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El joven Munir El Haddadi se ha convertido en la revelación futbolística de la temporada.
Munir, el hijo de la patera

Munir, el hijo de la patera

Mohamed, su padre, llegó a España hace tres décadas en una barca. Hoy ve a su chico en la selección del país que le acogió

josé ahumada

Viernes, 12 de septiembre 2014, 01:50

También tiene su gracia que Badou Zaki, el seleccionador marroquí, se haga ahora el ofendido porque Munir El Haddadi acabe de estrenarse con el combinado español. Y no es por la evidente diferencia de categoría entre uno y otro equipo ni porque la llamada de un entrenador que ha hecho campeones del mundo a sus hombres resulte tan irresistible para un jugador como la del flautista de Hamelín para los niños: es porque él ha tenido años para hacerlo.

"El patriotismo no se compra, ni se alquila, ha dicho, y se ha quedado tan pancho. Hombre, siempre será mejor ponerle verde que explicar qué estuvo haciendo él mientras el chico se convertía en un fenómeno. Le será difícil, en todo caso, convencer a alguien de que Munir El Haddadi Mohamed (El Escorial, 1995), es un creído que se olvida de sus orígenes ahora que puede codearse con los más grandes.

El caso es que el muchacho podría haber sido así en caso de tener otra familia. A fin de cuentas, él nació en Madrid y endureció las espinillas jugando partidos con los chavales del barrio en los parques de El Escorial y Galapagar. Ni siquiera le dio tiempo a hacer el gamberro por ahí: con quince años marchó a La Masía, esa fábrica de talentos del Barça donde no dejan que nadie se despiste.

De no ser por su padre, Mohamed, Munir no sabría nada de Marruecos. Él se preocupó por que supiese de dónde venían, y cada verano, por vacaciones, le llevaba a ver a sus parientes de Tetuán y Alhucemas, antes de pasar por Melilla, de donde es Zaida, su madre. Es posible también que Mohamed disfrute mostrándole con satisfacción hasta dónde han llegado a base de trabajo.

Mucho antes de ser el orgulloso progenitor de esta estrella en ciernes, Mohamed fue un joven moro que soñaba con un futuro mejor en España, así que una noche, con 18 años, subió a la barca que usaba para pescar y en vez de buscar bancos de peces enfiló la costa de Algeciras.

Se buscó la vida vendiendo en la calle y los mercados andaluces vigilando de reojo para que no le echase el guante algún policía y le mandase de vuelta a casa. Después probó suerte en Bilbao, paseando su puesto por las ferias y aprovechando el tiempo que pasó allí para introducirse en el mundo de la cocina. Su siguiente mudanza le llevó a Boadilla (Madrid), donde se empleó en una tienda de embutidos y tuvo la suerte de dar con unos patrones que se preocuparon por que consiguiera los papeles.

Encontró un nuevo trabajo manejando la parrilla a las órdenes del cocinero vasco Iñaki Ongay, que hoy regenta el restaurante Cul de Sac, en Pozuelo de Alarcón. Así debía de ser la vida que se había imaginado: con su sueldo y lo que sacaba su mujer fregando platos pudieron plantearse formar una familia. Munir sería el mayor de sus cuatro hijos, tres chicos y una chica.

Mahmud Amaritane, cocinero, pasó diez años codo con codo con Mohamed frente a los fogones, tiempo de sobra para forjar una amistad que resiste incluso la actual avalancha de éxito. A él le contaba los progresos de su chiquillo, al que apuntó al CD Galapagar y que después pasó al Santa Ana y al Rayo Majadahonda, antes de que el Barcelona descubriera que era un diamante en bruto. "Ha sufrido lo suyo para llevarle a jugar. No era tan fácil combinar el trabajo con todo eso", recuerda Mahmud. Es comprensible que cuando habló este lunes con él, antes de que empezase el España-Macedonia, le notase contento y nervioso. "Quería que su hijo llegara a lo más alto, y ahí está casi".

Hasta el Manchester City

Claro que uno no se hace un fenómeno en un cuarto de hora. Munir valía, y eso primero lo vio el padre y después todos sus compañeros de trabajo. Iñaki, el jefe, se lo dijo a un directivo del Real Madrid asiduo del restaurante. "Era uno de los que siempre está con Florentino Pérez. Se lo decía, y nada. No hizo caso, así que llegó el Barcelona y se lo llevó".

Fue después de aquella temporada en el Rayo Majadahonda en la que jugó 29 encuentros y marcó 32 goles, alguno tan impresionante como el que le coló al Getafe, cuando dejó plantados a tres contrarios antes de meterla hasta el fondo. No es de extrañar que el propio club madrileño fuese a hablar con Antonio, su agente, como también lo hicieron Osasuna, el Rayo Vallecano y hasta el Manchester City. Ya era tarde.

Les pasó algo parecido a lo que ahora hace lamentarse al preparador Badou Zaki. "Me gustaría jugar con Marruecos porque es el país de mi padre. Vamos a esperar a ver qué es lo que pasa", respondía el propio Munir en una entrevista, en 2011, cuando le preguntaban qué haría si le convocasen las dos selecciones sub-16.

Sus cazatalentos se perdieron su estancia en Barcelona, adonde viajó con su padre, que no aguantó ni medio año. "Mohamed está acostumbrado a vivir aquí explica Mahmud. A él le gustaría tener al hijo más cerca, pero aunque fueran allá Munir iba a estar a lo suyo, estudiando y entrenando, y le iban a ver casi lo mismo. Munir viene a Madrid cuando tiene días libres. Aprovecha para quedar con sus amigos y echar algún partido con sus tíos".

Se empezaron a dar cuenta del potencial del muchacho cuando leyeron en los periódicos que había causado sensación en la última UEFA Youth League, competición en la que fue máximo goleador (11 tantos). Fue, sobre todo, con aquel gol de película al Benfica: en el minuto 88, cuando vio temerariamente adelantado al portero rival y lo batió desde medio campo.

A partir de ahí, todo fue rodado. Acabó la temporada en el filial del Barcelona con unos magníficos números (once partidos jugados y cuatro goles), y se ganó el derecho de hacer la pretemporada con el primer equipo. A Luis Enrique le cautivó su juego, pero también su disciplina y el empeño que ponía, así que le permitió disputar los encuentros de rodaje, en los que hizo cuatro dianas. Cuando, recién iniciada la Liga, el técnico blaugrana se vio con Neymar lesionado y Pedro con flojera, no lo dudó y lo sacó a jugar contra el Elche, un partido al que, por cierto, asistió el ministro de Deportes marroquí, Mohamed Ouzin. Munir se lo agradeció con un tiro al poste y un gol: en solo tres años había pasado de hacer cola para conseguir hacerse una foto con Messi a abrazarse con él en medio del Camp Nou. Y sin haber cumplido los 19.

El partido con España fue la guinda. "Es de Galapagar", respondía Vicente del Bosque cuando se le preguntaba por su presencia en la lista de convocados, aunque nadie dudase de que detrás de esa llamada precipitada debutó con la sub-19 en marzo, con la sub-21 el 4 de septiembre y con la absolua el 8 del mismo mes, estaba la intención de atarlo en corto y evitar la fuga de un futbolista con tal potencial: la FIFA determina que una vez que un futbolista ha jugado con una selección absoluta, no puede hacerlo en otra, incluso cuando, como en el caso de Munir, cuente con doble nacionalidad. Es lo que, antes que a él, les sucedió a Bojan Krkic (español de origen serbio) o a Diego Costa (hispano-brasileño).

A eso pueden agarrarse en Marruecos para quejarse si no quieren admitir que anduvieron un poco lentos de reflejos. Aún este lunes, Mohamed El Haddadi reconocía que su hijo se fue con el que le reclamó primero. "Si le hubieran llamado de Marruecos, también se habría ido. Yo siempre le he dicho: con quien te abra la puerta primero, te vas". Es la palabra de un hombre que sigue viviendo en su mismo pisito de Galapagar y para quien las grandes virtudes de su hijo no son la visión de juego, la técnica, ni el olfato goleador que le hacen ser un delantero tan deseado. Él sabe que la clave del éxito reside en ser humilde, ser constante y luchar duro, y eso lo aprendió Munir en casa.

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