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Más que un crimen

El asesinato de Isabel Carrasco llama a evitar toda trivialización de la violencia

PPLL

Martes, 13 de mayo 2014, 01:30

El asesinato de la presidenta de la Diputación de León y líder del PP en la provincia, Isabel Carrasco, constituye un hecho tan inesperado y sobrecogedor que ha convulsionado no solo la campaña electoral, sino el ánimo de políticos y ciudadanos ante semejante irrupción violenta en la convivencia pacífica y normalizada. Estremece que el crimen se consumara en la capital leonesa a la luz del día y en plena calle, como estremece pensar en la absoluta indefensión de la víctima ante los tiros recibidos. La atribución del homicidio, según las primeras evidencias, a una venganza personal por un despido en el seno de la propia Diputación y la rápida detención de dos sospechosas la esposa y la hija del inspector jefe de la Policía de Astorga deben facilitar una investigación que determine sin sombra de duda quién apretó el gatillo y por qué. Pero ese porqué, obligado en cualquier pesquisa policial y judicial, nunca puede hacer arraigar en la opinión pública ninguna justificación o condescendencia hacia una decisión tan extrema, brutal e irreversible como la de arrebatar la vida a otro ser humano. Pocas cosas pueden corroer tanto el tejido social como la banalización de la violencia, una posibilidad que tiende a hacerse presente en situaciones de crisis profunda, de incertidumbre intensa o cuando flaquean los valores y principios más básicos. La reacción de las fuerzas políticas, salvo alguna incomprensible excepción, expresando su repulsa y suspendiendo los actos de campaña envió un mensaje unitario de conmoción y condena que debe reforzarse en las próximas horas con la necesaria pedagogía, a fin de evitar cualquier trivialización de lo ocurrido. Los claroscuros en el comportamiento público de Isabel Carrasco no pueden orillar que la presunta asesina la eligió justamente a ella como víctima, y que ella ostentaba también en el momento de su asesinato un cargo institucional que pertenece, en último punto, a los ciudadanos bajo su representación. Su muerte a tiros ha venido a recordar de la peor manera posible lo que significa ejercer la política, sujeta desde hace tiempo a un descrédito tan generalizado como injusto y frívolo en ocasiones.

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