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Bruno Vergara
Martes, 6 de mayo 2014, 02:58
En Euskadi también existe pobreza. Una pobreza muy intensa. A pesar de que los indicadores económicos parecen mejorar, la situación de las personas que atendemos es cada vez peor, advierte Carlos Burgos, presidente de Cáritas en Bizkaia y Euskadi. La ONG vinculada a la Iglesia ... católica atiende cada año a casi 50.000 ciudadanos en el País Vasco; 13.000 de ellos se encuentran al borde de la exclusión social. Es decir, en situación límite. La cifra casi se ha doblado con la crisis. En 2007, cuando empezó a gestarse la debacle, eran 7.000.
Cáritas no solo se ocupa de más personas, sino durante más tiempo. La carencia de alimentos o de recursos para satisfacer las necesidades básicas se extiende a capas crecientes de población, que tropiezan con serias dificultades para salir del atolladero al que se han visto arrojados por la crisis. Asistimos a una preocupante cronificación de la pobreza, subraya el responsable de la organización. Con una consecuencia clara: El sistema se está colapsando. Empieza a no dar más de sí por la avalancha de peticiones de ayudas no solo de inmigrantes, sino mayoritariamente de autóctonos. En muchos casos, de ciudadanos con una vida más o menos acomodada hasta hace unos años, 'carne' de clase media, a los que el paro desbocado, la presión de las hipotecas -cuando no los desahucios- y otros efectos colaterales del derrumbe de la economía han puesto entre la espada y la pared.
Esa alarmante realidad es aún nás cruda en otras zonas de España, que cuentan con una red de asistencia social menos 'generosa' que la de Euskadi, donde más de 63.000 personas cobran la Renta de Garantía de Ingresos (RGI).
Los autóctonos ya constituyen el 53% de las personas que se ven obligadas a recurrir a los programas de Cáritas en todo el país -en 2009 eran el 25%- en un intento desesperado por sobrevivir o dar de comer a sus propios hijos.
Dos ciudadanos en esa situación, dos de los miles de pobres residentes en Euskadi, se confiesan a elcorreo.com.
J. C. R. R. 51 años. Enfermo de sida: "Me he sentido en el corredor de la muerte"
"Me daba igual todo, hasta el diablo me abandonó". J.C.R.R., un hombre de 51 años, se vio un mal día en la calle y sin poder caminar siquiera. Por debilidad física. Por la carencia de alimentos básicos. Y por una cruel enfermedad. Este varón, natural de Asturias pero que ha vivido la mayor parte de su vida en Euskadi, era pescador. Perdió el empleo cuando contrajo el VIH, el virus del sida. "Me quedé excluido totalmente, como si estuviera en el corredor de la muerte", relata con un nudo en la garganta. Ahora vive en un piso de acogida en Bilbao -lleva tres años bajo la tutela de Giltza, un servicio que le proporciona un hogar y le ayuda a la inserción social- tras haber dormido durante largo tiempo a la intemperie del frío, del agua y de los riesgos físicos que conlleva una vida así.
Sin ingresos regulares ni familia con la que se relacione, se ve obligado a comer en un local social de Cáritas. Su rostro, con las cicatrices propias de alguien curtido en mil batallas de supervivencia, y la voz cascada, casi rota, reflejan la dureza de su día a día, el infierno en el que ha pasado los últimos años.
No podía trabajar en un barco por miedo: su escasez de defensas disparaba el riesgo de contraer una neumonía que, en su caso, sería previsiblemente mortal. Todo por haber 'tonteado' años atrás con la heroína, lo que le llevó a infectarse. "Fue un palo tremendo. No llego a entender cómo pasó, pero el caso es que lo pillé", apunta.
Durante largos años se ha sentido como un leproso. Eramos los enfermos de las tres eses: saliva, sangre y semen, explica. Ahora está medicado, pero estuvo más de 20 años sin tomar nada por propia voluntad. Por pura desesperación. También ha conocido la cárcel. Casi un mes, en el ya lejano 1979, cuando apenas tenía 16 años. Le cogieron con porros.
La crisis de los años 80 le hizo emigrar de Euskadi, a donde acababa de llegar desde su Asturias natal. "Rulé por el mundo, según en sus propias palabras. Estuvo diez años en Italia y largas temporadas en Andalucía.
"Esta situación la veía venir, explica. La crisis, quiere decir. La penuria que ha destrozado su vida y ha colocado entre la espada y la pared a decenas de miles de vascos. En los países de Europa más avanzados ya empezaban a tener dificultades". Estuvo viviendo en la calle y haciendo trabajos esporádicos. Aunque nunca llegó a pedir limosna. Mientras malvivía en Jaén, comenzaron unos fuertes dolores en las piernas que le llevaron a no poder andar. "No me podía mover, no caminaba. La gente pensaba que estaba borracho porque me caía. Eran los primeros síntomas del sida, que le hicieron sufrir el desprecio de sus semejantes. Las personas estaban deshumanizadas, recuerda. Nadie le atendía. Nadie se preocupaba por él. Llegué aquí con morfina hasta en el alma.
Gracias a los servicios sociales y su espíritu de lucha, le dio la vuelta a la tortilla. Aunque no del todo. No tiene vivienda. Ni recursos. Con la familia que le queda en Asturias, no se trata. Depende de Cáritas para llevarse un plato a la boca cada día. Y carece de empleo. "Como no me meta a la ONCE o a político..., dice en medio de una amarga sonrisa.
Recuperado casi por compleo de sus dolencais en las piernas -ha dejado la cachava que le ha acompañado durante años-, piensa en hacer el Camino de Santiago en bicicleta. Con mucha tranquilidad. "No pienso hacerlo a lo Contador", bromea.
"Las cosas están fatal. Veo a mucha gente pidiendo en la calle", sentencia. Él ya ha no se rinde ante nada. "Sé valiente y atrévete", dice. Es una fase que recuerda bien de la Biblia, que acaba de empezar a leer.
Astrid. Colombiana. 42 años: "A mi hija de 8 años le tuve que decir que en Navidad no había regalos"
Astrid es una colombiana de 42 años que llegó hace 13 a España. Lo hizo con la "ilusión" de darles una "mejor vida" a sus familiares en su país, pero no pudo ser así. Llegó a Madrid sin papeles, "como todos", y con unas expectativas muy diferentes. Decidió emigrar tras la ruptura con su pareja, lo que le hizo dejar a su hijo de dos años (que ahora tiene 15) allí.
Esta mujer pensaba que todo iba a ser diferente en Madrid. Un trabajo y una vida mejor. Conoció a otro hombre y tuvo una hija, que ya tiene ocho años y a quien cría sola, ya que rompió con su pareja. Su 'ex' le ayuda con unos 150 euros al mes "cuando puede", aunque no siempre es así. Astrid decidió trasladarse a Alicante, aunque las cosas allí tampoco le fueron bien. "Fue horrible", dice apenada. Antes de dejar Alicante llegó incluso a plantearse pedir en la calle porque "no tenía con qué pagar nada". Al final optó por viajar a Bilbao, donde tenía varios amigos. De eso hace ya siete meses, pero no encuentra trabajo.
Los primeros días en Euskadi fueron "una pesadilla" para ella. "Era imposible encontrar una vivienda", afirma esta mujer, quien explica que lo verdaderamente difícil fue poder empadronarse. Era un requisito para escoralizar a su hija. Su vida en la villa es "mejor", ya que al menos "no me encuentro sola, porque en Alicante no nos relacionábamos con nadie".
Una asistenta del Ayuntamiento le puso en contacto con Cáritas, donde "no pensé que me tratarían tan bien".
Astrid vive ahora en un pequeño piso con su hija gracias a la ayuda de 400 euros que le da Cáritas. A pesar de estar mejor que en Madrid o en Alicante, no puede ocultar una profunda tristeza, sobre todo cuando habla de su familia, y es incapaz de contener las lágrimas cuando recuerda a su madre, ya fallecida. "Ahora solo pienso en mi hijo, en traerlo aquí", afirma. "Esto me gusta, pero ha sido muy duro lo que he perdido. Solo quiero darle lo mejor que pueda a mi hija". Y es que su pequeña no vive ajna a la dura situación. "Le he dicho que la vida no es fácil y es lo que nos toca vivir", dice con pena. "En las pasadas Navidades le tuve que decir que no había regalos, que no había dinero", explica. "De todos estos años perdidos, tengo que salvar algo, a mi hijo que está en Colombia. Ya no puedo pensar en el futuro, sino vivir al día".
Astrid busca empleo y ha recurrido a Cáritas, que por primera vez en su historia ayuda en ese recorrido a más españoles que extranjeros.
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