte añitos debía tratarle de 'usted'. Y casi un cuarto de siglo más tarde, su hijo Jordi disputaba con la camiseta 'xeneize' del Deportivo la madre de todos de los encuentros en Dortmund.
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