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Jon Garay
Sábado, 18 de octubre 2014, 00:29
Las imágenes de la trifulca que obligó a suspender el partido entre Serbia y Albania de clasificación para la Eurocopa de 2016 han dado la vuelta al mundo. Los golpes entre jugadores, las aficiones encendidas, las carreras desesperadas, la Policía cargando en las ... gradas... Una bandera de la 'Gran Albania' en un dron desató la batalla campal en ese polvorín político que son los Balcanes. Claro que la violencia en el fútbol no conoce fronteras. Brasil registró nada más y nada menos que 30 muertos en los estadios el año pasado. Peor todavía es lo ocurrido en El Cairo en febrero de 2012, cuando un enfrentamiento entre hinchas del Al Masry y el Al Ahly terminó con el espeluznante número de 74 fallecidos y más de 1.000 heridos. No hubo víctimas mortales, pero es imborrable también la imagen de la moto que voló de un graderío a otro en el estadio Giusseppe Meazza en un partido de Champions entre el Inter y el Milan en 2005.
La lista de ejemplos sería interminable. Sorprende, sin embargo, descubrir que esta violencia en el deporte tiene una antigüedad difícil de imaginar. La primera referencia que se tiene de un hecho de estas características se remonta nada menos que a la antigua Roma. En concreto, al año 59 d.C. en Pompeya, la ciudad que quedó petrificada bajo la lava del Vesubio. Allí se celebró uno de los muchos espectáculos de gladiadores que tenían lugar en todo el Imperio. Lo normal es que durasen todo el día. Por la mañana se hacían cacerías de animales, a mediodía se procedía a hacer ejecuciones de presos condenados y ya por la tarde tenían lugar las peleas entre gladiadores propiamente dichas. En la propia capital, los espectáculos podían durar días. De hecho, el récord son los 123 que se alargó el 'munus' organizado por el emperador Trajano para celebrar algunas de esas victorias que tan poco importaban al común de los romanos. Lo que querían era ver a sus ídolos, los gladiadores, en acción.
Estos eran tan ídolos como lo pueden ser los futbolistas hoy en día. Los niños se vestían y jugaban a pelearse como ellos, había lámparas y jarras de cristal con sus imágenes, estaban bien pagados (los mejores combatían solo entre 2 y 4 veces al año y ganaban por cada uno de ellos lo mismo que un soldado en un año. Y los soldados tenían un buen sueldo, al menos, mejor que el de la mayoría de la plebe, que bastante tenía con sobrevivir) e incluso su sangre era objeto de oscuro deseo. Se comerciaba con ella pensando que transmitía el vigor de su 'dueño'. Su atractivo sexual volvía locas a las mujeres. Claro que su profesión tenía bastantes más riesgos que la del futbolista -aun así, la muerte no era el desenlace final más habitual de los combates, más que nada porque formar a un gladiador y contratarle costaba un dineral que pocos se podían permitir. Y si moría, era todavía más caro.
Diez años sin combates... que se quedaron en cinco
Con todos estos ingredientes acudieron al anfiteatro de Pompeya los aficionados de la propia ciudad y los de la vecina Nuceria. A la pasión que le ponían de por sí en estos espectáculos, se unía una rivalidad que terminó por desbordarse. De los insultos se pasó a las piedras y de las piedras directamente a las armas. Tácito lo contó así en sus Annales: "Todo sucedió durante un combate de gladiadores. Los habitantes de las vecinas Pompeya y Nuceria se insultaban unos a otros como suele suceder entre ciudades pequeñas. Las palabras se transformaron en piedras y, a continuación, se desenvainaron las espadas. Los pompeyanos se llevaron la mejor parte; al fin y al cabo eran el equipo local. Como consecuencia de aquello, muchos nucerianos heridos fueron llevados a Roma, y muchos lloraban la muerte de un padre o un hijo".
La magnitud del suceso ha hecho pensar a los historiadores que ambos bandos habían planificado de antemano los enfrentamientos. De ahí que acudieran con armas al anfiteatro -cabe apuntar que en las gradas solía haber soldados para controlar posibles disturbios, pero en aquella ocasión no debieron ser suficientes-. Se conserva incluso un fresco en el que se puede observar cómo unos luchan en el ruedo mientras otros se atizan con garrotes. Hicieron hasta inscripciones sobre ello: "Campanienses, con esta victoria habéis sido destruidos con los nuecerianos o ¡mala suerte para el pueblo de Nuceria!".
El estupor que causó aquella tremenda trifulca hizo que el Senado impusiera la prohibición de combates en Pompeya durante 10 años. Como sucede también hoy en día, el castigo no se cumplió. En el año 65 se levantó la sanción en consideración a que dos años antes Pompeya se había convertido en colonia y a otro hecho si cabe más llamativo: Nerón, por entonces emperador, se había casado con Poppea, natural de... Pompeya. Nada nuevo bajo el sol.
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