Iñigo Miñón
Vitoria
Martes, 5 de octubre 2021, 01:01
Si el mundo del fútbol está acostumbrado a los vaivenes, ser aficionado del Deportivo Alavés es un viaje continuo en una montaña rusa. Entre el cielo de Dortmund y el infierno de la Segunda B apenas pasaron ocho años. En unos minutos 'descendió' y se ' ... salvó' varias veces en Jaén. Abelardo resucitó al equipo muerto de Zubeldía y De Biasi en cuatro jornadas. Y el conjunto de Javi Calleja que tanto ilusionó al final de la temporada pasada se ha hundido en el pozo de las dudas en el inicio de ésta. Más lágrimas que sonrisas en un siglo de historia, seguramente, emociones a flor de piel poco dadas a los grises.
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El Alavés moderno, el que recuperó su sitio en la elite hace seis temporadas, sigue fiel a esa historia. O disputa la final de Copa y coquetea con los puestos europeos o pelea hasta la agonía por no volver a perder ese sitio. Nadie duda del mérito extraordinario que supone para el club albiazul estar seis años seguidos en Primera División. Es su récord de longevidad con los mejores. Solo ha estado 17 veces ahí en su centenaria vida. Que se lo cuenten al Deportivo de La Coruña, que ahora purga sus pecados en Segunda B, el Girona o el Leganés, que ocupan la zona baja de Segunda; equipos con los que los vitorianos han compartido travesía en la planta noble durante este lustro que se alarga.
Pero tampoco es lo más conveniente instalarse en la rutina del sufrimiento. Demasiado desgaste anímico en el césped y en la grada. Y la inercia positiva lleva tiempo desacelerando en Mendizorroza. En los primeros cuatro años ocupó plaza de descenso en 18 de las 152 jornadas (12%). En los dos últimos cursos, el pasado y lo que va ve éste, son 22 de 46, casi la mitad. El ritmo ha decrecido y el Alavés lleva tres años viviendo en la frontera. Caminaba más recto como recién ascendido que arraigado en la categoría. Yno levanta cabeza desde el parón de la pandemia.
Aunque no estuvo en la zona roja en todo el curso, se salvó al límite en la temporada 2019-20, cuando el club recurrió a López Muñiz en las últimas cuatro jornadas para enderezar el rumbo perdido con Asier Garitano, que hasta marzo había conducido al equipo albiazul de manera solvente. Y volvió a jugar con fuego el ejercicio pasado, entonces con tres entrenadores. Pablo Machín no daba con la tecla, Abelardo no pudo arreglarlo y tuvo que llegar Javier Calleja para obrar otro milagro alavesista.
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Pero ahora no funciona lo que funcionó entonces. Y la escuadra vitoriana está anclada a los puestos de descenso desde la primera jornada, a tres puntos de la permanencia. Una distancia salvable cuando quedan 30 jornadas por disputarse, sobre todo si se ha disputado un partido menos –pendiente ante el Villarreal en La Cerámica–. Pero las sensaciones no son positivas. Desde hace mucho. Las famosas dinámicas del fútbol. La del Alavés dura ya demasiado. Demasiados entrenadores –cinco en las dos últimas temporadas–, la inestabilidad por bandera y un proyecto que no termina de echar raíces fuertes en Primera. O las echa en la zona baja.
El Alavés fue noveno en la temporada 2016-17, la del retorno a Primera, la de la final de Copa, con Mauricio Pellegrino en el banquillo. En los cursos siguientes fue decimocuarto, undécimo y, los dos últimos, decimosexto. Lleva desde agosto de 2019 sin pisar la mitad alta de la tabla. Más de dos campeonatos ligueros. Desde la jornada 3 de la temporada 2019-20, cuando, bajo la dirección de Garitano, era séptimo tras ganar el primer partido y empatar los dos siguientes. Acostumbrado a convivir con el peligro, aunque, por presupuesto, se pueda considerar ese el hábitat natural del club vitoriano. Es un discurso viciado ese, ya que hay clubes más limitados en ese aspecto que sí se atreven a soñar.
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Los días felices empiezan a ser una excepción en el Alavés. El gol de Rodrigo Ely ante el Athletic, el de Battaglia al Huesca, los de Joselu y Luis Rioja en Elche, el reciente de Laguardia frente al Atlético... Pocos estallidos de alegría más en la memoria más cortoplacista. Solo doce victorias en los últimos 56 partidos, desde el parón de la pandemia en marzo del año pasado. Y hasta 32 derrotas. Casi el 60%. Lo peor es acostumbrarse a perder, asumir la derrota con más resignación que inquietud o mala leche.
De aquellos barros, estos lodos. El peaje del desgaste. Porque esos malos hábitos pesan en la cabeza de los futbolistas. Son dudas heredadas, deudas anímicas que crecen si no se saldan, que es lo que no está siendo capaz de hacer en el arranque liguero el vestuario albiazul. «Hay muchas barreras anteriores en la cabeza de los jugadores», reconocía recientemente Javier Calleja. «Como se ha sufrido mucho durante pasadas temporadas, a pesar de que el año pasado conseguimos el objetivo, hay una base del equipo que ha ido viviendo todo eso y quizás el no haber enganchado buenos resultados hace centrarse más en el pasado que en lo que queda por delante», explicaba el entrenador madrileño.
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Él mismo parece haber sido arrastrado por esa inercia negativa que ya se llevó por delante la temporada pasada el gran recuerdo que había dejado Abelardo en su primera etapa en el banquillo albiazul. Calleja cerró el curso con un promedio de 1,66 puntos por jornada que superaba incluso los registros firmados por Pellegrino en el primer año (1,45). Una cifra que en Primera con el Alavés solo superaba Juan Carlos Oliva (2), que estuvo cinco partidos en la temporada 2005-06. Tras el mal inicio del presente campeonato, ese promedio ha descendido a 1,12.
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