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Julia Fernández
Lunes, 5 de enero 2015, 17:53
Se mueven a pasos cortos y con delicadeza. Podría decirse que son hijas del silencio. Se pasan horas en la escuela para perfeccionar sus habilidades. Luego, se deshacen en reverencias en el salón ante desconocidos. No se quejan, al menos en público. No muestran signos de cansancio. Solo al final de la jornada, cuando regresan a sus casas, pueden suspirar mientras se quitan las pesadas ropas y se despojan del inconfundible maquillaje.
Hablamos de las geishas, una figura japonesa que vivió momentos de esplendor entre los siglos XVIII y XIX, pero que hoy en día experimenta un franco retroceso. Quedan aproximadamente unas mil mujeres que se dediquen a esta profesión en Japón. La mayoría de ellas reside en Kioto. Esta ciudad, que fue capital del país hasta 1868, alberga dos barrios conocidos como los distritos de las geishas. Son Gion y Pontocho. Otro de los focos más conocidos es el de Furumachi, en la ciudad de Niigata. Allí, un grupo de empresarios creó la Promotora de Geishas de la Ciudad del Sauce a finales de los ochenta.
Las geishas modernas apenas se diferencian de sus modelos antiguos. Al menos, en la parte estética. Se emblanquecen el rostro con una densa mezcla de polvo de arroz, tiñen sus labios de rojo y enmarcan su mirada con dramático 'khol' negro. También visten con los aparatosos ropajes tradicionales: la ropa interior, el 'nagajuban' o enagua, el 'hadajuban' o camisola, y el pesado y largo kimono, atado con el 'datejime'. En los pies, las 'zori', o sandalias japonesas planas hechas a base de madera.
Encontrarse con una en la calle no es fácil. No porque se escondan, algo que no sorprendería si tenemos en cuenta el enigma que siempre ha rodeado a las geishas y sus labores. Sino porque se pasan horas y horas en las escuelas creadas para enseñar las artes que debe manejar con destreza una geisha. Allí aprenden, por ejemplo, a tocar el 'shamisen', un instrumento musical de tres cuerdas hecho a base de madera, con detalles construidos con marfil, caparazón de tortuga y piel de animales. También deben manejar el 'shakuhachi' (flauta de bambú) y el 'taiko' (tambor).
Además, deben conocer y entonar las canciones tradicionales, y bailar, una disciplina bastante más complicada de lo que puede parecer a priori. "Es difícil porque hay que captar y comunicar con el movimiento el significado de la letra", explican. La formación se completa con conocimientos de literatura, poesía, teatro, ikebana (el arte de los arreglos forales) y 'sado' (la armoniosa ceremonia japonesa del té). Todo ello deberán ponerlo en práctica ante los clientes que contraten sus servicios.
Un espectáculo de entre 120 y 200 euros
En la actualidad, las geishas trabajan, sobre todo, en salones de cara al público, aunque también pueden ser contratadas por un particular para eventos concretos. Sus tarifas no son baratas, tal y como explica Laura, una de las creadoras de la web Japonismo, un espacio para hablar de la cultura de este país.
Si quisiéramos disfrutar de un 'ozashiki', un banquete tradicional con geishas y 'maikos' (aprendices del oficio), tendríamos que desembolsar entre 12.000 y 20.000 yenes (de 120 a 200 euros) por un espectáculo que rondaría las dos horas. Lo más recomendable es contratarlo fuera de Kioto, pues en esta ciudad es donde más se preserva la tradición y menos 'caso' se hace a los turistas. Lo normal es que solo se acepten a clientes conocidos. Tokio sería un buen lugar para esta práctica cada vez más habitual entre los visitantes.
Durante estos espectáculos, las geishas sirven la comida, hablan con los comensales -son muy cultas, así que su conversación suele ser muy amena- y bailan al ritmo del 'shamisen'. Se dedican a entretener, que era su misión original. Y son libres, algo que no ocurría con sus predecesoras.
Cuando nació el fenómeno de las geishas femeninas ('onna geisha') -los primeros en ser geishas fueron hombres, recibían el nombre de 'taikomochi' y no fue hasta el siglo XVII cuando su papel se redujo hasta la extinción-, las mujeres que se convertían eran adolescentes a las que sus familias vendían para obtener recursos. Eran compradas por las dueñas de las 'okiya', las casas donde se formaban las geishas, que eran quienes luego se quedaban con el dinero que pagaban los clientes por las actuaciones. En la actualidad, son asalariadas con vida privada. Aunque nunca tuvieron prohibido el matrimonio, ahora es más normal que se casen y continúen con este trabajo una vez que lo han hecho.
El mito de la prostitución
Las historia de las geishas está rodeada de un aura de misterio desde su creación. Entre otras cosas porque esta figura surgió ligada a los barrios de placer que se crearon en Japón para agrupar en ellos a lo que llamaban cortesanas, que no eran otra cosa que diferentes tipos de prostitutas de la época. Este es uno de los motivos por los que a veces se piensa que las geishas también hacían favores sexuales a sus clientes. Sin embargo, no es del todo cierto.
Fiona Graham es una geisha. Y tiene mérito. Es la primera y, hasta el momento, única geisha occidental. Nació en Australia y a los 15 años un intercambio escolar la llevó a Japón. Allí se enamoró de su cultura y de las geishas. Se matriculó en la universidad Keio de Tokio, donde estudió Psicología, luego, completó sus estudios con un doctorado en Oxford en Antropología Social.
Luego, se introdujo de pleno en el mundo de las geishas. Ella misma ha reconocido que es lo más complicado que ha hecho en su vida. En 2007, Sayuki, que es como ha sido rebautizada, comenzó su carrera en el barrio Asakusa de Tokio. Sin embargo, no pertenece a la asociación oficial de geishas del barrio porque uno de los requisitos para ser considerada como tal es no ser extranjera.
Las geishas no eran meretrices, aunque tampoco monjas. Practicaban sexo, pero solo cuando ellas querían y con quien deseaban. Es evidente que algunas se acostaban con sus clientes, pero no formaba parte de sus servicios, sino de la esfera privada de su propio deseo. Ocurre también que este tema es un tabú en la cultura oriental, que todavía hoy no se aborda con naturalidad, por lo que es difícil llegar al fondo del asunto.
Sobre este mito de las supuestas costumbres disolutas de estas artistas también influyó lo que ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial en el país. La disputa, que afectó de lleno a Japón, supuso el declive de este fenómeno que en 1920 tenía entre sus filas a unas 80.000 mujeres. Llegó por dos motivos. El primero fue el cierre de los barrios de placer durante el conflicto y la necesidad de mano de obra en las fábricas.
Los americanos y las 'hostesses'
El segundo motivo por el que el número de geishas se redujo drásticamente fue el cambio del tipo de cliente al que tenían que atender. Dejaron de ser contratadas por clientes nacionales para servir a los norteamericanos. Estos no acababan de verlas como un símbolo de la cultura ancestral nipona, sino como doncellas y, en algunos casos, como mesalinas. Muchas de ellas, de hecho, acabaron convirtiéndose en prostitutas.
Además, a las geishas les salió en esta época una dura competencia, las 'hostesses', tal y como explican los creadores de Japonismo. Se trataba de camareras "al estilo occidental" que trabajaban en locales modernos y que entretenían a los clientes sin necesidad de tener unos conocimientos tan profundos como sus 'rivales'. Pese a todo, la profesión se conservó gracias a la perseverancia de algunas mujeres. Ahora, es el turismo la razón principal de su supervivencia.
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