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Eider Burgos
Jueves, 4 de diciembre 2014, 17:38
Su nueva declaración parace haber sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de sus superiores tanto en la Comunidad de Madrid como en el PP, su partido. El presidente madrileño, Ignacio González, destituía este jueves a Javier Rodríguez (Madrid, 1943), el ... polémico consejero de Sanidad que ayer volvía a protagonizar una nueva polémica relacionada con Teresa Romero, la auxiliar infectada por el virus del ébola tras atender a uno de los misioneros que viajaron a España con la esperanza de poder ser curados en su tierra de tan terrible enfermedad. En ese sentido, llueve sobre mojado. Cuando la noticia de su contagio trascendió, Rodríguez se apresuró a culpar a la joven de haber permitido que el virus entrara en su cuerpo: "No hay que hacer un máster para ponerse un traje de protección", dijo sin ruborizarse. Dos meses después de su para muchos milagrosa curación, este médico de profesión volvió a apresurarse, pero esta vez para autofelicitarse por el hecho de que "no esté muerta". Si con eso pretendía evitar un cese anunciado, lo único que ha hecho es acelerarlo.
Y eso que Javier Rodríguez, consejero de Sanidad desde el pasado 28 de enero, era un hombre preparado, aparentemente ideal para el cargo, tanto en el plano médico como en el político. Está licenciado y doctorado en Medicina y Cirugía, es especialista en Medicina Interna y Nefrología y catedrático de Patología General. Fue jefe de Servicio de la Unidad de Hipertensión en el Hospital General Universitario Gregorio Marañón y vicedecano en dicho centro en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Incluso fue consejero de Telemadrid entre 1995 y 2001.
En cuanto al partido, es el presidente del PP en Las Rozas, donde también fue concejal. Es miembro de la Junta del Partido de Madrid y de las comisiones Regional y Nacional del PP. En ese tiempo, ya tuvo algún que otro problemilla por su estilo demasiado directo y sin tapujos. Nosotros no privatizamos, externalizamos, apuntaba a la hora de defender la colaboración sanitaria público-privada. Nos dicen que estamos privatizando la Sanidad. Bueno, ganen ustedes las elecciones y lo podrán revertir, remató.
Durante su nombramiento como nuevo titular de Sanidad, su tono fue conciliador: Habrá que recomponer las relaciones maltrechas con los profesionales de la Sanidad, porque sin ellos no podría funcionar el sistema. El mismo sistema que le abrió un expediente disciplinario en 1990 por posibles faltas en el desarrollo de sus servicios. Él era el jefe de la Unidad de Hipertensión del Gregorio Marañón y gestionaba el servicio de urgencias la noche del 22 de enero cuando dos hombres fallecieron en medio de un centro colapsado. Uno, tras esperar cinco horas en urgencias a ser atendido. Otro apareció muerto en una camilla sin que se supiera exactamente cuándo se produjo la hora del deceso.
En el ojo del huracán
Como se ha podido comprobar, no queda ni rastro de ese talante pacífico por el que destacó hace diez meses. Con la crisis del ébola, su verborrea le colocó en el ojo del huracán. "Yo no me justifico con los errores de esta señora", dijo al principio, culpabilizando a Teresa Romero de su contagio cuando la opinión exigía responsabilidades a la Comunidad de Madrid. "No debería estar tan mal, porque fue a la peluquería", siguió, desafortunado una vez más. "Para explicar a uno cómo quitarse o ponerse un traje no hace falta un máster", continuó, tensando aún más el ambiente. Cuando directamente se pidió su dimisión, tampoco se mordió la lengua: "No les voy a dar la satisfacción de irme ni de dimitir. Si tengo que dimitir, dimitiría. Yo llegué a la política comido, no tengo ningún apego al cargo. Afortunadamente, tengo mi vida resuelta".
Tras esta epidemia de declaraciones, a cada cual más polémica, los miembros de su propio partido comenzaron a distanciarse de su figura. Incluido su jefe. Ignacio González reconoció entonces que su consejero "no ha estado nada afortunado". "Hay manifestaciones que no son apropiadas, y menos en este caso", asumía también el portavoz de Sanidad del PP en el Congreso, Rubén Moreno.
Finalmente, el consejero no tuvo más remedio que pedir perdón al marido de Teresa Romero, que había exigido su dimisión por acusar a su mujer de mentir y ocultar información sobre su estado de salud. "Sé que son momentos duros para usted y su familia, y por eso comprendo que mis palabras hayan podido causar aún más malestar. Nada más lejos de mi intención que contribuir a ese dolor por el que están atravesando", decía. Pese a sus disculpas, su cese estaba prácticamente cantado aunque el presidente madrileño parecía mantenerle en el cargo por pura inercia.
Nuevo ataque a Teresa
Y la vida seguía igual hasta que la auxiliar, ya completamente curada del peligroso virus, interponía una demanda contra el consejero entendiendo que había vulnerado su derecho al honor por sus primeras acusaciones. Y claro, tal afrenta, no la podía permitir. Así que volvió por sus fueros y con una incontenible verborrea aseguró que si él "lo hubiese hecho mal, Teresa Romero no estaría hablando" y menos aún pedirle 150.000 euros de indemnización. Y por si alguien tenía alguna duda sobre su gestión de la crisis del ébola, aseguró que sin su papel de liderazgo "España seguiría teniendo esta enfermedad".
Casi coincidiendo con el reciente nombramiento de Alfonso Alonso como ministro de Sanidad, esta vez Ignacio González sí que ha tomado una decisión tan solo 24 horas después de las nuevas desafortunadas declaraciones de Javier Rodríguez. Finalmente, el dirigente lenguaraz ha sido relevado fulminantemente de sus funciones en lo que supone un daño colateral de la crisis del ébola. Un nuevo ejemplo del refrán, "por la boca muere el pez". En este caso, un consejero.
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