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Moda, ideología, arquitectura y rebeldía. Rabanne venía de la tradición artesanal de la Alta Costura parisina, porque su madre era 'premiere d´atelier' en la casa de Balenciaga en Barcelona o también porque eso le abrió las puertas del mejor «savoire faire» de Dior, Givenchy o ... Nina Ricci. Sí, pero los años sesenta empujaron con el pop, el arte cinético y la revolución material, sacrosantos activos para la combustión revolucionaria de la sociología cultural y estética, impulsores asimismo de ese cambio en los viejos estereotipos de la seducción femenina o del viaje de un exclusivismo de la moda a una democratización del vestir con la nueva libertad de Françoise Hardy, Bardot, Birkin o Silvie Vartan, también al ritmo experimental de la música de Boulez o John Cage.
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Naturalmente Rabanne optó por la provocación y la rebeldía, el sino de su tiempo y el compás de su juventud, disparando su intuición contra la arqueología de la moda. Pero en ese camino natural no aportó al oficio o al concepto formal de la moda, sino más bien a una formidable experimentación con los materiales, en sintonía con la semiología de su época, con la sociología del momento y hasta con las preocupaciones industriales de su tiempo.
Por lo tanto, para Rabanne la única frontera del cambio en la moda fue la de los materiales, es decir, el encaje de Calais plastificado, las pastillas de Rhodoid, los triángulos de cuero ribeteados, el papel mezclado con hilo de nylon o el aluminio, provocaciones vanguardistas y subversiones conceptuales incorporadas a esos 'anti-vestidos' en colores llamativos, cuyas construcciones formales o cuyas soluciones sartoriales eran mucho menos novedosas o rompedoras, siendo esto último un aspecto nimio a la hora de definir el papel de un innovador material en la historia de la moda.
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