Las torres que cierran el puerto.
Viajes

La Rochelle, castillos en el mar

La ciudad francesa ha sido dominada por castellanos, ingleses y alemanes, además de los franceses, y sorprende por las dos torres fortaleza que cierran su puerto natural

César Coca

Viernes, 13 de junio 2014, 00:47

Es un delicioso anacronismo. Dos torreones medievales de aspecto amenazador protegen un puerto natural repleto de embarcaciones deportivas: elegantes veleros, pequeños yates y algunas motoras que surcan plácidamente las aguas. Pero en esta ciudad que tantos episodios bélicos ha vivido nada está fuera de lugar ... porque todo forma parte de su historia. La Rochelle asombra al visitante por la estampa inconfundible de su puerto: esos torreones, uno a cada lado de la bocana, que por la noche se unían mediante una gruesa cadena para que no pudiera entrar buque alguno. Aunque hay más que eso porque en la ciudad permanecen todavía las huellas de los combates que se han vivido por tierra y por mar durante siglos: desde la Guerra de los Cien Años a la Segunda Guerra Mundial, cuando la Marina alemana instaló aquí mismo una de sus mayores bases de submarinos.

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El turista que se acerca a esta localidad de la costa oeste de Francia, algo menos de 200 kms. al norte de Burdeos, debería repasar al menos un resumen de su agitada historia. Ciudad rebelde y muy incómoda para los reyes franceses, se deshizo pronto de la tutela feudal y en la Guerra de los Cien Años estuvo en manos de los ingleses. El rey de Francia pidió a su aliado el monarca de Castilla que enviara su flota para terminar con ese dominio, lo que consiguió. Luego fue un enclave protestante, más tarde hubo de ser asediada por Carlos IX, que se vio obligado a negociar porque los ingleses habían acudido de nuevo en ayuda de la ciudad. En el siglo XVIII, fue uno de los mayores puertos en el tráfico de esclavos negros y vía esencial del comercio con Norteamérica, y resultó arrasada por unos y otros en más de una ocasión. Próspera siempre. No extraña que los alemanes se fijaran en su puerto, próximo a la isla de Re, para asentar allí una de las mayores y más importantes bases de submarinos del Atlántico. Tan importante que La Rochelle fue la última ciudad de Francia en ser liberada por los aliados, tras un sitio de ocho meses de duración, tal fue la resistencia alemana.

La visita a La Rochelle debe comenzar por el puerto. Las torres pueden visitarse aunque quienes no estén interesados por los asuntos marítimos disfrutarán más con la contemplación de las mismas que en su interior. Hay una tercera torre situada en línea con las dos anteriores, que no cierra el puerto, y que también tiene un aspecto imponente. Un paseo hacia el interior de la ciudad, pasando por la bella puerta del Reloj, conducirá al visitante por calles con suelo de mármol y soportales en ambas aceras hasta la Casa del Perro (una mansión con aspecto de fortaleza, como tantas otras de la ciudad, coronada por la figura de piedra de un can) y algo más allá, la catedral, que ofrece su fachada principal a una plaza amplia y un tanto desangelada.

El encanto de la ciudad está en pasear bajo esos soportales, detenerse en las terrazas de las calles más próximas al puerto, instaladas junto a solemnes edificios de piedra y otros con entramado de madera. La Rochelle ha pagado su tributo al turismo con chiringuitos de toda condición que lo mismo venden camisetas y juegos de nudos marinos que golosinas y artesanía de dudosa autenticidad. Con todo, ese comercio se centra en unas pocas calles, de forma que no es difícil eludirlo y disfrutar de una cierta tranquilidad durante el paseo que en algún momento conducirá hasta la Cámara de Navegación, con la popa de dos buques asomando en la fachada, o el ayuntamiento, un soberbio edifico de estilo renacentista con un bello patio interior, que ocupa una plaza bulliciosa siempre.

Y el puerto. Hay una marina con casas de madera de estilo escandinavo, donde los turistas comen y beben en terrazas de diseño. Pero el interés mayor está al otro lado, en el puerto original, donde en las noches de verano decenas de pequeños restaurantes ofrecen marisco y pescado de la zona. De forma paralela, en la ciudad hay hoteles modernos muy confortables, pero siempre es más atractivo alojarse en uno de los muchos establecimientos que se han abierto en antiguos palacetes e iglesias.

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Del puerto salen a lo largo del día embarcaciones que van a la isla de Re, uno de los lugares con mayor atractivo turístico de la Francia atlántica. Y no lejos de allí está Fort Boyard, una inverosímil fortaleza en el mar que se hizo famosa por un concurso televisivo. Sin embargo, nada es tan auténtico como los torreones que cierran el puerto y que al anochecer ofrecen una perspectiva hipnótica, recortados sobre un cielo rojizo. Son castillos en el mar.

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