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Pedro Ontoso
Miércoles, 1 de octubre 2014, 00:12
La oficina de la marca España acaba de publicar su primera lista-top de los cien ciudadanos que se han labrado una historia personal de éxito en el extranjero. Sobresalen empresarios, actores y reputados científicos, como era de esperar. Pero llama la atención que en ... ese ránking se han colado nueve misioneros y tres cooperantes, que desarrollan su trabajo de manera anónima y sin esperar recompensas económicas. Se empieza a poner cara a unas personas que lo dejaron todo para servir a los demás. Y es que el goteo de noticias sobre la muerte de misioneros, ya sea por enfermedad o asesinados, no ha dejado de parar en los últimos meses. Unos, víctimas del terrible virus del ébola, otros por el fundamentalismo de quienes no soportan a los diferentes, también por la venganza de gobiernos corruptos y sus brazos paramilitares. Siempre están en la primera línea de combate, son los 'marines' de la Iglesia.
Pero lo suyo no es la guerra, son hombres de paz. Joan Tubau, director general de Médicos sin Fronteras, decía en una entrevista publicada por este periódico que admira a los misioneros, porque "son los últimos en irse siempre". Esa es la historia, por ejemplo, del jesuita holandés Francis Van der Lugt, asesinado de dos balazos en la cabeza tras ser torturado en el casco antiguo de la ciudad de Homs, en Siria. Había sobrevivido a bombardeos y tiroteos, pero cuando la mayor parte de la población huyó en busca de un lugar seguro, el padre Francis decidió quedarse con los suyos. "El pueblo sirio me ha dado mucho, mucha amabilidad, mucha inspiración y todo lo que poseo. Soy el único sacerdote y el único extranjero que queda, pero no me siento como un extranjero, sino como un árabe entre árabes. Ahora que el pueblo sufre, debo compartir su pena y sus dificultades", argumentó. Resistió sin apenas comida mi agua, hasta que unos yihadistas del Frente al Nusra, vinculados a Al Qaida, lo ejecutaron. Vivía en la ciudad desde hacia 40 años y como psicoterapeuta había intentado tender puentes de paz y de comprensión recíproca entre cristianos y musulmanes.
No es un caso único. Hoy, decenas de misioneros, que, fieles a su compromiso y con gran valentía, permanecen junto a los más parias en situaciones extremadamente difíciles y arriesgadas. Y pagan un alto precio. Hace tres semanas, tres monjas italianas de la orden de María Saveriana fueron asesinadas y violadas en su convento de Kamenge, en la periferia de la capital de Burundi. Lucia Pulici, de 75 años, y Bernardetta Boggian, de 79, fueron degolladas, y Olga Raschietti, de 83, decapitada. Renunciando a una merecida jubilación, permanecían en Bujumbura ayudando a los desheredados que se hacinan en los suburbios.
¿Están de moda los misioneros? TVE acaba de emitir un biopic sobre la biografía de Pedro Casaldáliga, exponente de la Teología de la Liberación. Descalzo sobre la tierra roja, basada en el libro de Francesc Escribano, narra la vida del obispo emérito de Sao Felix do Araguaia en el Brasil de la dictadura, donde el religioso catalán se comprometió con la causa de la libertad y la justicia en defensa de los derechos de los indios del Mato Grosso. Se enfrentó a los terratenientes y a los militares y fue amenazado de muerte en numerosas ocasiones, pero no cejó en su labor. Abrazó la opción preferencial de los pobres, como monseñor Romero o Ignacio Ellacuría estos si que fueron asesinados, y sigue dando testimonio del Evangelio pese al parkinson que le atenaza. La película-documental cosechó una audiencia media de 8,8%, unos dos millones de espectadores, muy lejos de las cuotas de Antena 3 o Tele 5, pero por delante de Cuatro y La Sexta. El sacrificio personal no vende mucho y si esta asociado con la Iglesia, aunque sea de base y progresista, menos.
Las muertes de los religiosos Manuel García Viejo y Miguel Pajares, de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, ha sido el último aldabonazo. Ambos han muerto tras contraer el ébola atendiendo a los enfermos, el primero en Sierra Leona, y el segundo en Liberia. Eran médicos, cirujanos y especialistas experimentados. Con ese curriculum podrian haberse labrado un holgado porvenir en la medicina privada, pero amaban África y optaron por compartir su vida con los pobres. En África, la Iglesia se ha comprometido contra el efecto arrasador del ébola. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, ha sugerido la creación de un cuerpo internacional de profesionales de la salud, un ejército de batas blancas como existe otro de cascos azules, para mantener a la gente sana, como los militares intentan mantener a la gente segura. Pero los misioneros ya están allí, en primera línea. Llegaron los primeros y se irán los últimos.
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