Mientras hay vida hay esperanza, pero cuando ésta pasa únicamente por palabras tan huecas como una frase hecha el desenlace nunca suele ser positivo. Y la duda es si este Deportivo Alavés tiene todavía vida. Se le escapa. O la desprecia. Porque ante el Celta se suicidó. Se inmoló de salida con errores imperdonables, impropios de la categoría e inconcebibles en una situación tan dramática como la que atraviesa el conjunto albiazul. Un partido arruinado en veinte minutos (0-3). En menos, porque se antojaba sentenciado en catorce (0-2). Esa esperanza a la que alude el refranero popular, tan manido en el ideario futbolístico de los malos tiempos, quedó aniquilada sin ni siquiera tiempo para paladearla.
Sin respuesta. O peor, con un fútbol tan plano y simplón que ni siquiera amagó con una reacción de casta. Tampoco contra diez en la segunda parte. Solo un pequeño arreón al final, que no llegó ni para disimular el desastre. Quedan las matemáticas, sí, el clavo ardiendo que le queda a un equipo sin ningún pulso competitivo, pero el conjunto vitoriano se ha asomado ya a un abismo muy oscuro en el que resulta harto complicado encontrar algún argumento para creer. Los errores de los primeros veinte minutos resultan tan inexplicables como injustificables. Cosa de los jugadores, que son los que están en el césped. Tampoco Abelardo ha sido capaz de corregir nada desde su llegada; ha resultado ser peor el remedio que la enfermedad. Está claro que a una plantilla mal confeccioanda le falta mucho fútbol para competir con ciertas garantías. Pero también el club tendrá algo que decir sobre la zona catastrófica en la que se ha instalado este Alavés desde marzo del año pasado.
Una decadencia imparable plasmada con toda su crudeza en el calamitoso duelo ante el Celta. Otra muesca más en el particular museo de los horrores diseñado en los últimos doce meses por el conjunto vitoriano. Abelardo apostó por un 4-2-3-1, con Jota entre líneas, pero la idea no llegó ni a declaración de intenciones. No tuvo tiempo. En 8 minutos había quedado devastada por un error colectivo que empezó Pacheco, continuó Lejeune, secundó Duarte y nadie fue capaz de parar. Un disparate que no se puede permitir ningún equipo de Primera y que resulta del todo imperdonable en uno que se está jugando la vida. Un regalo que, obviamente, Aspas, Santi Mina y Nolito, el autor del gol, no desaprovecharon. El Alavés se ha especializado en dinamitar unas esperanzas que solo asoman los días que no hay partido.
Un balón perdido por Pellistri dio origen al segundo. Y una contra de libro facilitada por una defensa descolocada se encargó del tercero. Un equipo autodestruido en 19 minutos. Desnortado, sin orden ni concierto. Ni aparente dignidad. Sin más respuesta que un disparo cruzado de Rioja tras asistencia de Jota, ya con 0-2 en el marcador. De los pocos que quisieron hacer algo. Por eso sorprendió que Abelardo, en un intento desesperado de dar un volantazo al partido, quitara al extremo andaluz, de los pocos que mostraron cierto orgullo, en un doble cambio que también sacó del campo a Rubén Duarte en el minuto 35. Para entonces Mina había perdonado el cuarto en otra contra. Y fue un milagro que el Celta no lo consiguiera al filo del descanso en una doble ocasión que terminó desbaratando el poste. El Alavés era un auténtico desastre.
Si alguien pensaba que la segunda parte sobraba estaba en lo cierto. No sirvió más que para contemplar otro desesperante ejercicio de impotencia del Alavés, que ni siquiera se atrevió a soñar jugando contra diez. El Celta se quedó con un jugador menos en el minuto 54 por la expulsión de Murillo en una temeraria e innecesaria entrada que le costó la segunda amarilla. Pero mucho tenían que cambiar las cosas para que el equipo de Abelardo tuviera una mínima opción de hacer dudar al Celta.
Y no cambiaron. No tiene argumentos futbolísticos el Alavés para cambiar el rumbo de un partido. Dominaba el conjunto vitoriano, claro, pero más por la inercia numérica que por juego. Y un cabezazo de Lejeune requirió de un paradón de Iván Villar. También lo intentó Joselu. Pero nada como para atreverse a soñar con llegar a conseguir un punto de sutura. El partido ya se había decidido mucho tiempo antes. De nada sirvió el gol de la honra que no fue, conseguido al alimón entre Lejeune y la defensa celeste en un embarullada jugada a balón parado. Fue una mera anécdota en una tarde calamitosa.
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