Dos chicas de Toledo se relajan en la playa de Levante de Salou, junto al paseo marítimo.

El último examen, en Salou

La localidad de la Costa Dorada se ha convertido en el destino por excelencia de los viajes tras la Selectividad. "Vienen aquí a despedirse de una etapa de la vida"

Carlos Benito

Viernes, 27 de junio 2014, 01:23

Estos días, en Salou, resulta fácil sentirse viejo, muy viejo. Y eso que la población de la Costa Dorada siempre ha sido tremendamente amigable con el turista de cierta edad y le brinda mil maneras de encontrarse a gusto: ahí están esas parejas del norte ... de España que parecen dedicar la jornada entera a patrullar por el paseo marítimo de Jaume I, como si les hubiesen nombrado guardacostas honorarios, o las venerables ancianitas inglesas que le echan un chorrito de Sprite a un brandy servido en vaso de tubo, o los holandeses jubilados que devoran 'frikandel' con patatas fritas en pubs con nombre holandés forrados de banderas holandesas, en un canto agotador a la redundancia. Pero, ay, estos días acecha en las esquinas la punzada de la nostalgia por la juventud perdida, y la culpa es de una remesa turística propia de junio: como aves migratorias, o más bien como reses bravas a las que han abierto por fin la puerta del toril, llegan a Salou los estudiantes que acaban de examinarse de la Selectividad.

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La localidad tarraconense se ha convertido, de un tiempo a esta parte, en el destino por excelencia de este viaje de estudios liberador e iniciático. Las anteriores salidas en grupo -la de cuarto de la ESO, por ejemplo- suelen estar vigiladas por monitores, profesores o alguna otra figura atenta y heroica, pero las vacaciones posteriores a la selectividad son algo así como un examen de independencia, un ritual de paso, la prueba de acceso a la vida adulta. "Es el primer viaje sin padres ni profesores, la ilusión del adolescente. Vienen aquí para despedirse de una etapa que se termina. Normalmente salen al día siguiente del último examen, cuando todavía no se conoce la nota, y es como una descompresión de todos los nervios y la angustia", explica Ariel Grau, un argentino dedicado a organizar vacaciones para estudiantes a través de su empresa Funtour Salou, con paquetes que suman alojamiento, actividades y entradas para discotecas.

Ariel, que ahora mismo tiene en la localidad a más de 2.000 estudiantes, ha comprobado cómo la capacidad de atracción de Salou llega cada vez más lejos. De los nichos tradicionales como Aragón o Euskadi se ha pasado a recibir muchachos de casi toda España, incluidos lugares tan alejados como Asturias, Valladolid o Toledo. El propio calendario escolar va organizando a este colectivo por semanas, de manera que estos días reinan de forma aplastante los aragoneses. ¿Las claves del tirón creciente? Salou está muy bien provisto de playas, de discotecas y de apartamentos. "La crisis económica ha sido definitiva, porque hubo un tiempo en el que se hacía un circuito por Italia y había que dejarse 900 euros. Aquí se puede llegar por tierra, lo que ya reduce mucho el precio, y la semana de alojamiento sale por 135 euros con entradas incluidas, fiestas...", resume el responsable de Funtour. El Ayuntamiento no contempla con malos ojos esta tendencia: "El recuerdo que se llevan seguro que es bueno, porque además vienen predispuestos a disfrutar, y nuestra esperanza es que sigan viniendo después, cuando sean padres de familia. A algunos nos pilla ya lejos, pero lo que haces en uno de estos viajes lo recuerdas siempre", analiza Benet Presas, el concejal de Turismo.

Camisetas fosforescentes

Identificar a los grupos que están en viaje de estudios no plantea muchas complicaciones. Más allá de su evidente juventud, suele ocurrir que alguno de ellos -o varios, o todos- luzca una camiseta fosforescente: Pacha y Snoepy's, los dos locales más prestigiosos, saben bien cómo transformar a sus jóvenes clientes en publicidad gratuita y cegadora. Para muchos de los muchachos, de 17 y 18 años, estas discotecas han supuesto una experiencia inolvidable, porque vienen de lugares donde no existe nada parecido. "Lo mejor ha sido la primera noche, en Pacha. Es la primera vez que vamos a una discoteca tan grande y nos pareció genial", explican Jose, Alejandro, Raúl, Borja, Nacho, Daniel y Edgar, del instituto Sierra de Guara de Huesca. Es media tarde y están jugando al fútbol en la playa de Levante, en una estampa que resultaría reconfortante para cualquier padre temeroso. ¿Cómo han organizado sus jornadas en Salou? "Nos levantamos sobre las dos y comemos a eso de las cinco, porque, entre que te haces la comida, va pasando el rato. Después, un poco de playa, ducha, cena, cervezas, cubatas...". Uno de ellos -no pregunten quién, que hay compromiso de confidencialidad- ha redondeado la semana ligando. El feliz acontecimiento ocurrió en Pachito, el hermano pequeño de Pacha.

- ¿Y ella de dónde era?

- De Zaragoza, aquí la gente se abre mucho.

También les han entusiasmado las discotecas a Alberto, Víctor, Marina, David, Marcos, el otro Alberto, Eli, Ana y Sonia, un combinado procedente de tres pueblos de Teruel: Andorra, Albalate del Arzobispo y Alcorisa. "¿Que por qué hemos elegido Salou? Porque tiene mar, tiene fiesta, tiene mar, tiene fiesta, tiene mar... Llevamos cuatro noches y hemos estado en cuatro discotecas: la mejor, Pacha, que es enorme. Eso sí, aquí los cubatas están muy caros. ¡Ocho euros en un bar!", resumen, hablando en atropellados turnos. Calculan un presupuesto de cuarenta euros por noche, excepto Víctor, que se ha incorporado por libre a última hora: "Yo me he traído cien euros y que sea lo que Dios quiera".

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El trabajo de campo con varios grupos de estudiantes permite llegar a unas cuantas conclusiones, quizá precipitadas. La primera: todavía no han salido sus notas de selectividad, pero tampoco dan la impresión de sentir una tremenda congoja. "Hemos venido a olvidar", sentencian los turolenses, gente pragmática. La segunda: las reservas de pasta en las tiendas de Salou tienen que ser una cosa inconcebible, porque aquí nadie parece alimentarse de otra cosa. Con chorizo, con jamón, con tomate, a la carbonara, solos o en ocurrentes recetas de circunstancias, los espaguetis nutren los cuerpos y cerebros de una generación. La tercera: hay una pregunta mágica que provoca extrañas reacciones físicas en forma de ojos como platos, resoplidos, muecas de horror, manos a la cabeza, risas nerviosas... ¿Qué dirían tus padres si pudiesen ver todo lo que estás haciendo estos días?

"Mi padre alucinaría si me viera", pero creo que me entendería", responde Judit, la única capaz de verbalizar su respuesta más allá del grito reflejo de horror. Judit es de Teruel capital, del instituto Francés de Aranda, y se dirige con sus amigas Camila, Rocío, Ana y Natalia a hacer la compra. Todas llevan sus camisetas verde eléctrico de Snoepy's, con la leyenda 'The party never ends', la fiesta nunca acaba.

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- ¿Al Dia o al Simply?

- Al que sea más barato.

"Yo sí veo este viaje como un momento de cambio, es cierto. Es mi primer viaje lejos de la familia, como cerrar una etapa de la vida", explica por el camino Judit, que quiere estudiar Finanzas y Contabilidad. "Habíamos ido a Mallorca con monitores y estás más controlado. Pero ya no estamos en edad de llevar monitores. No somos mayores, pero sí más autosuficientes", añade Camila, que tirará por Traducción e Interpretación. En el supermercado, hacen una compra asombrosamente diversa que no incluye ni siquiera un macarrón: Coca-Cola, cervezas Heineken -dos 'packs' de seis-, huevos, patatas fritas, mayonesa, embutido... Incluso se llevan pimientos, cebolla y pechuga de pollo -"¿pit de pollastre será pechuga, verdad?"- para hacerse de cena unas fajitas. En total, 46 euros, aunque acarrean la compra sin bolsas de plástico porque las cobran muy caras. "Mi padre me recalcó que comiera mucho, aunque echo de menos sus espaguetis al roquefort", explica Judit. Debe de ser la única en Salou que añora estos días la pasta. Y al padre.

Los miedos de las familias ante un viaje como este pueden concretarse, en el caso de Salou, en una referencia inevitable. Cada primavera, invaden la localidad los universitarios británicos del Salou Fest, unas hordas propensas a la desnudez en público, el berreo disonante, el vaciado de vejiga 'outdoors' y otras formas de desenfreno creativo, que los tabloides de su país empaquetan después como historias de terror para padres. "Esto es totalmente diferente. No hablamos de un turismo descontrolado: son muy jóvenes y no se les puede comparar con los 'hooligans' de veintitantos. Estos son aún muy inocentes, y estar bailando cuatro horas arriba de un barco les parece espectacular", asegura Ariel Grau. El concejal se muestra también tranquilizador: "No me consta ningún problema especial con ellos", dice.

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Un siete en excesos

A eso de las nueve, se desata una tormenta en Salou y empieza a soplar un viento feroz, que se lleva los carteles de 'desayuno inglés todo el día', arranca cortezas de los árboles del paseo y deja las calles desiertas, como si se hubiese decretado de pronto la temporada baja. Al forastero, que es mayor, que va ya para viejo, se le pasa por la cabeza que a lo mejor los jóvenes no salen con ese tiempo, pero a medianoche ya empieza a crecer la cola frente a las puertas del Pachito La Cage. Hay fiesta del agua, ¡como si hubiese llovido poco fuera! "Aquí se viene de fiesta, las discotecas de Huesca son una mierda", resumen Andrea, Ana e Isabel, que en cambio se han traído de su ciudad la pasta, la lejía, el aceite, el vinagre, la sal, el azúcar y el papel higiénico. "¡Playa y fiestorro!", resumen sus planes Munárriz, De Carlos, Yoldi y Basiano, navarros de Pamplona y Uterga que se llaman por los apellidos, como una delantera de fútbol. Puede ser peor: las chicas del instituto Pirámide y el instituto Ramón y Cajal, también de Huesca, solo se prestan a confesar sus iniciales: "Mañana nos dan la nota, así que hoy nos vamos a emborrachar por si acaso y mañana lo haremos para olvidar o para celebrar", dicen. Una de ellas, M.L.L., se define como "la que cocina, la que más aguanta, la que liga todo". Un grupo más, mientras la fila sigue alargándose hacia el horizonte: son los chicos y chicas de Escuelas Pías, de Zaragoza. De cero a diez, ¿qué calificación pondrían a su nivel de excesos de estos días? "Un siete, no es tan exagerado".

Se puede pensar que no hay nada más alienante para un adulto sobrio que estar conversando con grupos de jóvenes de 17 y 18 años en la cola de una discoteca. Pero, media hora después, uno corrige sus impresiones al verse en el interior de Snoepy's, mientras los altavoces emiten himnos de dance latino como el 'Cosita bonita' de Mr Chris o el 'Te voy a olvidar' de Bladi y Henry Méndez. Las camisetas del local -hoy toca color naranja- brillan en la oscuridad y varias chicas con 'shorts' mínimos bailan en el podio. "Este turismo es estupendo. No gasta demasiado, pero da cero problemas y es muy agradecido", se alegra Rubén Benito, el encargado.

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- ¿Y tienen esto así de lleno todas las noches?

- Hoy está flojo.

Fuera, se apresuran tres santanderinas: Paula, Alba y Ainhoa. En su primera noche en Salou, no acertaron con el local, así que hoy quieren asegurarse y entrar a Snoepy's antes de que se llene. "Mi madre no se va a creer que estoy fregando los cacharros y el suelo todos los días. ¡Resulta que tiene razón cuando dice que puedo hacerlo!", se asombra Ainhoa. ¿Qué pasó, por cierto, en ese bar de la primera noche? "Unos chicos nos preguntaron si éramos 'made in Spain' y estuvimos con ellos. Eran majos y nos invitaron a tomar algo, pero resulta que tenían... ¡32 años!". Lo dicen, por supuesto, como si esa edad fuese matusalénica, casi inconcebible. Es eso que llaman vejez, tan lejana cuando se tienen dieciocho y la fiesta nunca acaba.

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