Julia Fernández
Viernes, 16 de enero 2015, 17:00
Ancha es Castilla. Con esta frase se resumía en tiempos de la Reconquista las oportunidades que esperaban a quien se atreviera a instalarse en esta desolada tierra. Si aplicásemos el dicho de forma literal, también tendría sentido. No hay más que subirse a lo alto ... de algún edificio para comprobar la inmensidad de la altiplanicie castellana.
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En Palencia existe una ruta de miradores que nos asoma a Tierra de Campos. Se trata de una zona que se extiende, además de por esta provincia, por Valladolid, Zamora y León. Su origen hay que buscarlo en los Campos Góticos del Reino Visigodo de finales del siglo V. Recibe el nombre de comarca natural, que no administrativa, y su unión se vertebra gracias a unas características geográficas, económicas, sociales e históricas comunes.
La Tierra de Campos palentina es un tesoro verde, salpicado de valiosas piezas artísticas y cuyos pueblos son el mejor libro de historia y etnografía que pueda existir. Los ríos que nacen en la zona la dividen en lomas y valles cóncavos. Torres y castillos acompañan su discurrir y el del siempre presente Canal de Castilla, una obra de ingeniería hidráulica de los siglos XVIII y XIX que se construyó para facilitar el transporte del trigo.
La ruta de los miradores nos permite descubrir los secretos de esta tierra a vista de pájaro y conocer unas poblaciones que en sus tiempos robaron atenciones a reyes, nobles y obispos. Son ocho balcones, casi todos al norte de la capital, que nos dan la oportunidad, también, de conocer la contundente gastronomía del lugar, donde el lechazo y el queso de oveja son manjares a los que no se puede decir que no; en los que la caza lleva hasta la mesa interesantes platos como pichones estofados y perdices en escabeche; y en los que se puede hallar el reconfortante calor de una tradicional sopa albada (hecha a base de agua, pan, pimentón, ajo, aceite y sal).
Ampudia
Empezamos el recorrido de sur a norte. Para ello, bajamos hasta Ampudia, un municipio de apenas 600 habitantes, donde nos espera la Giralda de Campos. Así se conoce a la torre de la Colegiata de San Miguel. Se trata de una atalaya que se eleva entre los tejados del pueblo hasta alcanzar los 62 metros. Fue construida siguiendo los preceptos del estilo gótico-renacentista de finales del siglo XV y principios del XVI. A ella se accede a través de unas escaleras de caracol en el interior del templo.
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Ampudia tiene un trazado de origen medieval digno de un buen paseo. Además de la colegiata, su castillo también merece la pena. Se trata de una construcción militar del siglo XV, declarado Monumento Histórico-Artístico Nacional en 1931. En la actualidad es propiedad privada, aunque se puede visitar. Lo compró Eugenio Fontaneda, quien se encargó de mantenerlo en pie después de que viviera una larga etapa de abandono. Ahora alberga su colección de objetos de arte y antigüedades. Como curiosidad, hay que mencionar que bajo sus cimientos se encuentran unas antiguas bodegas, las culpables de que alguna de sus torres se fuera al suelo. No obstante, su estado de conservación es muy bueno y llama la atención por su planta clásica y rotunda.
Tampoco hay que perderse las calles Ontiveros y Corredera. En ellas pueden verse muy buenos ejemplos de las tradicionales casas castellanas, de dos pisos, construidas en adobe y madera, y con soportales. Comer no es ningún problema en esta localidad. Está acostumbrada a recibir visitantes y cuenta con numerosos establecimientos hosteleros. Para dormir, hay opciones para todos los gustos, pero destacan dos posadas: Las Casitas de Papel, cuyo interior moderno, muy bien decorado y con un acogedor patio verde sorprende a los visitantes; y la Casa del Abad, un pequeño pero lujoso hotel rural con spa.
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Autilla del Pino
Autilla del Pino posee una de las terrazas más interesantes para asomarse al horizonte gracias a su situación: el mirador Tierra de Campos. El pueblo se levanta en un páramo a 860 metros de altura, por lo que la vista desde la balconada es imponente, por su amplitud y por su belleza. El paisaje que se extiende ante el visitante se tiñe de ocres, grises y rojos. Es un lugar privilegiado para disfrutar de increíbles puestas de sol. Y si el día es claro, puede divisarse el perfil de la Montaña Palentina.
El nombre de esta localidad hace referencia a su situación. En su origen, autilla significaba "lugar de la pequeña altura"; mientras que "del pino" hace referencia al "cerro peñascoso" en el que se encuentra. Hay censados unos 250 vecinos en la actualidad y cuenta con varios lugares que merecen una visita, si nos acercamos.
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Está la puerta de la muralla, lo único que se conserva de ella, en la actual Plaza de España. También hay que acercarse a la iglesia de la Asunción, del siglo XVI, con sus esculturas de la Piedad y San Roque, además del Crucifijo del atrio; y a la ermita de las Angustias, cercana a las eras y que guarda interesantes obras de imaginería sacra.
Mazariegos
La torre mirador de Mazariegos se levanta 22 metros por encima de la antigua estación de tren de vía estrecha. Esta infraestructura formó parte del proyecto de Ferrocarriles Secundarios de Castilla, una empresa que gestionaba varios recorridos que atravesaban Tierra de Campos en el siglo XIX. Sus líneas cubrían 226 kilómetros y contaba con 35 estaciones y apeaderos. Sin embargo, no acabó de ser rentable. Los problemas económicos llevaron a la empresa a la ruina y acabó integrando la red de FEVE.
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En los años 70, el llamado 'tren burra' dejó de pasar y la estación entró en barrena. Las traviesas de las vías fueron despareciendo y el local fue pasto del paso del tiempo. En 1988 pasó a ser propiedad municipal. En 2007, los responsables locales anunciaron su intención de recuperar la zona con la construcción del mirador y la rehabilitación del edificio. Esto último no se consiguió hasta 2011, cuando las obras sacaron lustre al nuevo centro multiusos de la localidad.
El mirador de Mazariegos es una atalaya metálica verde, sin más artificios. Sin embargo, tiene una gran amplitud de visión sobre la zona, tanto sobre los pueblos de alrededor como sobre la capital. Dicen que, con ayuda de unos prismáticos, se puede ver el Cristo del Otero de la Capital. Pero si hay un entorno que puede divisarse bien desde el torreón es la laguna de Nava, también llamada el 'Mar de Campos'.
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Este humedal, que en sus tiempos alcanzó las 2.500 hectáreas y fue desecado para ampliar los terrenos de cultivo, está en recuperación desde los años 90 y forma parte de una zona de especial protección para las aves. Su valor ecológico es importante y en su entorno se han catalogado 222 especies de aves, lo que supone el 41 % de todas las presentes en España. Los aficionados a la ornitología no pueden negarse a un paseo para observar los ánsares chicos, las avutardas, las malvasías cabeciblancas, las cigüeñas negras... y hasta el carricerín cejudo, un animal que se creía a punto de la extinción.
Dentro del pueblo, también se puede visitar la iglesia parroquial de la Asunción. Destaca su pórtico románico, vestigio de otra nave más antigua que se levantaba en el mismo lugar; así como su ábside gótico en piedra de sillería.
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Paredes de Nava
Muy cerca de la laguna de Nava está, también, Paredes de Nava. Este municipio, de más de 128 kilómetros cuadrados, fue hasta mediados del siglo pasado el más grande, en extensión, de Palencia y uno de los más poblados. Ahora, los censados apenas sobrepasan los 2.000.
La iglesia de San Martín, del siglo XV y reformada en el XVII, es su principal baluarte. En ella está el mirador que nos lleva hasta el municipio. Se trata de una torre del templo -que es centro de interpretación de Tierra de Campos- a la que se accede a través de una estrecha escalinata. Es de estilo mudéjar y se la considera una joya por sí misma. Se eleva hasta los 800 metros y ofrece una bonita panorámica del pueblo, dominada por los tejados rojizos de las casas y de las incontables construcciones religiosas que siguen en pie.
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Además de la iglesia de San Martín, también hay que visitar la de Santa Eulalia, la más importante de la localidad, de dimensiones cercanas a las de una catedral y en cuya torre se suceden los estilos románico, gótico y mudéjar. Hoy es museo parroquial. Cerca también está la de Santa María, que se conserva como centro de culto y de la que se pueden destacar dos cosas: su ábside circular con contrafuertes y el órgano ibérico que alberga en su interior. También son llamativos el convento de Santa Brígida, en el casco antiguo, y el antiguo monasterio de San Francisco, ocupado en parte por dependencias municipales. Asimismo, son de interés algunas casonas señoriales con los escudos de los linajes de sus familias, construcciones de arquitectura popular y soportales.
Támara
Támara es una villa de aire medieval que fue amurallada en el siglo XI. Apenas conserva dos puertas: las de Arco del Caño y Arco de San Miguel. El pueblo sigue preservando su aire rural y castellano, y está salpicado de aquitectura civil y religiosa.
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Entre este último tipo está la iglesia catedralicia de San Hipólito, el mayor monumento de la villa. Es una obra de transición entre el estilo gótico y el renacentista. Está rematada con una imponente torre de la escuela herrerina.
Al lado está el mirador de Támara, situado sobre el alto de la ermita del Castillo. Desde él se tienen buenas vistas del coqueto municipio, que destaca por sus construcciones bajas, de color terroso, y sus calles estrechas y adoquinadas; y de la ermita de la Virgen de Rombrada, patrona del municipio, de plata visigótica. De igual modo se puede descubrir un horizonte dominado por los campos de cultivos, que alternan el verde y el amarillo, y el perfil de las poblaciones cercanas. Para alojarse en Támara, es muy recomendable el hotel rural San Hipólito, apenas a unos metros de la balconada.
Lomas de Campos
El mirador de Lomas de Campos es muy joven -fue levantado en 2011-, pero se ha convertido en un importante reclamo turístico en apenas cuatro años. Esta torre de planta cuadrada se alza en una zona llamada El Calvario y está muy próxima a la iglesia de San Cristóbal. Tiene 16 metros de alto y desde ella se avistan unos veinte municipios de los alrededores. Su construcción fe promovida por un constructor catalán de origen palentino. Además, está especialmente indicada para el avistamiento de aves.
La ermita de San Cristóbal es otro atractivo del pueblo. Tiene una planta en forma de cruz griega, que fue ampliada posteriormente, y se adscribe dentro del Románico tardío de la zona, que incluye elementos góticos. En 1995 se inició el proyecto de restauración, el 'culpable' de que en la actualidad podamos disfrutarla en todo su esplendor. En el casco urbano caben destacar las casas blasonadas y los palomares, de diferentes épocas y en distintos estados de conservación. En la era, los alrededores del municipio, hay una curiosa zona de bodegas dispuestas en línea.
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Villanueva del Rebollar
El Alto del Villanueva, a 5 kilómetros del núcleo urbano de Villanueva del Rebollar, es el punto más alto sobre el nivel del mar de toda la comarca de Tierra de Campos. Se trata de un páramo rodeado de monte y en él se ubica el mirador del Cerrete. Se trata de una construcción sencilla, de madera, que no rompen con el entorno que le rodea.
Apenas tiene valor monumental, pero suple sus carencias con la calidad paisajística que ofrece y la amplitud de visión. Desde su plataforma, donde encontramos un práctico panel explicativo, se puede disfrutar de un entorno natural espectacular.
Ya dentro del pueblo, podemos visitar su parroquia, dedicada a Santiago Apóstol. Sus tres naves, construidas a base de ladrillo, datan de mediados del siglo XVII. El templo se cubre con bóvedas de arista, adornadas con yeserías, y en su interior cobija cinco retablos de los siglos XVII y XVIII.
Carrión de los Condes
Carrión de los Condes es conocido por sus monumentos románicos y góticos, además de por estar en plena ruta jacobea. El municipio está acostumbrado a atender a los visitantes y abundan sitios para comer y alojarse. Algunos, como el Hotel Real Monasterio de San Zoilo, están fuera del casco urbano, pero merecen la pena. En el caso que mencionamos, por ejemplo, porque se trata de un auténtico monasterio, declarado Bien de Interés Cultural, que se ha reconvertido para dar servicio a los huéspedes en una de sus alas.
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El mirador de Nuestra Señora de Belén, que pone fin a nuestra ruta por las atalayas de la Tierra de Campos palentina, está al norte de San Zoilo. Su silueta es muy característica. El templo se erige sobre la parte más alta de la ciudad y se asoma a una garganta del río Carrión. Desde allí puede verse toda la vega.
Si una vez visitados el mirador y el monasterio decidimos volver sobre nuestros pasos, Carrión de los Condes tiene mucho que ofrecernos. Por ejemplo, todavía conserva parte de la muralla que la rodeaba. También podemos admirar el Hospital Municipal, con su capilla y su retablo neogótico. Hoy es una residencia de ancianos de propiedad privada. En la plaza de Santamaría está la Casa de las Águilas, uno de los edificios más antiguos del entorno, donde destaca el escudo del primer apellido de los Velasco. Igualmente, merecen nuestra atención las de los Girón, los Lomana y la de las Lágrimas.
En nuestro paseo, tampoco debemos olvidarnos de ver el Teatro Sarabia, de finales del siglo XIX. Se trata de uno de los edificios culturales de mayor prestigio de la provincia. Asimismo, podemos pasar por el Puente Mayor, de mediados del siglo XVI, aunque seguramente ya lo habremos hecho si venimos del monasterio de San Zoilo, puesto que esta construcción une el núcleo principal de Carrión con el barrio que lleva el mismo nombre que la abadía.
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