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Hay partidos en los que el Alavés pierde su carácter irreverente. El conjunto albiazul es capaz de tratar con el mismo respeto a un Real Madrid rabioso y a un Celta en proceso de descomposición. El equipo de Abelardo salió armado con artillería pesada ... cuando el partido pedía ladrones ligeros y astutos, que sorprendieran a una asustada defensa rival. Los vitorianos sacrificaron la pegada por la contención en el centro del campo ante un adversario temeroso, casi acomplejado por su ruinosa racha. El planteamiento se tradujo en un ladrillo de primera mitad y algo de atrevimiento en la segunda, aunque el Alavés nunca se lo terminó de creer. Y eso que arrancó el choque con la posibilidad de asaltar la quinta posición.
Los jugadores albiazules parecían obsesionados por cubrirse las espaldas unos a otros. El balón no circulaba a partir del centro del campo, sus posesiones se desvanecían cuando atravesaban la medular y, salvo en las jugadas de estrategia, acumulaban uno o dos efectivos en el área. Y así, por mucho que la zaga rival parezca una bicoca, resulta casi imposible encontrar el remate. La actitud conservadora del conjunto albiazul dio alimento a un Celta famélico, que veía a su entrenador sentenciado y a su estrella de nuevo en la enfermería. El Alavés se apiadó de un adversario que transmitía terror en los rostros de sus defensores, que tampoco logró la solidez por acumulación de centinelas.
Ni el desviado remate de Calleri en los primeros minutos, ni el tímido aviso de Inui a la media hora del encuentro fueron suficientes para hurgar en la herida de los celestes, que se dividían entre quienes asumían riesgos al combinar y quienes se conformaban con alejar la pelota lo máximo posible. Incluso así, los gallegos dieron algún susto. De eso se encargaron Brais Méndez, el más atrevido, con una chilena desviada tras un despeje de Maripán, y Maxi Gómez, que extraña demasiado a su socio Iago Aspas, el único que habla el idioma del gol. En definitiva, los hinchas albiazules no encontraban motivos para llevarse las manos a la cabeza, ni por amagos de éxtasis, ni por esquivar los inexistentes golpes del Celta.
Nadie entendía muy bien que el Alavés estuviera tan metido en su caparazón mientras el equipo vigués mostraba un temblor de lo más humano por su caída libre hacia el descenso. Y menos cuando el conjunto albiazul intimidó con dos acercamientos en los primeros minutos del segundo tiempo con un cabezazo de Manu García y un gran centro de Jony que rozó Inui. Pero los vitorianos llegaban con uno o dos jugadores a la zona de remate, y pedían refuerzos desde el banquillo, donde Borja Bastón, Rolan y Álex Blanco se mordían las uñas con impaciencia. Abelardo continuó fiel al trivote, un recurso que nació como algo puntual y que ayer defendió de manera casi fanática. Ni controlaba el partido con la pelota, ni el Celta combinaba como le gustaría.
Alavés
Pacheco; Navarro, Laguardia, Maripán, Duarte; Brasanac (Wakaso, min. 74), Tomás Pina, Manu García; Inui (Rolan, min. 74), Calleri (Bastón, min. 80) y Jony.
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Celta
Rubén; Hugo Mallo, D. Costas, Araújo, Hoedt, Juncá; Okay (F.Beltrán, min. 63), Lobotka, Jensen (Boufal, min. 67); Brais (Jozabed, min. 92) y Maxi Gómez.
Árbitro. Del Cerro Grande (Comité madrileño). Amonestó con tarjeta amarilla a Navarro (min. 45), Duarte (min. 59) por el Alavés y a Okay (min. 54) y Hugo Mallo (min. 70) por el Celta.
Incidentes. Partido correspondiente a la vigésima quinta jornada de LaLiga Santander, disputado en el estadio de Mendizorra en Vitoria ante 18.882 espectadores, unos cien del Celta. El japonés Takashi Inui cumplió cien partidos en Primera División.
El acoso del Alavés no llegó porque sus atacantes, demasiado aislados entre los cinco defensas, no se comunicaban. La gran amenaza albiazul se escondía en la estrategia y en los errores celtiñas. Y, claro, con el frío que se siente tan cerca del infierno, no iban a lanzarse con virguerías o temeridades con el balón. No fue porque no lo intentara Jony, con un disparo de falta, o Manu García, que le robó la pelota a un cándido Okay. En ambas ocasiones tuvo que intervenir Rubén Blanco, que se agigantó para sacar un disparo a quemarropa de Maripán en el minuto 70. Y, de forma paradójica, cuando más se acercó al gol el Alavés, murieron sus opciones de victoria.
Wakaso, Rolan y Bastón, las soluciones que propuso Abelardo, apenas alteraron un guión que parecía escrito. El problema no estaba en la falta de acierto de Calleri, el cansancio de Inui o la falta de circulación de Brasanac. Que tampoco ayudaron, la verdad. Estaba en el desequilibrio del equipo para perseguir la victoria, en la distorsión que suponía la marcha de los albiazules en la tabla con su oscura propuesta sobre el césped.
El Alavés parece arrastrar todavía algunas secuelas de su tormentoso final de primera vuelta, solventado con un triunfo demasiado sufrido ante el Levante y un empate agónico ante el Betis. La falta de arrojo en los instantes finales permitieron al Celta terminar el encuentro más entero, con una barroca jugada de Boufal, una salida con personalidad de Pacheco y un gol anulado a Maxi Gómez. El tanto del uruguayo, eso sí, surgió de un fuera de juego tan escandaloso que solo el miedo del juez de línea a quedar retratado por el VAR le impidió levantar antes el banderín. El punto basta para que los albiazules, sextos, sigan sacando fotocopias de la clasificación, pero no para alimentar un sueño por el que merece la pena luchar.
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