El presidente José Luis Rodríguez Zapatero no fue todo lo valiente que pudiera haberlo sido y no pudo, o no quiso, o lo más probable es que fuese una mezcla de las dos posibilidades, cumplir la promesa que le hizo a Pascual Maragall en campaña ... electoral en Barcelona de respetar lo acordado por el Parlament de Cataluña. No respetó ni cumplió lo prometido, a pesar de haber logrado el nuevo Estatut, un 30 de septiembre de 2005, el sí de una abrumadora adhesión, el apoyo del 90% del Parlament. Pero Rodríguez Zapatero no fue fiel a la palabra dada, quizás debido también a que en ese momento no pasaba por su cabeza la posibilidad razonable de ganar las elecciones generales en marzo de 2004. Grave incumplimiento de la palabra dada, desprecio a una decisión adoptada legítima, libre, masiva y democráticamente por el Parlament de Cataluña. Un Estatut que suponía ciertamente un muy claro avance con respecto al del 1979, un avance incontestable reconocido.
La gracieta de Alfonso Guerra se cumplió y el texto fue cepillado en el Congreso de Diputados de Madrid. Lo resultante no fue lo aprobado por el, repito, 90% del Parlament de Cataluña, pero tan cierto como ello también era evidente que el texto final seguía siendo razonablemente satisfactorio, suponía un sustancioso avance, mejoraba una financiación que preveía gestionar una importante cantidad de impuestos e instrumentos recaudatorios, ampliaba competencias, avanzaba en la equiparación de las lenguas catalana y española, planteaba un consejo de justicia de Cataluña, la Generalitat ostentaría de forma íntegra las potestades legislativas, reglamentarias y función ejecutiva, se incluía el término nacional referido a la bandera, la fiesta y el himno etc. En definitiva era innegable que el Estatut era útil y provechoso, garantizaba mejor que antes nuevos y necesarios instrumentos para un marco autonómico que había dado muy buenos resultados para la sociedad catalana pero que obviamente después de 34 años se había quedado muy estrecho y ello, repito también, a pesar de su tramitación en el Congreso de Diputados, tramitación que rebajó los contenidos más ideologizados del Estatut y que le dio luz verde en pleno un 30 de marzo de 2006. El Senado dictaminó en positivo al poco, fue el 10 de mayo.
Tres semanas más tarde, el 18 de junio, los catalanes dieron el visto bueno en referéndum al nuevo Estatut con un casi 74% de los votos. Ganó el sí. Impecable cronología constitucional. Seny puesto a prueba. Seny zarandeado pero victorioso. La cuestión del nuevo Estatut bien podría haber terminado así. Fin de la historia.
Pero, siempre hay un inoportuno y torpe pero que lo estropea todo. Porque a pesar de la tramitación en el Congreso y el Senado muchos artículos continuaban siendo inasumibles para el PP: España, su España, se les rompía y eso no se podía permitir. Y así, y a pesar de la impecable y estricta cronología constitucional del camino recorrido el PP culminó su inmensa torpeza presentando recurso al TC en un acto de total obtusa irresponsabilidad y ceguera política histórica. Un nefasto 31 de julio de 2006 recurrió un centenar de sus artículos, preludio preocupante de algo que nadie sabía cómo iba a acabar. El TC se enfrentó a la decisión más trascendente de su trayectoria, se encontró ante una decisión que iba más allá de la anécdota, se trataba de dictaminar sobre la relación entre Cataluña y el Estado, siendo conscientes que su decisión afectaría de forma inapelable al futuro modelo autonómico de España. Estaban en juego los pactos profundos que habían hecho posible los últimos treinta y pico años de la historia de España. El TC con la indivisibilidad de España puesta por montera, habló, decidió y bien que la armó. Pintaba, preocupante, feo y mal. Y por desgracia así ha sido.
Hoy, finales de 2015, diez años más tarde de aquel septiembre de 2005, con el humillado y zarandeado seny esta vez vencido y fuera de combate, el despropósito político en Cataluña alcanza niveles impredecibles de la mano de un PP el de Mariano Rajoy que ha tejido una estúpida red de flagrantes dislates políticos tanto por acción como por dejación cuyo desenlace aún se desconoce, una Unió desaparecida, un independentismo exultante y aturdidor, un clan el de los Pujol defenestrado ante la historia, la política y la ética, una Convergència embargada en loca carrera hacia nadie sabe dónde, un Artur Más rehén de una CUP antisistema, un artículo el 155 de la Constitución en boca de los más machotes de la piel de toro, una sociedad la catalana fracturada, un temor, el de la frustración que ya enseña su patita, unas costuras, las del traje constitucional español que se deshilachan, un modelo el del Estado cuestionado contradictoriamente, unas elecciones, las generales, con unos resultados impredecibles que impiden adivinar si cualquier cambio constitucional que se pudiera dar iría en una dirección o en la contraria, unas fuerza políticas emergentes como Podemos o Ciudadanos de dudosa previsibilidad y que amagan desequilibrios preocupantes en la foto del mañana político de ese Estado llamado España, una desconexión, la catalana, en marcha y una España, la España de camisa blanca, reseca historia que nos abrasa, atónita y mirando de reojo. Legalidad y/o legitimidad. Es la luz que, acercándose, se ve al final del túnel con la duda de si será el final del túnel, o quizás el otro tren.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.