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Los caprichos del fútbol. Y del destino. Fue José Luis Mendilibar el que abrió las puertas del profesionalismo a Julio Velázquez (Salamanca, 1981). Había terminado la temporada con el Juvenil del Polideportivo Ejido, en 2009, cuando recibió la llamada del técnico de Zaldibar, entonces en ... el Valladolid. Le quería reclutar para la cantera pucelana y le buscó por la amistad que mantenía con Toni Ruiz, su preparador físico y hombre de confianza, que le he acompañado también en su etapa en el Deportivo Alavés. Este martes, el entrenador castellano-leonés tomó el testigo del vizcaíno en Ibaia. Firma hasta final de temporada. Con la misión de obrar el milagro.
Aquella llamada fue un regalo para un técnico precoz que con 28 años se incorporaba al organigrama del club de su corazón. Porque Velázquez es un pucelano que, como suele decir él, nació en Salamanca por casualidad. A los cinco días ya se había trasladado a la capital del Pisuerga, donde empezó a entrenar con apenas 15 años en el equipo de su barrio, San Nicolás. Al principio compaginaba los banquillos de categorías inferiores con su condición de jugador amateur, pero pronto se dio cuenta de que su sitio estaba en la banda.
Era algo vocacional: no quería ser futbolista, quería ser entrenador. Por eso se escapaba de clase para ir en bicicleta hasta los campos anexos al José Zorrilla a tomar notas de las sesiones de Pacho Maturana o Vicente Cantatore, sus referentes iniciales en este mundillo. Sus primeras pagas le llevarían después a Málaga para ver estudiar también los entrenamientos de Antonio Tapia o a Oporto para conocer la 'Periodización Táctica' del profesor Vitor Frade.
Estaba decidido, Julio Velázquez iba a ser entrenador. Y a los 21 años se fue a Cantabria, a Castro Urdiales, para sacarse el carnet nacional, compaginando los estudios de Educación Física con la dirección del Peña Respuela, de categoría regional. Aquella llamada de Mendilibar lo cambió todo. Porque empezó en el División de Honor, pero acabó la temporada en el filial blanquivioleta, con el que disputó la fase de ascenso a Segunda B. La llamada del profesionalismo. A partir de ahí, una carrera fulgurante que le llevó a la categoría de plata con apenas 30 años.
En el Villarreal B. Su buen hacer en el Poli Ejido le había llevado al tercer equipo amarillo y la destitución de Molina le impulsó al filial -allí coincidió con el albiazul Florian Lejeune-, al que instaló en una cómoda duodécima plaza en Segunda División, aunque terminaría arrastrado por el descenso del primer equipo. El elegido para devolver al conjunto castellonense a Primera era Manolo Preciado, pero su fallecimiento precipitó el ascenso de Velázquez, relevado a mitad de temporada por Marcelino García Toral.
Había empezado un periplo por la categoría que después le llevaría al Murcia -play off-, el Betis -destituido- y el Alcorcón. Ahora afronta su debut en la Primera División española, aunque ya ha tocado la máxima categoría en Italia -Udinese- y Portugal -Os Belenenses, Vitoria Setúbal y Marítimo-. La pasada temporada rescató del descenso al equipo de Funchal, al que cogió como colista, si bien la situación numérica, a un punto de la permanencia, era mucho menos compleja que la que se va a encontrar ahora en Mendizorroza. En noviembre se despidió del equipo tras el aterrizaje de una nueva directiva.
Fruto de esa experiencia, el nuevo entrenador albiazul habla cuatro idiomas: español, portugués, inglés e italiano. Entiende la comunicación con los jugadores como una parte fundamental de su trabajo y dedicó varias horas diarias de sus vacaciones para poder dar en la lengua local su primera charla como entrenador del Udinese. Un detalle que refleja la personalidad de un técnico metódico al que le gusta cuidar al máximo los detalles del día a día, desde un riguroso control del indice de grasa corporal de sus futbolistas a las multas por llegar tarde a los entrenamientos (20 euros por cada cinco minutos de retraso en los tiempos del Murcia).
Una persona discreta fuera de los terrenos de juego, que se aleja de la declaraciones altisonantes en la sala de prensa y entra en ebullición durante los partidos. En el área técnica gesticula, grita, se mueve... Un entrenador activo e intervencionista que, sin un esquema de juego definido, busca equipos «propositivos», como apuntaba en una entrevista reciente en El Día de Valladolid. «Que jueguen en campo contrario, que tengan posesión, pero bien interpretada, en zonas determinantes y mirando siempre la portería adversaria. Cada semana intentamos aportar unos matices diferentes para interpretar cada partido», explicaba.
Ahora, con un trabajo más psicológico que táctico por delante, afronta un reto mayúsculo que empieza el domingo en El Sadar. Tiene ocho partidos para enjuagar una desventaja de seis puntos y dejar al Alavés en Primera.
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