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ANDER GOIRI
Lunes, 29 de septiembre 2014, 17:54
Miguel Boyer Salvador (1939-2014) ha sido un socialista heterodoxo. Demasiado liberal para los sectores más clásicos del partido. Demasiado brillante y con las ideas demasiado claras como para adaptarlas a la disciplina militante que impone moldearlas en función de los vaivenes estratégicos de cada ... momento. Demasiado independiente como para sentirse cómodo entre las estrecheces de la política diaria. Sin complejos a la hora de defender sus convicciones por muy alejadas que estuvieran de la doctrina oficial, en el último cuarto de siglo ha tenido mucho más protagonismo en la crónica rosa, por su matrimonio con Isabel Preysler en 1988 que por su influencia en los grandes despachos del poder. Algunos de los antiguos compañeros que ahora lloran su muerte le despellejaron cuando en 1996 dejó de reconocerse en el PSOE de entonces, que llevaba catorce años dirigiendo los destinos de España, pidió el voto para el PP de José María Aznar y fichó como patrono de la Fundación Faes. Desencantando tras esa experiencia, volvió al redil de la socialdemocracia como sorprendente asesor de José Luis Rodríguez Zapatero en el tramo final de su mandato.
Boyer, fallecido este martes de una embolia pulmonar, fue el primer ministro de Economía de los gobiernos de Felipe González. Un socialista histórico que, al llegar al Ejecutivo, acumulaba un notable bagaje a sus espaldas. Miembro de una familia republicana azañista, que se había exiliado tras la Guerra Civil, nació en San Juan de Luz (Francia) en 1939. regreso a España con apenas dos años cuando su abuelo fue detenido por la Gestapo, entregado a la Policía de la dictadura y condenado a muerte. Estudió en el Liceo Francés de Madrid y se licenció en Ciencias Físicas y Económicas. Ingresó en el PSOE en 1960. Apenas dos años más tarde fue arrestado por propaganda ilegal y militancia clandestina. Por esos hechos estuvo encarcelado durante cinco meses en Carabanchel.
Funcionario por oposición del Banco de España y director de Estudios del Instituto Nacional de Industria (INI) en 1974, compatibilizó esos puestos con su militancia política, siempre en la órbita de los sectores más moderados del PSOE. De hecho, fue de los que en su día se rebeló contra el término marxista para definir al partido antes de que esa definición desapareciera de sus estatutos y, tras haber entrado en su ejecutiva, llegó a desligarse de la formación entre 1977 y 1979 por discrepancias con su línea de actuación.
Con esa impronta fue llamado por González para su primer Gobierno, tras la arrolladora mayoría socialista en las elecciones generales de 1982. Apenas tres meses después de acceder al cargo, el 23 de febrero de 1983 Boyer nacionalizó los bancos y las empresas Rumasa, que hacían agua por los cuatro costados y amenazaban con causar daños irreparables a la economía nacional. José María Ruiz-Mateos, el propietario del imperio de la abeja, le juraría odio eterno y emprendería una campaña contra él que incluiría agresiones públicas a plena luz del día y delante de las cámaras al grito de ¡que te pego, leche...!.
Dolorosa cirugía
Apoyado en sus propias convicciones y escarmentado por la debacle de los socialistas en Francia tras aplicar un programa nítidamente de izquierdas basado en la espectacular expansión del gasto público, Boyer se empeñó en aplicar una política ortodoxa para frenar la desbocada inflación -entonces rondaba el 14%-, rebajar el déficit e impulsar un crecimiento económico que permitiera atajar la sangría del paro. La devaluación en un 9% de la peseta en un desesperado intento por mejorar la competitividad de España fue la primera de una serie de medidas impopulares de ajuste duro, que incluyeron el saneamiento de un sector público al borde de la bancarrota.
El pronto denominado 'superministro' sentó las bases para reconvertir a fondo astilleros, siderurgias y minas, entre otras actividades dependientes del Estado, un proceso con un elevado coste en mano de obra y también en imagen para un Gobierno del 'cambio' que llegó al poder con la promesa de crear 800.000 empleos y que veía cómo mes a mes aumentaban las listas del Inem.
Esas medidas de cirugía, dolorosas pero imprescindibles para que la obsoleta industria española pudiera competir con la europea cuando entrara en la UE, enfrentó a Boyer con los sindicatos y también con algunos sectores del Ejecutivo y del PSOE afines a Alfonso Guerra, el entonces todopoderoso vicepresidente.
Apoyado por el presidente, resistió los embates y puso en marcha reformas contestadas dentro de las propias filas socialistas. Entre ellas, la liberalización de los horarios comerciales y la modificación de la Ley de Arrendamientos Urbanos para que los contratos de alquiler, que hasta entonces podían tener carácter vitalicio, fueran temporales.
Un órdago perdido
Las crecientes tensiones con compañeros del Gobierno -Guerra y sus ministros afines-, que reclamaban una nueva política económica basada en un fuerte aumento del gasto público, le llevaron a lanzar un órdago. En el verano de 1985 exigió a González plenos poderes en la materia a través de una vicepresidencia, que le permitiera aplicar a rajatabla las medidas de ajuste que, a su juicio, aún necesitaba el país. Perdió el pulso. O él o yo, vino a responder Guerra al presidente cuando este le tanteó sobre las demandas de Boyer. El 'superministro' presentó su dimisión el 4 de julio de 1985. Le sustituyó Carlos Solchaga, hasta entonces titular de Industria.
Boyer se convirtió entonces en un muñeco de pim-pam-pum para los sectores más izquierdistas del PSOE; sobre todo, a raíz de que, unos días después de su relevo, se desvelara su romance con Isabel Preysler. Su posado en el 'Hola' mostrando su chalet en una urbanización de lujo de Madrid, repleto de maderas nobles y de cuartos de baño, fue aprovechado por sus enemigos para atacarle sin piedad.
Tras su salida del Gobierno, Boyer presidiría el Banco Exterior de España, Cartera Central y CLH (la antigua Campsa), y accedería a una vicepresidencia de la constructora FCC. Progresivamente apartado de la política conforme ganaba protagonismo en la prensa del corazón tras su matrimonio con Isabel Preysler, en 1996 saltó se nuevo a la palestra para apoyar al PP de Aznar, que ganaría ese año las elecciones generales, y anunciar su ingreso como patrono en la Fundación Faes. Unos años después se desvincularía públicamente del PP, en desacuerdo con la invasión de Irak. A finales de 2010 anunció su salida de Faes y volvió al redil del PSOE, donde ejercería de asesor de Zapatero en la recta final de su mandato, cuando la crisis económica le obligó a aprobar drásticos recortes en el gasto público.
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