Miriam Cos
Martes, 24 de junio 2014, 00:29
A sus cincuenta años puede decir que fue héroe por un día. Alberto Casillas saltó a la palestra el 25 de septiembre de 2012 cuando, aferrado a la puerta del bar en el que todavía trabaja -el restaurante Prado, de Madrid, en el paseo al ... que da nombre el famoso museo-, impedía entrar en el local a un batallón de policías, pertrechados de todo tipo de material antidisturbios. En el establecimiento se habían refugiado a la carrera decenas de asustados ciudadanos, que huían de las fuerzas de seguridad en medio de un fragor de pelotas de goma, cristales rotos y porras al viento. "¡Por mi vida que no vais a pasar. Esto va a ser una masacre. Está lleno de gente inocente!", gritaba visiblemente nervioso, casi fuera de sí, ante un grupo de agentes ataviados con cascos y armaduras. Y no pasaron. Las personas que entraron en el establecimiento -algunas, paseantes a los que la carga policial pilló por sorpresa; otras, manifestantes 'indignados' que habían rodeado el Congreso de los Diputados- observaron, entre estupefactas y aliviadas, el arrojo de ese votante confeso del PP, que aquel día dejó de serlo. La mayoría de ellas, y otras muchas que conocieron su 'hazaña' a través de los medios, aún acudían varios días después a felicitarle, a darle las gracias por su aplomo y valentía.
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Veintiún meses después, este lunes volvió al estrellato al pisar los salones del lujo Hotel Ritz y plantarle cara a Pablo Iglesias, el líder de Podemos, que asistía a un desayuno informativo. Quería que el flamante eurodiputado, la nueva referencia política para buena parte de los ciudadanos que se echaron a la calla a protestar aquel 25-S en el que Alberto saltó a la fama, le explicara si había contribuido a la "represión" que ejerce el Gobierno de Venezuela sobre su pueblo. Entre ellos, contra su hija.
Casado con una venezolana y con dos hijos -una estudiante de Periodismo y otro de Criminología-, desde su acceso a la fama, aunque fuera efímera, aquella fatídica noche que se saldó con 60 heridos en el centro de Madrid, Casillas se afana por acabar con lo que considera injusticias políticas que se registran en el país bolivariano, en el que él mismo residió durante 25 años y donde ahora se encuentra su familia. Y aunque toda su vida se ha dedicado a la hostelería, no pierde ripio en la actualidad política. Así, dedicado por completo a la causa venezolana, siembra sus perfiles en las redes sociales de fotografías y testimonios para dar a conocer su visión de lo que ocurre en el país, con un tono crítico hacia el régimen chavista.
Votante reconocido del PP, tras los incidentes de 'Rodea el Congreso' llegó a decir que se arrepentía de haber apoyado a los populares. "Don Mariano, yo voté por usted, no por esta forma de gobernar. No me gustan los gobiernos que se esconden detrás de la Policía y en sus palacios", comentaba ante la atenta mirada de periodistas y curiosos. Además, participó en las famosas asambleas ciudadanas de la capital, en las que llegó a manifestar su deseo de afiliarse a Izquierda Unida.
Duelo de titanes
Ante la sorpresa del líder de la coleta, el ahora gerente del restaurante Prado se encaró este lunes a gritos con él en lo que prometía ser uno de esos actos tranquilos con los que inician el día en Madrid responsables de los principales partidos y empresarios de postín . "Mi esposa no puede comprar papel higiénico ni comida. ¿Ha asesorado al Gobierno de Venezuela en eso?", preguntaba desesperado al mediático Pablo Iglesias . "En Venezuela están matando a los jóvenes. A mi hija la dieron golpes, ¡una niña de 22 años! ¡Usted defiende eso!", repetía desesperado ante la pasividad del político.
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Casillas fue expulsado de la sala, donde el cabeza de lista de Podemos -asesor del chavismo y a sueldo del régimen venezolano durante varios años, según algunos medios- lo negaba todo. "No he asesorado para que dejen a nadie en una situación económica difícil ni para que muerdan el cuello a los niños y le saquen la sangre", sentenciaba. El camarero que evitó una carga policial a un buen puñado de simpatizantes de Podemos aquel 25-S había intentado contactar con Iglesias a través de las redes sociales. "Le he enviado 100.000 tuits", le gritó a la cara antes de ser desalojado, mientras el europarlamentario, tranquilo y desenfadado, le pedía el número de teléfono para poder quedar. "Usted me dijo que me iba a dar una entrevista", le gritaba visiblemente molesto. Desencantado.
Parece su sino con los políticos. Sean de la derecha en el poder, a la que él votó, o de la nueva izquierda que ha captado el respaldo de desencantados como los que aquel 25 de septiembre de 2012, cuando él plantó cara a la Policía y alcanzó la fama, se lanzaron a las calles de Madrid a expresar su malestar con las instituciones.
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