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IRANTZU ATIENZA
Sábado, 27 de septiembre 2014, 17:01
Ahora que hasta Rosa Benito recorre el Camino de Santiago con fines tan espirituales como enseñar sus fatigas en Sálvame, quizá ha llegado la hora de buscar una de las apartadas sendas de las que hablaba Fray Luis de León. No es que la ruta Jacobea haya perdido su atractivo, para nada, pero con eso de la globalización es como si los 600 kilómetros de zapatilla que nos separan de la capital gallega y la merecida orla de hojas de roble y la concha de vieira que acredita el viaje fuera poco más que un paseo hasta la tienda de la esquina.
Si eres de los que le gusta hacer las cosas a lo grande, el Camino Kumano, una ruta de peregrinación japonesa enclavada en una región montañosa al sur de Kioto, reconocida, al igual que el camino de Santiago, como patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es una buena alternativa. Por este tranquilo recorrido espiritual han transitado desde hace más de mil años emperadores, nobles, plebeyos y hasta los más olvidados parias. En su quietud y exuberante naturaleza han buscado respuestas. Alejados del mundo. Entre los cedros japoneses y cipreses que acaparan la península de Kii, al sur de Kioto. Es el lugar en el que nace el Sol. El sitio idóneo para contactar con los dioses -si es que todavía están ahí- y fundirse con la naturaleza.
Estas antiguas vías fueron clasificadas por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 2004, y ahora millones de peregrinos lo recorren cada año. En su día fueron los devotos budistas y sintoístas los que se encaminaban en la ruta. Eran otros tiempos en los que los humanos aún retenían la debida veneración y culto por la naturaleza. En cualquier caso, las cinco grandes sendas que forman el conjunto sirven hoy para el disfrute tanto de creyentes como de descreídos. Todas ellas atraviesan unos bosques frondosos y convergen en el precioso templo sintoísta de Hongu Taisha. Si eres de los más aventureros, puedes ampliar el recorrido hasta otros dos grandes santuarios del Kumano: Nachi Taisha y Hatayama Taisha.
Mil kilómetros de vías verdes
En casi mil kilómetros de vías verdes, hay opciones para todos los gustos. La ruta más popular es la de Nakahechi, en Tanabe, al oeste de Kii. Desde el siglo X fue utilizada por la familia imperial, que entonces residía en Kioto para su peregrinación. Los montañeros también tiene su camino; Kohechi que atraviesa la península de norte a sur, uniendo el templo budista Koyasan con el Kumano Sanzan. Los senderos de esta ruta se caracterizan por ser empinados y llegar hasta los mil metros de altitud. Y al igual que nuestro Camino de Santiago, tiene una ruta costera, Ohechi. Sus increíbles vistas panorámicas del Océano Pacífico atraen cada año a miles de turistas, entre los que se encuentran muchos escritores y artistas que buscan su inspiración.
La ruta del Este, Iseji, transcurre por la costa oriental y aquí, después de rendir homenaje en el Santuario de Ise Jingu, los devotos continúan su senda a través de adoquines pintorescos que evitan la erosión de las fuertes lluvias. Finalmente, el camino que bordea las cordilleras es el Omine-Okugake. Es el más peligroso de todos y el elegido por los seguidores de la secta de culto Shuguendo. La práctica de éstos discípulos se basa en disciplinar el cuerpo para aceptar lo que la naturaleza ofrece, dejando atrás los deseos de la vida cotidiana que terminan desapareciendo.
A diferencia con el Camino de Santiago, Kumano no tiene un final preestablecido, por sus diferentes vías miles de devotos se guían gracias a los templos Oji que sirven como lugar de ofrenda y además delimitan el camino. Por lo que perderse es prácticamente imposible. De hecho, si como dicen, esta es la base del renacimiento, lo lógico es que uno se encuentre.
Kumano es el lugar adecuado para hacerse preguntas, renovarse y renacer. Algunos santuarios incluso se reedifican a lo largo de los años como sinónimo de que todo debe cambiarse y en el interior de cada templo se haya un espejo sobre el que se puede contemplar el espíritu del corazón, tal y como manda la tradición japonesa. Así es Kumano, el pueblo del lejano Oriente, el lugar donde nace el Sol, el viaje perfecto en el que rutas llenas de espiritualidad alejan los pensamientos y recuerdan que el camino se hace al andar, no al pensar.
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