Diomesio Coelho Antunes remata a un pirarucu antes de subirlo a su canoa, en la reserva natural brasileña de Mamirauá.

Pirarucu, el pez de la abundancia

Pesa hasta 250 kilos y tiene que salir cada poco tiempo a respirar. Es un tesoro para los pescadores de la Amazonia

Carlos Benito

Viernes, 4 de abril 2014, 13:04

Se llama pirarucu, o arapaima, o paiche si les preguntamos a los peruanos, y es uno de los peces de agua dulce más grandes que existen. Se trata, además, de uno de esos animales especiales que han dado lugar a toda una mitología, porque los ... pescadores dedicados a capturarlo han creído reconocer en él cierta inteligencia maliciosa, cierta habilidad para el engaño, cierto fondo inquietantemente humano. Los relatos ancestrales, ineludibles en la Amazonia, hablan de un guerrero bravo pero perverso, que acabó castigado cuando los dioses se hartaron de su crueldad: le atravesaron el corazón con un relámpago y su cuerpo, todavía vivo, acabó en el río, donde adquirió la forma de un pez enorme y extraño.

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Extraño porque, para empezar, podría morir ahogado. En las aguas poco oxigenadas que habita, el pirarucu se ve obligado a salir cada cierto rato a la superficie para boquear y absorber un poco de aire exterior. Esa necesidad es su punto débil y le expone a su mayor predador, el ser humano: el método tradicional para capturar esta especie requiere paciencia, pericia y conocimiento, ya que implica acechar durante horas desde las canoas, para detectar las burbujitas que delatan la presencia de un ejemplar. Los pescadores reman con movimientos levísimos, imitando la ondulación de la cola del pez, y cuando al fin emerge lo ensartan de un arponazo. La pelea con un pirarucu, que puede llegar a pesar más de 250 kilos, suele ser muy trabajosa y exige rematar al animal antes de izarlo a la barca, para evitar que la vuelque con una sacudida de su cuerpo vigoroso.

Al pirarucu lo llaman 'bacalao del Amazonas', incluso a veces lo filetean y lo salan al estilo de ese referente. Su carne es sabrosa y abundante, sin espinas pequeñas, y los pobladores de la cuenca amazónica también aprovechan las escamas -son excelentes limas de uñas y, con su ribete amarillo o rojo, se utilizan como ornamento- y la lengua ósea y áspera, que sirve de rallador. Siempre ha sido un tesoro para las empobrecidas comunidades ribereñas, que al final acabaron abusando de esa provisión aparentemente inagotable: en muchos lugares, el arpón dejó paso a las redes agalleras, y los pirarucus se fueron volviendo cada vez más escasos y más pequeños.

Congelado para el Mundial

En los años 90, las autoridades brasileñas decidieron adoptar medidas para proteger a la especie de la extinción, que casi se presentaba como inevitable. Se impuso un largo periodo anual de veda, se estableció una talla mínima de metro y medio y se empezó a organizar un sistema de "manejo sostenible", por el que solo se puede practicar la pesca intensiva en un tercio de la superficie lacustre. Al plan se han ido sumando pueblos indígenas como los paumari, que se aplican a hacer el recuento de ejemplares a partir de sus boqueadas, paso previo para determinar las cuotas de pesca. En 2013, en el estado de Amazonas, se pudieron capturar casi 700 toneladas, una cifra que supone un incremento del 30% sobre la de cinco años antes y que permite contemplar con optimismo el futuro de la especie.

De hecho, los más emprendedores de la Amazonia ya están pensando en descubrir al mundo las posibilidades gastronómicas del pirarucu. Allí es un plato muy apreciado, que se suele preparar con banana y harina de mandioca y se consume especialmente durante las fechas navideñas, pero este año ha tocado congelar buena parte de las existencias: Manaos, capital del estado de Amazonas, será en junio una de las doce sedes del Mundial de Fútbol de Brasil, que coincide con la prohibición de la pesca, así que ha hecho falta un poco de estrategia para conseguir que ingleses, italianos y estadounidenses -tres de las selecciones que pasarán por la ciudad- puedan catar el misterioso pirarucu.

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