César Coca
Viernes, 26 de septiembre 2014, 01:25
En Verona hay una calle llamada Shakespeare. Mide solo cien metros, es céntrica pero no demasiado y en su número 1 está la (presunta) tumba de Julieta. El detalle es revelador de la deuda que esta ciudad del norte de Italia, a medio camino entre ... Milán y Venecia, tiene con el Bardo. Es imposible hacer un cálculo siquiera aproximado de cuántos millones de turistas han visitado Verona atraídos por ese cliché de 'ciudad del amor' que se asienta sobre la más célebre historia de pareja de todos los tiempos junto a la de Adán y Eva. Una vez allí, cuando salen de ese pequeño parque temático del amor que es la casa de Julieta, con su célebre balcón, muchos visitantes descubren la enorme belleza de la ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
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Los dos monumentos más célebres de la ciudad son la casa de Julieta y la Arena. Probablemente ambos decepcionen por lo menos un poco a los viajeros más experimentados. En el caso de la (también presunta) casa del personaje shakespiriano, porque el visitante tiene la impresión desde que atraviesa el portón que da acceso al patio donde se encuentra de que todo es falso. El inmueble contiene información sobre Montescos y Capuletos, la Verona de su tiempo y algunos detalles más junto a fragmentos de la obra y detalles creados expresamente para satisfacer a los turistas que esperan encontrar la huella de la adolescente que encarna al amor.
Bajo el balcón, los candados que popularizó Moccia llenan una verja y los visitantes no eluden la tentación de escribir sus nombres sobre unos paneles que periódicamente cambia el ayuntamiento para evitar que las paredes del edificio se llenen de corazones y fechas. Es imposible tomarse nada en serio mientras los turistas japoneses llenan tarjetas digitales de muchos gigas fotografiando cuanto ven y haciéndose autorretratos imposibles ante la estatua que representa a la joven y desdichada amante. Una leyenda asegura que si se toca el pecho derecho de la figura se tendrá suerte en el amor. Por supuesto, esa parte de la estatuta está brillante de tanto roce. Con eso, está todo dicho. Y, a esas alturas, el viajero sabe que la tumba es aún más falsa que el balcón.
Con la Arena, las sensaciones son diferentes. El anfiteatro está muy bien conservado y es de grandes dimensiones, pero si el visitante ha estado antes en Roma, Mérida o Nimes, no sentirá una emoción especial. Si, además, viaja a Verona en julio o agosto, los montajes operísticos que se programan cada noche le impedirán verlo como es debido.
Una vez cumplido el ritual de pasar por los lugares que han hecho célebre la ciudad, empieza el verdadero goce de pasear por calles y plazas de una belleza en ocasiones abrumadora. Lo mejor es empezar la visita por el mirador que se abre sobre el teatro romano situado al otro lado del río Adigio. El teatro es pequeño y su estado no es bueno, pero subiendo por la colina hay un lugar desde el que se goza de una vista espléndida de la ciudad justo en el punto donde el río hace una amplia curva. Abajo, en primer término, el puente de Piedra y el duomo marcan la entrada al casco antiguo.
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Hay cuatro templos que merecen una visita: el Duomo, que en realidad es un complejo con varias iglesias y un claustro separado del mismo; santa Anastasia, con una decoración interior muy rica; san Fermo, con sus dos plantas superpuestas; y san Zeno, la más interesante, con sus diferentes niveles y unas puertas de madera verdaderamente singulares.
La influencia de una familia
La ciudad está marcada por el siglo largo -de 1262 a 1387- que estuvo dominada por la familia Della Scala. Durante esos años, adquirió el esplendor que la hace tan singular. Ellos fueron los que levantaron el impresionante castillo al borde del Adigio, al sur del casco antiguo. Hoy es un museo de interés relativo, pero su interior ofrece perspectivas sorprendentes sobre la urbe y el puente que une la construcción con el otro lado del río. Hay otro monumento excepcional que recuerda desde su mismo nombre a quienes fueron señores de la ciudad: es el Arche Scalighere, un complejo funerario situado en el centro mismo de Verona, que de noche impresiona al turista, que no espera hallar unas tumbas así de imponentes en plena calle.
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Ese monumento se encuentra al lado de la plaza dei Signori (o plaza Dante, por la estatua del poeta erigida en su centro), la más bella de Verona, bordeada de palacios, con una logia en uno de sus extremos y la torre de Lamberti, la más alta de la ciudad, en el otro. La quietud del lugar solo se rompe a última hora de la tarde, cuando las terrazas se llenan de nativos y turistas. Quienes disfrutan más con el ruido caminarán unos pocos metros hasta los cafés de la vecina plaza Erbe, dominada por el león veneciano que se levanta sobre una columna en uno de sus extremos. Aquí hay cada mañana un mercado en el que lo mismo se vende fruta y verdura que zapatillas y camisetas. Al atardecer, se llena de una multitud que disfruta de un aperitivo (el 'spritz aperol' es lo que está de moda en toda la región, y en el café llamado Filippini es un cóctel con ese nombre lo que consumen todos los parroquianos) mientras charlan despreocupados y ajenos al discurrir cansado de unos visitantes a punto de ser víctimas del síndrome de Stendhal.
El paseo por la ciudad llevará al viajero hasta la Porta Borsari, encajada entre dos edificios modernos sin que pierda un ápice de su belleza. Junto a la Arena, la plaza Bra está bordeada por hoteles, cafés y restaurantes, lo que le da una cierta animación aunque sus dimensiones son excesivas para que resulte acogedora. Las dos orillas del Adigio están llenas de sorpresas: iglesias renacentistas, pequeños jardines, palacios decadentes, callejuelas empedradas que se adentran en un laberinto en el que es preciso perderse para respirar el ambiente de la vieja Verona.
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En algún rincón el turista encuentra una tienda sacada de principios del siglo XX conviviendo en la misma acera con una modernísima librería que abre de nueve de la mañana hasta medianoche, todos los días de la semana. Hay soberbios edificios cuyas fachadas principales cautivan a los viajeros mientras las traseras están al borde de la ruina, calles comerciales con suelo de mármol y encantadoras tratorías que aún desafían a las franquicias de comida rápida que se han adueñado del mundo.
Verona es mucho más que Julieta y Shakespeare, aunque sus nombres estarán asociados hasta el fin de los tiempos. Por cierto, que llama la atención la ausencia de Romeo, que algún papel tenía en la obra. El Bardo hizo, de manera involuntaria, la mejor campaña publicitaria que podría soñar un alcalde. Ni Veronés, que lleva su origen en su nombre, ni Salgari, también natural de la ciudad, pueden rivalizar con un escritor inglés y una muchacha que no pasa de ser un personaje de ficción.
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