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«Dentro del campo parece grande pero no tanto», pensó. Viéndolo venir de frente, cada vez más próximo a medida que se acercaba hacia la esquina del desaparecido Anexo de Mendizorroza donde él aguardaba, al jovencito le pareció una figura formidable, un coloso ... de carne y hueso. La impresión se transformó en certeza cuando el hombretón, tras saludar a los adultos, con gesto amable y sonrisa amistosa posó una de sus enormes manos sobre la cabeza del niño, removiéndole suavemente el ensortijado pelo rojizo. El mozalbete, a un tiempo sorprendido, atribulado y boquiabierto de admiración, pensó que esa extremidad imponente bien podría haberle aplastado sin mayor esfuerzo su pequeño cráneo de ocho años.
Al chico no le faltaba razón: al casi 1,90 de estatura que físicamente le equiparaba más a los centrales actuales que a los de su época, Andoni Sarasola Celaichiqui sumaba unos poderosos 'cazos', reveladores de muchas horas de frontón y del buen pelotari que también pudo haber sido. Tras el entrenamiento matinal, el jugador y el entonces secretario técnico y preparador Ferenc Puskas charlaron durante unos minutos con el padre y el tío del impresionado niño en un encuentro propiciado por otro miembro del equipo, José Luis Baroja, vecino y amigo de la familia. Baroja, sí, ese centrocampista poco habitual en las alineaciones, pero que cada vez que pisaba el campo amenazaba con reventar sin miramientos los genitales de los defensas rivales y astillar los escafoides de los guardametas más temerarios con aquellos pepinazos explosivos que salían de sus botas. ¡Bufff! ¿Dónde fabricabas esos obuses, José Luis?
Sarasola no tuvo muchas más oportunidades de interrelacionarse con aficionados, fueran infantes, púberes o adultos, porque su vida apenas se prolongó mes y medio tras aquella cita con los conocidos de su compañero Baroja. A lo sumo, algunas palabras con quienes le saludaban por la calle o breves conversaciones con los vecinos de la 'Kutxi', donde compartía con su compañero José Ramón un piso alquilado por el directivo José Luis Menoyo, el eterno 'Matraca'. O 'Menotti', si se prefiere. De regreso a Vitoria desde su Amezketa natal tras un permiso del equipo, en un mal adelantamiento a la altura de Egino, en la Nacional-1, el 'Morris' del futbolista chocó frontalmente contra el camión de un transportista valenciano. En la cuneta, el vehículo del jugador quedó hecho una informe masa metálica y Sarasola, gravísimamente herido. Era el 13 de junio de 1969 y dos días después el central guipuzcoano fallecía en la Policlínica San José a consecuencia de la estremecedora lista de contusiones que sufrió: conmoción cerebral, 'shock' traumático, heridas contusas en cara y cráneo, fractura abierta y desgarro muscular en húmero izquierdo, fractura abierta de fémur izquierdo, contusión abdominal,… Tenía 25 años. Su muerte causó una conmoción general en todo Vitoria. Por la capilla ardiente pasaron miles de gasteiztarras y un extenso séquito fúnebre acompañó sus restos hasta el cementerio de Amezketa, una población igualmente sobrecogida por la tragedia y en la que lloraban sus padres y sus ocho hermanos. En la carretera murió el hombre y el deportista; en la carretera nació el mito.
Para muchos, Sarasola ya era en realidad su albiazul predilecto desde bastante antes. Especialmente, desde el 15 de octubre de 1967, un domingo en el que el apolíneo defensa marcó de cabeza y en el último minuto un importante gol frente al Oberena. Además de propiciar el triunfo en ese partido (1-0), el tanto aupó al Alavés al liderato de su grupo de Tercera División en una campaña que concluyó con el feliz regreso a Segunda. Y a su autor, esa diana lo convirtió en ídolo intocable para gran parte de los chavales que solían ver las correrías de Kaito, los goles de Búa y Esparza o las estiradas de Bernardo apostados tras la áspera y tosca valla de hormigón que circundaba el terreno de juego de Mendizorroza; privilegiados en primera fila, sí, pero con la visión ocasionalmente nublada y los sentidos algo mareados por las recurrentes bocanadas y las vaharadas penetrantes de los farias de sus mayores. ¡Puaj!
Hay documentados otros dos goles de Sarasola en las cuatro temporadas que defendió la camisola del Alavés, por el que fichó en el verano de 1965 procedente del Aurrera de Ondarroa. Pudieron ser bastantes más si hubiera mantenido las demarcaciones de interior, volante e incluso delantero centro que le asignó en sus primeros partidos como albiazul el técnico Juan Mari Lasa. Fue el relevo de este en el banquillo, Agustín Barcina, quien ya en noviembre de ese mismo año lo recolocó como central. Y ahí, con el número 5 a la espalda, creció como futbolista hasta erigirse en eje y pilar del reconocible y consistente muro de contención que formó con Ezquerra y Ayerbe. La temporada que acabó para él en tragedia fue la estrella del equipo, el único miembro de la plantilla que disputó los 3.420 minutos de los 38 partidos del campeonato de Liga de Segunda División, ganó el denominado Trofeo a la Corrección, su nombre sonaba como uno de los candidatos a estrenar internacionalidad y era seguido por unos cuantos conjuntos de Primera. Era el Español (entonces se escribía así) el que contaba con más opciones de ficharlo, merced a un preacuerdo que comprometía al club catalán a pagar al vitoriano un millón de pesetas por el traspaso de Sarasola. ¿Eso era mucho? Sirva como referencia que el presupuesto del Alavés esa campaña fue de nueve millones de pesetas.
A la irreparable tragedia personal que aquel accidente supuso para el jugador y su familia, se unió la pérdida deportiva y económica que afectó al Deportivo Alavés. Sin tiempo para recuperarse anímicamente, sus afectados compañeros perdieron la promoción de permanencia contra el Bilbao Athletic y el equipo descendió a Tercera. Un año más tarde cayó a Regional. Tal vez esto hubiera sucedido de igual manera con Sarasola vivo; o tal vez no. Quizás con él se hubiera mantenido la categoría; quizás con el dinero de su traspaso pudo haberse formado una plantilla de nivel que diera el salto a Primera, evitando los dispendios con que el club se granjeó el lacerante sobrenombre del 'Barcelona de Segunda'; quizás tampoco se hubiera producido el humillante descenso administrativo a Tercera el verano del 86 por una deuda de 25 millones contraída con los jugadores… Acaso el destino habría adelantado unos años nuestro Dortmund particular, sorteado al innombrable y eludido la intervención judicial...
Conjeturas, sí. Ensoñaciones imposibles, claro está, pero ya se sabe que el aleteo de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo... Y en todo caso, estas cábalas han cruzado en alguna ocasión los pensamientos de numerosos alavesistas de cierta edad. También, pasado más de medio siglo, los de aquel niño pelirrojo que una mañana primaveral de 1969 fue sutilmente despeinado por una deidad.
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